8 DE SETIEMBRE
NATIVIDAD
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Al
nacer María fue llamada por Dios a santificarse a sí misma y a trabajar por la
salvación del género humano. Para lograrlo, recibió desde el instante de su
Concepción un TESORO DE GRACIA muy superior al que poseen todos los ángeles y
todos los santos reunidos; tesoro que habría de hacerla la más grande de todas
las criaturas y Mediadora universal entre Dios y nosotros. Madre de Dios y
Madre de los hombres, tiene que estar colocada a la altura de estas dos
prerrogativas, por una eminentísima santidad y un poder de intercesión
proporcionado a nuestras necesidades.
Hija del
Padre y Esposa del Espíritu Santo, ha de ser trasunto de las más SUBLIMES
VIRTUDES y convertirse en el canal por el que se derramarán las gracias de su
Esposo celestial, que quiere por ella santificar a la humanidad caída. Su
perfección debe estar de acuerdo con el esplendor del trono para ella preparado
a la diestra de su Hijo divino. Tales destinos exigen dones y privilegios
inefables, como los recibidos por María, y FIDELIDAD sublime como la que la
Virgen practicó para estar a tono con tan grandes prerrogativas.
Nosotros
también, salva la proporción, hemos venido a este mundo para santificarnos y
conseguir a los demás la salvación. Para alcanzarlo, Dios nos dotó en el
Bautismo de un TESORO de fe, de esperanza, de caridad, de virtudes y dones
celestiales que hemos de poner en juego. A estas virtudes y dones añadió muchos
PRIVILEGIOS: el de la filiación en Cristo o adopción divina; el de nuestra
unión y semejanza con el Salvador, Viña mística y adorable MODELO, y el de ser
templos del Espíritu Santo de modo substancial y permanente.
En semejantes
condiciones y con las gracias actuales que cada día se nos conceden, no es
fácil cumplir nuestros destinos. ¿Lo hemos hecho hasta ahora? ¡Cuántos
reproches bien merecidos podría Dios dirigirnos! Desde la infancia, durante la
adolescencia y más tarde todavía, olvidándonos de nuestro último fin, hemos
obrado como si no dependiéramos de Dios, tomando por ley nuestras ideas y
nuestra propia voluntad. Lamentemos estos desvaríos y propongámonos redoblar el
fervor en el poco tiempo que nos separa de la eternidad.
¡Oh Dios mío!
Presérvame de la desgracia de resistir a tus luces, a tus atractivos y a los
buenos impulsos que me vienen de ti. A veces me inspiras huir de cierto
peligro, lectura, persona o pasatiempo; a veces me haces sentir deseos de
vigilar, de orar o enmendarme de determinados defectos. ¡Cuántas veces desoigo
estas invitaciones a la virtud! Si hubiera correspondido a la gracia desde la
infancia, quizá tendría ya adquirida la perfección de los santos. Concédeme, te
lo ruego, la más perfecta fidelidad para el recogimiento interior, para
escuchar allí tu voz, para obedecerte en todas mis obras y conducta.
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