9 DE JULIO


EL DEFECTO DOMINANTE

El vicio dominante es con frecuencia como el carácter DISTINTIVO de cada uno y el origen de todos los demás pecados. ¡Cuántas FALTAS e imperfecciones nos hace cometer diariamente! Tiene al alma esclavizada de modo tanto más peligroso cuanto más disimulado, por estar acostumbrada a dejarse gobernar de tan mala inclinación. Así vive uno en el engaño y está siempre dispuesto a defender el defecto que más tiraniza su corazón y que sin cesar le expone a caer en los mayores excesos.

Esta es precisamente la CAUSA o el origen más frecuente de todas las tentaciones. Porque despierta en todas las coyunturas favorables y suscita luchas, de las que el demonio que nos espía se sirve para arruinarnos. Peligros tan constantes deberían impulsarnos a vigilar y a orar. VIGILAR, para ahogar los primeros movimientos de la pasión: y ORAR, para obtener la ayuda divina, tan necesaria para vencer a nuestros enemigos. Si triunfamos del defecto dominante, sostén y arrimo de todos los demás, quitaremos a éstos su fuerza y su apoyo, y nos pondremos en camino de llegar en poco tiempo a la verdadera santidad.
                           
Por lo tanto, propongámonos todas las mañanas: 1º vivir recogidos y ser siempre dueños de nosotros mismo, para no perder la paz que tanta fuerza da al alma en la doma de sus perversas inclinaciones; que nunca está nuestra razón ni más iluminada ni más dispuesta para dominar las pasiones que cuando está tranquila y sosegada, aunque a su alrededor estén inquietos y turbados los sentidos y la imaginación; 2º estar firmemente resueltos a oponerse a cualquier inclinación que no sea buena, y que durante el día intente seducirnos y vencernos, porque, como dice la Imitación de Cristo: “Si nos esforzásemos más en la batalla a pelear como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor, que viene desde el cielo sobre nosotros. Porque dispuesto está a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos la victoria (Imit. Lib. 1, cap. 11).”
¡Oh Jesús mío crucificado! Concédeme la fuerza necesaria para domar el vicio o mala inclinación que me domina, ya sea el orgullo con sus pretensiones y sus susceptibilidades, ya la ira con sus brusquedades y amarguras, ya el espíritu de insubordinación con su mal humor, fantasías, caprichos y descontentos, o sea también la sensualidad con todas sus cobardías, pereza, falta de mortificación y aficiones peligrosas. Infúndeme, te ruego, espíritu de oración para obtener por él el valor de renunciar a mi mismo en todas las ocasiones, siguiendo tu precepto divino.

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