15 de Septiembre

 

LA DEVOCIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

La Santísima Trinidad nos ha dado ejemplo de los homenajes que habremos de rendir a María, la más pura, la más santa y la más sublime de todas las criaturas. El Padre eterno, tratándola como a hija predilecta, la dotó desde el primer instante de su inmaculada Concepción, con dones, prerrogativas y favores inmensamente superiores a cuantos concedió a todos los ángeles y bienaventurados juntos. Dios Hijo, al escogerla como Madre amadísima, le consagró entera obediencia y amor filial. Todos los días la saludaba, le daba gracias y la honraba con el respeto más sincero y el más tierno de los cariños, dándonos con su conducta hermosísimo ejemplo. El Espíritu Santo, que escogió a María para ser su Esposa purísima, le entregó los tesoros de la Redención, para que, enriquecida por encima de toda medida, pudiera proporcionar a los hombres todo lo necesario y lo sobreabundante relacionado con la salvación (San Alfonso de Ligorio). ¿Cabe más honra, confianza y ternura por parte del Creador hacia una sencilla criatura?

Por eso la IGLESIA, inspirada por su divino Fundador, nunca creyó excederse al elevar el culto de María a la altura en que lo ha puesto. Todos los años le consagra dos meses enteros, mayo y octubre, y celebra gran número de fiestas para recordar su inmaculada Concepción, nacimiento, dolores, vida y muerte, privilegios y virtudes. El sábado de cada semana le está dedicado, y la Iglesia también invita  a los fieles a que la saluden tres veces al día, cuando las campanas toca el Ángelus y nos recuerdan el inefable misterio, por el que María, al hacerse Madre de Dios, se hizo también nuestra Madre y Abogada todopoderosa cerca del Altísimo. Son innumerables los santuarios dedicados a esta gloriosa Reina, y por todo el orbe católico se la reza, invocándola con los nombres más dulces. Así confirma la Iglesia entera todo cuanto Doctores y Santos escribieron acerca del poder y de la bondad de María.

¡Oh Reina y Madre nuestra!, al considerar lo que la ADORABLE TRINIDAD, la SANTA IGLESIA y los verdaderos DISCÍPULOS DE JESÚS hicieron por ti, me siento avergonzado pensando con cuánta tibieza te sirvo. Obtenme, te ruego, las siguientes gracias: 1ª HONRARTE como Virgen inmaculada, Madre del Verbo encarnado, Soberana del cielo y de la tierra y la más perfecta imagen creada del ser increado; 2ª, AMARTE como a la más pura, a la más santa de las criaturas y como cooperadora con Jesús en la obra de nuestra restauración espiritual; 3ª REZARTE e INVOCARTE, porque eres la dispensadora de los bienes celestiales y la mediadora de nuestra salvación.


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