MIÉRCOLES DE ROGATIVAS


LO QUE DEBE PEDIR UN CORAZÓN CONTRITO

El Rey Profeta, iluminado por Dios, comprendió la gran MANCHA que con sus pecados había echado en su alma, mancha que no hubieran podido borrar todas las lágrimas del mundo. Por eso imploró a aquel que quiso dotar a Adán de justicia original, para que creara en él un corazón puro. COR MUNDUM CREA IN ME, DEUS. Y sabiendo David que, cuando se ofende a Dios, nuestra razón SE TUERCE y busca a la criatura en lugar de buscar al Creador, pidió al Señor que renovara en sus entrañas el espíritu de rectitud (Salmo 50, 12). ¡Oh, cuán preciosas son estas dos gracias: corazón puro y espíritu recto, y cuánto debiéramos desearlas! Un CORAZÓN PURO es un corazón penetrado de horror por las más leves faltas, un corazón que enmienda sus defectos, que lucha contra sus imperfecciones, que vive siempre desprendido de la tierra y de sí mismo, aspirando a llegar a la posesión del Bien infinito y eterno. De un corazón así es de donde nace la verdadera RECTITUD de espíritu, tan noble y meritoria, que nos hace ver a Dios únicamente en todas las cosas.

Según San Agustín, si el Señor nos ha dado dos pies, ha sido para recordarnos que en este mundo habremos de dar dos clases de pasos: unos para huir del mundo y otros para encaminarnos hacia nuestro último fin. Y si nos ha dado también dos manos, ha sido para que cumplamos con dos clases de deberes: los unos para con Dios, los otros para con el prójimo. Después termina San Agustín preguntando: ¿para qué el Señor nos ha dado un solo corazón? Y contesta él mismo, que si el Bien supremo nos ha dado un corazón, ha sido porque quiere ser él el único amado de ese corazón, y porque a él solo habremos de amar soberanamente. –Y añade Tertuliano que si de otra manera le amáramos, seríamos en cierto modo idólatras, porque daríamos culto a la criatura y amaríamos a ésta tanto o más que al Creador.

¡Cuántos ÍDOLOS, Dios mío, manchan aún mi corazón; cuántos vicios, cuántos defectos, cuántas malas inclinaciones me dominan; cuántas sentencias y prejuicios de vanidad, de envidia y de hipocresía se mezclan con las pláticas desagradables que a veces tengo, en menoscabo de tu gloria y del amor que te es debido!
¡Ah, Señor, Dios Todopoderoso! ¡Dígnate, te lo ruego, crear en mí un corazón puro y renovar en mi interior el espíritu de inocencia y rectitud que tanto deseo! Así podré buscarte con verdad, sin buscarme a mí mismo y sin apego a las criaturas. Tú serás entonces el único objeto de mis pensamientos, de mis intenciones, de mis proyectos, de mis deseos; en ti únicamente hallaré mi reposo, mi gloria. En ti veré cumplirse mis esperanzas, y tú serás mi felicidad. Sé por siempre jamás mi único bien y mi único amor.

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