JUEVES SANTO


EL NUEVO MANDAMIENTO

         1. En la iglesia del Santísimo Salvador (Letrán) asistimos hoy como testigos a la readmisión de los penitentes en la comunidad de los fieles. Ya han hecho penitencia. Hasta aquí habían permanecido excluídos del santo Sacrificio y de la sagrada Comunión; hoy, en cambio, termina su período de penitencia. Hoy podrán volver a presentar su ofrendas ante el altar y podrán acercarse por vez primer a recibir la sagrada Comunión; hoy, en cambio, termina su período de penitencia. Hoy podrán acercarse por vez primera a recibir la santa Comunión. Nosotros asociémonos a su alegría y a sus acciones de gracias al Salvador. Repitamos la oración con que ellos presentarán su ofrenda: “Ya no moriré, sino que viviré” (Ofertorio). Al mismo tiempo recordemos todos los episodios de la vida de Jesús que conmemora el Jueves Santo: su salida de Betania, su marcha hacia el Cenáculo, la Cena (convite pascual), el lavatorio de los pies, la institución de la Santísima Eucaristía y del Sacerdocio, el Sermón del Salvador y su oración pontifical durante la Cena, la marcha hacia el Jardín de los Olivos, la agonía en el Huerto, la traición de Judas y la prisión de Jesús. La sagrada liturgia se fija preferentemente en la institución del Santísimo Sacramento del altar.

2. “Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Jn. 13, 1)
         Glorifica tu Nombre y obra con nosotros según la abundancia de tus misericordias (Introito). La gracia y la misericordia del Señor realizaron la conversión de la pecadora. Con la acción misteriosa de su gracia abrió los ojos de la infeliz. La hizo reconocer la odiosidad e infamia de su vida pecadora. La inspiró el pensamiento de hacer penitencia, de convertirse, de romper para siempre con la repugnante vida practicada hasta entonces y de buscar en Él el perdón de sus iniquidades. La infundió valor para penetrar en casa de Simón y para confesar allí, en presencia de todos los invitados, sus pecados. ¡Y cómo trata a la que Él mismo ha llamado! Acepta gustoso su arrepentimiento y sus lágrimas. No la hace ningún  reproche. No tiene para ella ni una palabra dura. La perdona, borra todas sus culpas y la tranquiliza, diciéndole: “Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvador: vete en paz.” ¡Qué comprensión, qué misericordia, qué deseo de perdonar, de hacer feliz a uno! “No he venido a llamar a los justos (a los que así se lo creen y se imaginan que no necesitan hacer penitencia alguna), sino a los pecadores”, a los que se reconocen como tales, a los que se arrepienten y hacen penitencia.

3. “Tollite hostias- Tomad (con la pecadora del Evangelio) vuestras ofrendas (de penitencia, de arrepentimiento, de expiación por los pecados, de oración, de ayuno, de limosna) y entrar (como la pecadora) en sus atrios. Adorad al Señor en su santuario. El Señor iluminará lo tenebroso (del alma pecadora, cubierta de obscuridad, desgraciada). En su santo templo todos (la Iglesia de la tierra y del cielo) clamarán: A Ti sea la gloria” (Gradual). Hoy somos todos pecadores, somos la pecadora del Evangelio, arrojada a los pies de Cristo, a los pies de su sacerdote, en unión con la santa Iglesia. Después caerán sobre nuestras cabezas aquellas palabras: “Tus pecados te son perdonados”.
“Porque amó mucho”, la pecadora alcanzó el perdón. “En cambio, al que poco se le perdona, poco ama también”. Y, viceversa, porque ama poco, poco puede perdonársele. El grado del perdón, tanto del pecado como de su pena, depende de la perfección del amor y de la contrición inspirada en el amor. Téngase una contrición perfecta, y todo, absolutamente todo, quedará perdonado: los pecados y hasta su misma pena temporal, que habría de expiarse en el purgatorio.
“Tu fe te ha salvado. Vete en paz.” Acerquémonos también nosotros con fe al representante de Cristo. Confesemos con fe nuestros pecados al hombre que hace las veces de Cristo. Recibamos con fe de los labios del sacerdote su “Yo te absuelvo”. En el sacerdote está ante nosotros el mismo Señor, lo mismo que ante la pecadora del Evangelio de hoy, y Él es quien nos da la absolución. “Vete en paz” con Dios, contigo mismo, con tu conciencia. Ya están rotas las cadenas de la vida pecadora. Unas pocas lágrimas han bastado para apagar las amenazadoras llamas del infierno. Te acercaste enfermo y has quedado curado. Al separarte de Jesús y del sacerdote, estás ya como un recién nacido. “Vete en paz. Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado.” ¡Maravilloso sacramento el de la Penitencia!
La pecadora, al acercarse a Jesús, “llevó consigo un frasco de alabastro lleno de precioso ungüento”. Hasta ahora se ha pintado y perfumado a sí misma, para agradar al mundo. Hoy arroja a los pies del Salvador aquello con que ella ha vivido para el mendo, para el cuerpo, para la vanidad y el pecado. ¡Hoy rompe definitivamente con su vida pasada! ¡Una penitencia y una co0nversión totales! ¡Un modelo para nosotros!
“Señor, acuérdate de tu palabra a tu siervo –de tu palabra: “Ego te absolvo- Yo te absuelvo-, con la cual me diste la esperanza que me ha consolado en mi humillación” (Comunión). Demos hoy profundas gracias al Señor por habernos concedido la gracia del santo sacramento de la Penitencia.

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