2 DE ENERO
EL NOMBRE DE JESÚS
No existe nada en el mundo más capaz de inflamar de amor nuestro corazón como el nombre de Jesús. "Al pronunciar este nombre, dice San Bernardo, ME REPRESENTO a un hombre amable y misericordioso, dechado de todas las virtudes. Pienso que además es Dios y que, por tanto, posee todos los atributos divinos, siendo el sumo Poder, la eterna Sabiduría y el Amor personificado que, descendiendo hasta mí, me remedia y santifica." ¿Quién, al pensar en un amigo semejante, sería tan insensible que no le amase y agradeciese los inmensos beneficios de que le ha colmado?
¡Qué dones tan admirables! No solo se encarnó por nosotros el Verbo divino, sino que, pagando el precio infinito de su sangre, nos redimió y fue nuestro mediador ante la divina Justicia, renovándose perpetuamente todas estas maravillas por los Sacramentos de la Iglesia. ¿No es acaso Jesús quien después de habernos salvado, librado del infierno y de muchos males temporales, nos ha abierto las puertas del cielo, al poner en nuestras manos las llaves de la gracia? No es posible recordar este nombre divino sin traer a nuestra imaginación todos estos misterios tan consoladores y sin sentir nuestro corazón inflamarse de amor por el autor de tanto bien. ¡Oh Dios mío! Cuánta razón tenía el Apóstol, quien, al ser enviado a los gentiles para enseñarles vuestra doctrina, exclamaba lleno de ardor y de agradecimiento: "Sea anatema aquél que no ame al Señor Jesús (1 Cor. 16, 22)."
Pero lo que con más fuerza debe impulsarnos a amar a nuestro divino Redentor es el recuerdo de todas las ignominias y sufrimientos que PADECIÓ nuestro adorable Maestro, cuyo Nombre quiere decir: "Salvador". Este recuerdo debiera tener sobre nosotros tal imperio, que nos hiciera renunciar a nuestra propia voluntad y a todas nuestras malas inclinaciones, llevándonos suavemente hacia Dios. "Jesús murió, dijo el Apóstol, para que aquellos que viven no vivan ya para sí, sino para aquél que murió para lograr su salvación (2Cor.5, 15)."
Examinemos nuestra conciencia y veamos: 1º si buscamos únicamente a Jesús en nuestros pensamientos, intenciones, afectos y conducta; 2º si sacrificamos a Jesús todo lo que sabemos disgusta a su infinita bondad; sobre todo si procuramos corregirnos de nuestro defecto dominante.
¡Oh amabilísimo Redentor mío! Tu nombre de Jesús, al recordarme tus perfecciones, beneficios y sufrimientos, me llena de amor hacia ti. Dame fuerza para arrancar de mi corazón todo deseo e inclinación mundana. Por la intercesión de tu Santísima Madre establece en mí tu reinado, de tal manera que mi voluntad sea siempre y en todo dirigida por la tuya.
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