LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS
Nada puede hacernos
comprender la grandeza de Jesús tanto como el misterio de su Ascensión a los
cielos, adonde subió por su PROPIO PODER y en virtud de sus MÉRITOS infinitos,
adonde los más grandes santos, sin exceptuar a la Virgen, fueron elevados por
ese mismo poder y por esos mismos méritos.
Y ¡cuán grande no fue el TRIUNFO de
Jesús al entrar en la Jerusalén celestial! El Rey Profeta exclamaba: “Levantad,
¡oh príncipes!, vuestras puertas, y elevaos vosotras, ¡oh puertas de la
eternidad!, y entrará el Rey de la Gloria (Salmo 23, 7).” No es posible
imaginar los transportes de júbilo, los cánticos de alegría y de alabanzas con
que fue recibido Jesús al entrar en la gloria, y que la compensarían de todas
las vejaciones que sufrió en la tierra.
Entonces le
diría el Eterno Padre: “Siéntate a mi diestra, mientras pongo a tus enemigos
por tarima de tus pies (Salmo 109,1).” Sentarse a la derecha de Dios Padre era
recibir la mayor gloria; tener a sus enemigos bajo sus pies era poseer el
imperio del universo y dominar sobre todo lo creado.
De toda esta
inmensa gloria de Jesús, cuánta gloria se desprende también PARA NOSOTROS; para
nosotros, envilecidos por el pecado, que jamás nos hubiéramos atrevido a
esperar ver algún día nuestra frágil y despreciable naturaleza, elevarse en la
sacratísima persona de Cristo por encima de los más altos serafines y sentarse
a la diestra del trono de Dios. Nosotros, por ser miembros del cuerpo místico
de Jesús, la Santa Iglesia, podremos también participar de su gloria si sabemos
humillarnos como él, uniéndonos a él. El Señor subió a los cielos desde la
misma montaña, donde cuarenta y tres días antes había sufrido la cruel agonía,
dándonos a entender con ello cuán ESTRECHO es el LAZO que une al sufrimiento
con la bienaventuranza, la humillación con la gloria de los elegidos,
confirmándose en el misterio de la Ascensión las palabras del divino Maestro:
“El que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado (Lucas
18, 14).” Que sea para nosotros provechosa esta lección y aprendamos por ella
cuán grande es el valor de la humildad; meditando al mismo tiempo que nadie se
humilló tanto como nuestro divino Redentor, por lo cual fue elevado al cielo y
ensalzado sobre toda ponderación.
Después de la
Ascensión del Señor, dos ángeles
anunciaron a los Apóstoles el segundo advenimiento de Jesús, como Juez de vivos
y de muertos. Así los ángeles anunciaron de nuevo la gloria de aquel a quien
Pilato se atrevió a juzgar y a condenar injustamente, y nos previnieron para
que vigiláramos nuestra conducta, puesto que habremos de rendir al Señor cuenta
estrecha de ella, antes de poder participar con él de su triunfo en la
bienaventuranza eterna.
¡Oh Jesús
mío!, haz que siempre me coloque ante tu divina presencia con el RESPETO FILIAL
debido, que libra de la presunción, depura la confianza y afirma en nosotros el
amor divino.
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