10 DE JULIO
CÓMO
TRIUNFAR DEL DEFECTO DOMINANTE
Hay quienes
mortifican sus cuerpos y sentidos, pero que no luchan jamás seriamente contra
el defecto dominante. Por tanto, se engañan al creer que van progresando
espiritualmente. El que quiera adelantar en la verdadera perfección debe
CONCENTRAR sus fuerzas hacia el lado débil de su corazón para protegerle contra
los ataques y las falacias del enemigo. Por lo cual será muy provechoso para él
combatir por medio de la oración, de lecturas espirituales y del examen
particular la mala inclinación que más trabajo le cueste corregir.
Luego desde el PRINCIPIO habrá de
resistir a la tentación, porque es más fácil vencer a un enemigo débil y
desarmado, que a un adversario poderoso y bien provisto de medios de defensa.
En sus comienzos, la tentación es siempre tímida o indecisa, pero si se le da
tiempo de crecer, se hace temible y nos expone a gravísimas caídas. Por
ejemplo, si tienes ganas de dar una mala contestación o de mirar algún objeto
peligroso, debes resistir desde el principio, “porque, como dice San Efrén, si
no se cierran pronto esas pequeñas heridas, se convertirán en úlceras
incurables”.
Para lograr
la victoria final es preciso una última condición: la de no conceder TREGUA al
defecto dominante. En el momento que lo creemos dormido, suele con frecuencia
despertar para atacar con mayor violencia. Es preciso reprimirlo no solo en
ocasiones de mayor peligro, sino también en una serie de encuentros y
escaramuzas en las que, al parecer, se interesa poca cosa. Es además indispensable
que nos prevengamos contra sus ataques, teniéndolo siempre dominado con ayuda
de vigilancia y mortificación constantes.
¿Es tal
nuestro modo de proceder? ¿No halagamos esta mala inclinación nuestra, en vez
de combatirla denodadamente? A veces hasta la amamos, porque es natural en
nosotros y está de acuerdo con nuestro temperamento, humor, carácter y con la
estimación y amor que a nosotros mismos
nos tenemos. Tengamos sumo cuidado, porque el defecto dominante podría
traicionarnos y envenenarnos cuando más blandos somos con él.
¡Oh Jesús
mío! Infúndeme el valor que necesito para vencerme, por medio de la oración y
solicita atención a mí mismo. Hazme recurrir siempre a ti y a María cuando
tenga que luchar contra mis defectos, y sobre todo contra aquel monstruo de
varias cabezas, del que más tengo que acusarme y arrepentirme cuando acudo al
santo tribunal de la Penitencia.
Comentarios
Publicar un comentario