16 DE ENERO
JESÚS, MODELO DE LA INFANCIA ESPIRITUAL
"Revestíos, dijo el Apóstol, de los sentimientos de nuestro Señor Jesucristo, que, teniendo la misma naturaleza que Dios, y no por usurpación sino por esencia, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo", pasando, por lo tanto, como todos los mortales, por todas las humillaciones de la infancia.
El niño comprende que no puede nada, nada tiene y nada sabe; por lo tanto, no tiene ninguna pretensión, no le pesan ni su impotencia, ni su ignorancia, ni su pobreza; todo lo soporta apacible y hasta parece complacerse DEPENDIENDO DE LOS DEMÁS. Lo que él es por naturaleza, debiéramos llegar a serlo por virtud, siguiendo el ejemplo de Jesús Niño. Aunque este modelo divino sobrepasa en dignidad y poder todo lo creado, estuvo sujeto y sometido, enseñándonos de esta manera a obedecer a todos los que tienen autoridad sobre nosotros.
Muy lejos de querer lucir, exhibirse, el niño no se da cuenta de los bellos sentimientos de su corazón, ni de las esperanzas que despierta, ni de la gracia que hace. Mientras todos se arroban con su candor, precocidad, rectitud y franqueza, él sigue ignorando sus cualidades. De este modo los santos, para imitar la infancia de Jesús, se humillaban tan profundamente, que olvidándose de sus personas, talentos, nobleza y virtudes, se consideraban como grandísimos pecadores ante la infinita Santidad. Se colocaban en los últimos puestos, y cuanto más los alababan y encumbraban, tanto más querían verse despreciados.
A esta profundísima humildad juntaban los santos los sentimientos que forman parte de la infancia evangélica. Efectivamente, el niño no se preocupa por nada; sabe que sus padres habrán de cuidar de él y no le dejarán sin alimento. De esta manera, cumpliendo nuestros deberes cuidadosamente, abandonémonos completamente a Dios, dejando nuestro pasado a su misericordia, nuestro presente a su beneplácito y nuestro porvenir a su divina y paternal providencia. Veamos si en nosotros son verdaderas estas disposiciones.
¡Oh Dios mío! Inspírame tú mismo el necesario espíritu de DEPENDENCIA para someterme a la autoridad legítima y ser dócil y sumiso a todos sus mandamientos. Infunde en mí la HUMILDAD y la sencillez cristiana, para que, viviendo sin pretensiones, sepa siempre conformarme con tu voluntad. Así lograré alcanzar CONFIANZA en ti y me abandonaré sin recelo entre tus manos. Sean cuales fueren las pruebas que me envíes, no permitas que yo pierda ni el espíritu de abandono confiado, ni la rectitud de la voluntad, ni la paz íntima del corazón.
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