LUNES DE PASCUA
“EL SEÑOR SE HA
APARECIDO A PEDRO”
1. Los neófitos son conducidos hoy ante
el Apóstol San Pedro, a su iglesia estacional. Pedro se presenta ante ellos y
ante todos nosotros, como testigo de la resurrección del Señor. A él se le ha
ordenado “predicar al pueblo y testificar que el Señor ha sido constituido por
Dios Juez de vivos y muertos” (Epístola).
El Señor vive y volverá un día con poder y majestad. Entonces resucitará a
todos los que duermen en el sepulcro, y los llamará ante su justiciero
tribunal. ¡Felices los que, habiendo resucitado con el Señor en el santo
Bautismo, “han alcanzado”, en virtud de la gracia bautismal, “la perfecta
libertad y avanzan continuamente por el camino de la vida eterna” (Oración), de
su futura y gloriosa resurrección de entre los muertos!
2. “En aquellos días, levantándose Pedro en medio de la multitud, dijo: Vosotros
sabéis cómo ungió Dios a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder
maravilloso; cómo pasó Él haciendo el bien por todas partes y curando a todos
los oprimidos por el diablo. Nosotros somos testigos de todo lo que Él obró en
Judea y en Jerusalén. Ellos le crucificaron; pero Dios le resucitó al tercer
día y quiso que se apareciese no a todo el pueblo, sino solamente a aquellos
testigos que Dios había elegido de antemano, a nosotros que hemos comido y
bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos. Y nos ordenó
predicar al pueblo y testificar que Él es el que ha sido constituido por Dios
Juez de vivos y muertos. A Él se refieren todos los profetas cuando dicen: Todo
el que crea en Él, alcanzará por su Nombre el perdón de los pecados: (Epístola;
Discurso de San Pedro en casa del centurión romano). Pedro es el inmediato testigo,
ocular y de oído, tanto de los sucesos de la Pascua como de toda la vida
pública de Jesús. Es igualmente el testigo inmediato de los encargos del Señor
para los hombres. La fe en el testimonio de Pedro causa al hombre la salud. La
Iglesia siente muy bien todo lo que hay de básico y trascendental en el
testimonio de Pedro y en la fe en este testimonio. No todos los hombres
pudieron ser testigos de vista y de oído, del Señor. Nosotros estamos sujetos
al testimonio de otros y a la fe. Vayamos pues, hoy con los neófitos a Pedro,
al inmediato testigo ocular y de oído, y escuchemos con gran respeto su
testimonio. ¡Unámonos a los innumerables millones de almas que, desde el primer
día de Pentecostés hasta hoy, se han agrupado y se agrupan en torno de Pedro,
para aceptar con fe su testimonio y para morir por él, si es preciso! Creamos.
Nuestra salud descansa en la humilde fe, no en la ciencia ni en la propia
visión. “Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y la prudencia
de los prudentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el
investigador de este mundo (el filósofo)? ¿No hizo Dios estúpida la ciencia de
este mundo? Porque, como el mundo con sus sabiduría no supo conocer a Dios en
su divina sabiduría, plúgole a Dios salvar a los creyentes por la estulticia de
la predicación” (1 Cor. 1, 19 sg.). Creamos:
“Dios resucitó a Jesús al tercer día y quiso que se apareciese a los testigos
que Dios había elegido de antemano”, a Pedro. Creyendo en el testimonio de
Pedro, “alcanzaremos el perdón de los pecados” (Epístola), la gracia, la salud eterna. “El que creyere y se
bautizare, se salvará; pero el que no creyere, se condenará” (Marc. 16, 16).
“El
Señor ha resucitado verdaderamente y se ha aparecido a Simón” (Evangelio). El testimonio que en la Epístola nos
ofrece Pedro, acerca de la resurrección del Señor, es corroborado y afianzado
por los demás Apóstoles. El Resucitado se ha aparecido a los dos discípulos que
iban a Emaús, el día de Pascua por la tarde. Dichosos de haber conocido y visto
al Señor, vuelven presurosos a Jerusalén, y “encuentran reunidos a los once y a
los que estaban con ellos”. A penas abren su boca para contar lo que les ha
pasado y cómo conocieron al Señor en la fracción del pan, les gritan
alborozados los Apóstoles: “El Señor ha resucitado verdaderamente y se ha
aparecido a Simón.” ¡A Pedro! Por consiguiente, cuando él nos atestigua: “Dios
resucitó a Jesús al tercer día”, su testimonio no puede ofrecer la menor duda.
“El Señor ha resucitado verdaderamente.” Pero, si Él ha resucitado, entonces es
que el justo y santo Dios ha salido a favor de Aquel a quien rechazaron los
hombres. Entonces el mismo Dios ha confirmado que todas sus palabras son
divinamente verdaderas, que todos sus dichos y hechos son santos. Entonces Él,
el Crucificado y el Resucitado, es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Entonces solo existe para
nosotros una dicha: la de conocerle a Él, el Resucitado, la de creer en Él, la
de estar incorporados a Él de un modo vivo por el santo Bautismo, y la de
participar de su misma vida: ahora de su vida de anonadamiento y de dolores;
más tarde de su vida de gloria, de resurrección, de eterna bienaventuranza.
3. “Este es el día introducido (por
el santo Bautismo) en una tierra (la Iglesia) que mana leche y miel. Por tanto,
esté siempre en vuestra boca la Ley del Señor” (Introito). Es decir: mostrad a
todos las grandes cosas que Dios ha obrado en vosotros después de haberos
conducido a la fe de Cristo.
“El Señor ha resucitado y
se ha aparecido a Simón” (Comunión). En
Pedro, en la Casa de Pedro, en la Comunidad de Pedro, en la Iglesia, fundada
sobre Pedro, el Señor se ha aparecido también a nosotros, en las delicias de la
santa Eucaristía. Seamos, pues, ahora, con Pedro, testigos del Resucitado.
Testigos con nuestra confesión de palabra, con nuestra vida nueva, siendo ante
el mundo un vivo retrato del Resucitado. Testigos hasta con nuestra sangre, si
fuere preciso.
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