DOMINGO DE RAMOS
EL REY DE LOS MÁRTIRES
1. Agrupémonos hoy en torno de Cristo,
en la Iglesia del “santísimo Salvador” (Letrán). Acompañémosle, con ramos y
palmas en las manos, en su triunfal entrada en la ciudad de Jerusalén. Por la
lucha, por la pasión y muerte se va a la Pascua, a la Victoria, a la
Resurrección. Unámonos a Él. ¡No lo dejemos solo!
2. Cristo, Rey de los mártires. La Iglesia bendice los ramos y las
palmas, y las pone en nuestras manos. Los ramos y las palmas “significan la
victoria contra el príncipe de la muerte. Los ramos de olivo demuestran que ha llegado
la unción espiritual (es decir, la plenitud de la misericordia divina)”. Las
palmas y los ramos de olivo “tienen un sentido simbólico. Significan que
nuestro Redentor, habiéndose compadecido de las miserias humanas, se lanzó a
luchar contra el príncipe de la muerte para triunfar muriendo y ganar así todo
el mundo para la vida.” Nosotros, “reconociendo el hecho y dándonos cuenta de
su significado, te suplicamos humildemente, oh Señor santo, Padre omnipotente y
eterno Dios, por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor, que en Él y por Él, cuyos
miembros nos quisiste hacer, te dignes concedernos la victoria contra el poder
de la muerte y nos hagas participar de la gloriosa resurrección de nuestro
Salvador”. “Haz, Señor, que tu pueblo complete espiritualmente con una piedad
fervorosa y sincera lo que hoy festeja exteriormente, para que, venciendo al
enemigo, ame con grandísimo cariño la obra de tu misericordia la redención).” (Palabras de la bendición de los ramos). Tomemos,
pues, hoy en nuestras manos las palmas y sigamos a Jesús. Todos debemos desear
ser mártires con Él. Esto es lo que significa la ceremonia de hoy. Así nos lo
indica el Prefacio que se canta en la bendición de los ramos. “A Ti te sirven
tus criaturas, porque sólo a Ti te reconocen por su Dios y Creador. Te alaba
todo lo que has creado y tus Santos (entiéndase, los santos mártires) te
bendicen, pues confiesan virilmente ante los poderes de este mundo, el Nombre
de Cristo y siguen al Salvador al martirio, a la victoria, a la resurrección.
Nosotros somos los “niños hebreos” que le entonan el jubiloso Hosanna. Cantemos
a Cristo-Rey nuestro “Gloria, laus et
honor tibi sit –A Ti sean la gloria, la alabanza y el honor, oh Cristo, Rey
y Redentor.” Veamos en la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén el glorioso
cortejo del Señor cuando vuelva, con poder y majestad, para llevar a los suyos
a la Jerusalén del cielo. Salgámosle entonces al encuentro con palmas y ramos
de olivo, con nuestras manos cargadas de buenas obras, con nuestra victoria
sobre el pecado, sobre la carne y el mundo, para penetrar con Él en la cámara
nupcial del cielo y gozar allí de las delicias de su eterno desposorio. La
cruz, y sólo ella, es quien franquea, lo mismo a Nuestro Señor que a nosotros,
la entrada en la gloria del cielo. Tampoco para nosotros hay más camino que el
de la cruz. Marchemos, pues, por él constantes y firmes, impulsados por la
fuerza de Cristo.
El camino para la victoria del martirio. La Iglesia escucha hoy con gran
emoción las palabras de la Epístola: “Hermanos: Sentid de vosotros como Cristo
de sí mismo. El cual, siendo de la misma naturaleza de Dios, no creyó que era
una usurpación suya el ser igual a Dios, y, a pesar de eso, se despojó de sí
mismo (es decir, depuso su gloria externa y su majestad divina), tomó la forma
de siervo, se hizo hombre semejante a nosotros y no pareció al exterior más que
un puro hombre. Se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte,
hasta la muerte de cruz.” He aquí el camino del anonadamiento, del sufrimiento,
del dolor, tal como nos lo opone ante los ojos el relato de la Pasión que se
canta en la Santa Misa. ¡El camino de Cristo es también nuestro camino! “Mi
corazón no ha experimentado más que oprobio y dolor. Esperé a que alguien se compadeciera
de mí, y no apareció nadie” (Ofertorio). No;
aparezcamos nosotros. Acompañémosle en su camino de angustias y dolores. Así se
lo prometimos solemnemente el día de nuestro santo Bautismo (y en la santa
Profesión). Vayamos a la santa Misa para hacernos con Él un mismo sacrificio,
para seguir su camino identificados con su dolor. “Él se humilló a sí mismo y
se hizo obediente hasta la muerte de cruz.” ¡Sea también éste nuestro camino!
Acumulemos para ello fuerza y valor en el sacrificio de la santa Misa.
3. Hoy resuena el Hosanna, dentro de
unos días será el “Crucifícale”. Así obran los judíos. ¿Y nosotros, los
cristianos? Hoy tremolamos en nuestras manos las palmas. La liturgia nos
explica netamente el sentido simbólico de esta ceremonia. Sin embargo, tan
pronto como acaba la “función”, arrojamos a un rincón las palmas y ya no
volvemos a pensar más en su simbolismo. ¿Dónde está, pues, nuestro espíritu de
mártires? ¿Dónde la seria y sincera imitación de Cristo?
“Esperé a que alguien se
compadeciera de mí, y nadie apareció. Busqué a uno par que me consolara, y no
lo hallé.” Muy pocos son los verdaderos amantes del Señor y de su cruz. En
cambio, ¡cuántos los enemigos de la cruz! ¿Podrán, pues, estos tales ser
amantes del Crucificado?
“¡Si oyereis hoy su voz, no
endurezcáis vuestros corazones!” (Invitatorio
de Maitines.)
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