MIÉRCOLES SANTO
EL TRAIDOR
1. Juntémonos hoy, en Santa María la
Mayor de Roma, al lado de la Madre que padece con su Hijo. En el sacrificio de
la Misa, que va a celebrarse aquí, renovemos el recuerdo de la Pasión del
Señor. La Iglesia piensa sobre todo en la traición de Judas. A su recuerdo
consagró ya de antiguo el miércoles de cada semana, subrayándolo con un ayuno
penitencial.
2. Se presenta Judas. Jesús en el Jardín de los Olivos. Se prepara
para su gran Misa sobre el Calvario. Ora. Sufre horribles tormentos en su alma.
Suda sangre: ¡tan grande es su angustia interior! Se acerca a sus Apóstoles, a
quienes ha dejado allí, a dos pasos: “Vigilad y orad”, les ordena. Todavía no
ha concluido de hablarles, cuando se le acerca la tropa que quiere prenderle.
Va capitaneada por Judas, el Apóstol. Éste se acerca a Jesús y lo besa. “Con un
beso entregas al Hijo del Hombre.” ¡Jesús traicionado por su mismo Apóstol y
entregado a sus enemigos! ¡Cuánta ingratitud, cuánta hipocresía, cuánta infamia
y bajeza moral encierra esta acción! ¡Y todo ello por apego al dinero! La
Iglesia se asocia al dolor del Salvador. En Judas ve ella a los muchos de sus
hijos que, a lo largo de la Historia, han traicionado a su Señor y Salvador.
¡Pavoroso misterio! ¡Un Apóstol convertido en traidor! ¡El preferido, elegido entre
millones, se vuelve contra su Señor y lo vende a sus enemigos por treinta
monedas de plata! “El que crea estar seguro, tenga cuidado no caiga.” (1Cor.
10, 12). “Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación” (Mt. 26, 41).
Jesús ve acercarse al traidor. Conoce sus intenciones. No rehúye su
contacto con el indigno. Le alarga su rostro para que estampe su beso traidor.
No tiene más que amor para el Apóstol infiel. “Amigo mío.” Aunque tú ya no me
ames a Mí, yo sí te amo a ti y estoy dispuesto a perdonarte tu traición. Ni un
reproche, ni una palabra de amargura. ¡Sólo tiene compasión para el discípulo
extraviado! ¿Y qué otra cosa, sino compasión, merece el pobre Apóstol? ¡Treinta
monedas de plata…! ¡Y, por ellas la maldición de Dios! ¡Por un pequeño beneficio
temporal el continuo remordimiento de la conciencia y después la condenación
eterna! “Mysterium iniquitatis!” ¡Misterios del pecado, de la ceguera y de la
corrupción del corazón humano! Si el Señor no tuviera tanta bondad e
indulgencia, si no nos amara tanto aunque nosotros nos hagamos indignos de su
amor, ¿qué sería de nosotros? ¡Hasta el apóstol puede convertirse en un
traidor!
3. A la deshonra del Señor por la
traición de Judas, opone la Iglesia un rendido y absoluto acatamiento: “Ante el
Nombre de Jesús arrodíllese toda criatura en el cielo, en la tierra y en los
infiernos. Porque el Señor se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte
de cruz, y por eso Jesucristo, el Señor. Está ahora en la gloria del Padre” (Introito). ¡El Señor humillado por
Judas! Obedece y se somete a las intenciones del Traidor. Así lo quiere su
Padre. ¡Esto le basta a Jesús!
“¿A
qué has vendió?” ¿A qué va el Traidor a Jesús? ¿Qué le trae? ¡Pobre y ciego
Apóstol! ¿Y nosotros, cristianos? ¿A qué esa eterna inquietud, ese nervioso
desasosiego por un puñado de oro, por un puesto cualquiera, por un cargo, por
la miserable honrilla humana? Por ello sacrificamos, si no la Religión y la
eternidad, al menos el celo por los intereses de Dios, por la oración, por los
santos sacramentos, por lo único necesario. ¿Qué nos quedará al fin, de todas
nuestras ventajas temporales? Un espantoso vacío, como el que impulsó el pobre
Judas a quitarse la vida.
“ Simón, dormis? –Simón, ¿duermes?
¿No has podido velar conmigo ni siquiera una hora?” Con estas palabras del
Señor a Pedro, nos invita hoy a nosotros la sagrada liturgia en Laudes a que,
siquiera en estos días de Semana Santa, no dejemos solo al Salvador en sus
dolores y humillaciones. No permanezcamos alejados de Él, al menos en estos
últimos días que todavía nos quedan. ¡Contemplad a la Madre! ¡Ved cómo se une
María a los dolores de Jesús! María es la santa Iglesia. También nosotros
debemos ser María, y como ella debemos acompañar a Jesús, con un corazón
compasivo, con valor y amorosa fidelidad, en su vía dolorosa. Debemos hallarnos
al pie de la cruz cuando Él agonice. ¿Somos verdaderamente así? ¿No podrá
dirigirnos el Señor su reproche: “Simón, duermes? ¿No ves a Judas? Él no
duerme, sino que vela, para entregarme a los judíos” (Responsorio de Maitines. La vieja costumbre de siempre: ¡los
amigos de Jesús duermen, mientras sus enemigos trabajan afanosamente!
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