CIEN AÑOS DE MODERNISMO (10)
3. La Sagrada Escritura es infalible
«De esa ciudad a la que vamos nos han llegado varias cartas que nos exhortan a vivir adecuadamente. Jesús habló por boca de los profetas y guió la pluma de los Apóstoles; los escritos de los Apóstoles son los escritos del mismo Jesucristo. “Oh, hombre: lo que declaran mis Escrituras, soy Yo quien lo dice”. La fe será indecisa si la autoridad de la Escritura es vacilante. Nadie duda de la verdad de las Escrituras, salvo el infiel y el impío. Si te parece haber encontrado un error en el texto, es porque o la copia ha sido mal hecha, o el traductor se ha equivocado, o no lo has comprendido. En las Escrituras aprendemos quién es Cristo, aprendemos qué es la Iglesia» (4).
Para san Agustín, la Sagrada Escritura habla de Jesucristo; es Jesucristo quien habla en ella; ella es Jesucristo. ¿Cómo se entiende la relación entre la Sagrada Escritura y la Iglesia? Ambas tienen entre sí una función complementaria, porque contribuyen a enseñar la Revelación perfecta de Dios a los hombres. Esa Revelación divina, el depósito de la fe, contiene todo lo que Dios nos ha dado hasta la llegada de Jesucristo, en forma oral o escrita. Es doble, porque abarca la Tradición apostólica y la Sagrada Escritura, o, dicho más llanamente, el catecismo y la Biblia. Las dos fuentes están unidas pero subordinadas. La Sagrada Escritura ocupa el segundo lugar, no sólo porque sale a luz bastante después de la predicación apostólica, sino también porque es incompleta: dista mucho de describir todo lo que Jesús ha dicho y hecho (5). Sólo después de comprobar la divinidad de la Iglesia, se aplica el catecúmeno a la Revelación propiamente dicha. Según san Agustín, el Evangelio, solo, está como suspendido en el aire y privado de fundamento. Únicamente puede convertirse en regla de fe bajo la autoridad divinamente establecida de la Iglesia.
«De la Iglesia hemos recibido las Escrituras. Es ella la que funda su autoridad y su enseñanza. La Iglesia es la guía que debemos seguir en la interpretación del Evangelio y de la Tradición. Si te encontraras con alguien que aún no cree en el Evangelio, ¿qué responderías cuando te dijera: “No creo”? Personalmente, yo no creería en el Evangelio si no me obligara a ello la autoridad de la Iglesia católica» (6).
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El estudio de la vida y de la conversión de san Agustín nos manifiesta el itinerario natural del espíritu para demostrar la verdad de la Revelación en su integridad. De los efectos actualmente visibles se llega a las causas. Si hoy existe una sociedad religiosa que ha dominado al mundo milagrosamente a pesar de terribles persecuciones sangrientas, y ha santificado milagrosamente a una sociedad decadente, es porque está marcada con el sello de Dios, tanto ella como su Fundador. Y, puesto que existe realmente, su Fundador también existió realmente. Si, además, contamos con escritos contemporáneos de la vida, milagros y palabras de este Fundador, será muy fructífero verificar si esta vida y doctrina sublimes son dignas de Dios y capaces de ennoblecer al hombre. Si se puede confrontar la vida de este Fundador con los antiguos escritos mesiánicos que supuestamente ha cumplido, tenemos un motivo adicional para creer en esta religión. De esas investigaciones se deduce que Dios se ha revelado a los hombres, y esta Revelación es tan real como la Iglesia católica. Para san Agustín, y para todo cristiano digno de ese nombre, la evidencia del hecho histórico de la Revelación de Dios es el fundamento de toda la fe cristiana. Ahora bien, este carácter histórico de la Revelación divina es precisamente el escollo contra el cual tropezarán todos los modernistas. Inventarán mil argucias para desvincular al Evangelio y a la Iglesia de su Fundador, a los efectos de su causa. Las soluciones artificiales de los racionalistas sólo logran resaltar más sus prejuicios filosóficos, y sirven, en cambio, para reforzar nuestra fe en Jesucristo nuestro Salvador.______________
1 1 Cor 14: 8.
2 In Psalmo 32, sermón
3, ML 36, col. 284.
4 Frases extraídas, respectivamente, de las siguientes obras: In Psalmo 90, 2, 1, ML 37, col. 1159; De Doctr. christ. 2, 6; De Doctr. christ. 37, ML 34, col. 35; De Gen. ad litt.; Contra Faustum 11, 4, ML 42, col. 249; Confesiones 13, 28, ML 32, col. 864; Epístola 105, 3, 14, ML 33, col. 401.
5 Jn 21: 25.
6 De Gen. ad litt. 1, Ep. Man. 5, 6, ML 42, col. 176.
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