San Agustín: creemos en lo que no podemos ver
Al fin se manifestó a
los once, estando recostados a la mesa, y les reprendió su incredulidad y
dureza de corazón, por cuanto no habían creído a los que le habían visto
resucitado de entre los muertos. Y les dijo: “Id por todo el mundo y predicad
el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 14-15).
En esta la lectura, podemos
observar los reproches que Nuestro Señor dirige a sus discípulos, los primeros
de sus miembros, porque no habían creído vivo a quien lloraban muerto.
Nuestros Padres en la fe
todavía no tenían fe, los maestros por quienes el mundo entero iba a creer
aquello que predicarían y aquello por lo que morirían, todavía no creían.
Habían visto resucitar a los muertos, pero no creían que Él mismo había
resucitado.
Por tanto, estos
reproches eran bien merecidos. Habían recibido la clara visión de lo que eran
en sí mismos y lo que podrían ser a través de Él.
Así, Pedro aprendió a
conocerse cuando, muy seguro de sí mismo, en la víspera de la Pasión del Señor,
se tambaleó. Se vio reducido, sufriendo y llorando por lo que era, y se volvió
hacia Aquel que lo había creado.
Aún no creían –no creían–
y, sin embargo, vieron. ¡Qué señal de bondad de su parte, que Dios nos permita
creer en aquello que no vemos! Creemos en su palabra, ellos no creyeron en sus
propios ojos.
San Agustín, sermón 231 (extracto).
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