SÁBADO DE PASIÓN
EL DIVINO GRANO DE
TRIGO
1. Ya escuchamos hoy en el Evangelio de
la entrada de Jesús en Jerusalén: “¡Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en
nombre del Señor, Rey de Israel!” ¡Tanta fue la admiración que la multitud
concibió por Jesús al conocer la resurrección de Lázaro! Hasta los mismos
paganos solicitan verle. Los ojos del Señor ven ya en lontananza el fruto de su
Pasión: los gentiles se unirán a Él, a cambio de los judíos que le abandonan.
2. Los gentiles quieren ver a Jesús. Andrés y Felipe presentan su
ruego al Señor. Jesús toma pie de aquí para hablar de la futura gloria que le
habrá de rendir la conversión del mundo pagano. “Ha llegado la hora de que el
Hijo del Hombre sea glorificado.” Pues “Israel está ciego en parte, hasta que
haya entrado todo el mundo de los paganos” (Rom.
11, 25). Pero esta glorificación que le darán los gentiles, habrá de
ganarla antes Jesús al precio de todas las humillaciones de su Pasión. “Si el
grano de trigo no es sembrado y no muere, queda estéril; pero, si muere,
produce mucho fruto.” “Jesús mismo”, dice San Agustín, “es el grano de trigo".
Morirá con la infidelidad de los judíos y se multiplicará con la fe de los
paganos. En realidad la muerte del grano de trigo no es una verdadera muerte:
es una expansión de vitalidad y una creación de nueva vida. Seamos también
nosotros, junto con Jesús, un grano de trigo. “Si muere, produce copioso
fruto.” “El que ame su alma (vida) la perderá; y el que odie su alma en este
mundo, la guardará para la vida eterna.” Sólo podremos participar de los frutos
de la Pasión de nuestro Señor y contribuir a su glorificación, en la medida en
que nos hagamos un grano de trigo con Él: “Si muere, produce mucho fruto.” De
otro modo, quedará estéril.
“Ahora (en la Pasión del Señor) es el juicio del mundo; ahora será
arrojado fuera el príncipe de este mundo. Y yo, cuando sea levantado de la
tierra, lo atraeré todo a Mí.” Desde la cruz, como crucificado, arrastrará
hacia Sí al mundo de los gentiles. El Crucificado vencerá dominando sobre los
espíritus, sobre los corazones y sobre los pueblos, Los gentiles afluirán,
generación tras generación, a los pies de la cruz del Señor. Y confesarán:
“Nosotros sólo queremos gloriarnos de la cruz del Señor: en Él (en el
Crucificado) están nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección. Por Él
(por el Crucificado) hemos sido salvados y librados” (Gal. 6, 14). “Para los judíos la cruz es un escándalo, para los
gentiles una locura; pero, para nosotros, los llamados, es la Fuerza y la
Sabiduría de Dios” (1 Cor. 1, 23).
Todos ellos se agrupan en torno al Crucificado y proclaman jubilosos: “Tú
fuiste muerto y nos redimiste para Dios con tu sangre de todas las lenguas,
pueblos y naciones” (Apoc. 5, 9). “Es verdaderamente digno y justo que siempre
y en todas partes te demos gracias a Tí. Oh Señor santo, Padre omnipotente y
eterno Dios, que quisiste establecer en el madero de la cruz la salud del
género humano, para que, donde nació la muerte, resucitase también la vida;
para que fuese vencido en el árbol, por Cristo Nuestro Señor, aquel (Satanás)
que venció en el árbol.” (Prefacio de la
santa Cruz). Al pie de la cruz brotan las inagotables fuentes de la gracia,
es decir, los santos sacramentos. De la cruz nos vienen todas las ilustraciones
y excitaciones sobrenaturales, todas las victorias contra el mal, toda la
fuerza para el bien, toda la esperanza del perdón de nuestros pecados, todo el
aliento y toda la confianza para el futuro. En la cruz encontramos luz y
consuelo en medio de las tinieblas y dolores de esta vida. En la cruz poseemos
la llave de las puertas del cielo.
O
Crux, ave spes única
Hoc Passionis tempore.
Piis adauge gratiam
Reisque dele crimina.
Salve,
oh Cruz, única esperanza
En
este santo tiempo de Pasión.
Aumenta
la gracia en los piadosos
Y
borra las culpas de los pecadores.
3. ¡Fruto de la Pasión! Nuestro
señor y Salvador santificó el dolor y le dio un alto sentido. Lo constituyó en
“precio de la Redención”. El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a
servir y a “dar su vida por la redención de muchos” (Marc. 10, 45). Por el santo Bautismo nosotros “hemos sido
bautizados en su muerte”. Suframos, pues, su pasión y demos a nuestro dolor el
mismo sentido que Él dio al suyo: el dolor está al servicio de la redención. La
obra de nuestra redención se consumó plenamente con el sacrificio del Gólgota.
Sin embargo, este sacrificio debe ser reproducido por nosotros, de un modo
incruento, en el sacrificio de la santa Misa y en la suma de dolores que a cada
cual le toque en su vida. Sufriendo, “completamos en nuestro cuerpo lo que
falta todavía de la Pasión de Cristo”, y lo completamos también “en el Cuerpo
de Cristo, que es la Iglesia” (Col. 1,
24). Nuestro dolor es corredención del mundo y de las almas. Y, como amamos
a los hombres, a las almas, a nuestra propia alma, por eso dejemos amar también
el dolor, que redime.
“Cuando yo sea levantado (en la
cruz) de la tierra, todo lo atraeré hacia Mí.” Hay muchos cristianos, almas
tímidas, vacilantes, mezquinas, de fe débil, que rompen con su cruz.
¡Cristianos indignos de ser reyes, incapaces de acercarse y de elevarse hasta
el Crucificado! Estos tales no entienden aquello de que “hay que tomar parte en
la Pasión de Cristo” (1 Petro. 4, 13). No comprenden tampoco el que Pablo
encuentre su mayor gozo en padecer trabajos y tribulaciones (2 Cor. 7,4).
Sufrir cristianamente, significa tanto como crecer, ser grande, ser fecundo en
la cruz. “Cuando yo sea levantado en la cruz, todo lo atraeré hacia Mí.” Esto
se aplica también a nosotros. Aunque la vida nos desilusione, sigamos siempre
trabajando. Estemos siempre contentos, aun cuando nuestra existencia no sea más
que una ininterrumpida serie de trabajos e inquietudes. Si amamos hacemos
beneficios y no recibimos en retorno más que desagradecimiento, no nos desalentemos por eso. Al contrario,
elevémonos por encima de todas las inconstancias, decepciones y amarguras de la
vida. ¡Crezcamos en la cruz! Pues así lo atraeremos todo hacia nosotros,
singularmente el agrado, la gracia y la bendición de Dios. Para eso ha sido
puesta la cruz en medio del camino de nuestra vida, par que, levantándonos
sobre ella, lo atraigamos todo hacia nosotros.
¡En la cruz está la salud!
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