28 DE ENERO
LA OBEDIENCIA NOS SANTIFICA.
"No hay medio mejor para romper las ataduras del demonio, decía San Felipe Neri, que cumplir la voluntad ajena en todo lo que es lícito." Y ¿por qué? Porque al obrar de este modo se prescinde de la propia voluntad, siempre débil y depravada, para unirse a la Voluntad todopoderosa y santísima de Dios, manifestada por medio de los superiores. Si cumplimos esta divina voluntad, será imposible el quedar esclavizados del pecado, del demonio y de nuestras malas inclinaciones. Al leer la vida de los santos podremos comprobar que la mayoría de ellos llegaron a la perfección por la práctica de la obediencia. Nosotros no podríamos caminar por el buen camino si no practicásemos esta virtud. Todos los defectos tienen hondas raíces en la voluntad, y al prescindir de ésta los haríamos desaparecer. Por eso asegura San Agustín que la obediencia es la madre de todas las virtudes; a todas lleva en su seno, porque son hijas de la divina voluntad; la obediencia nos hace amigos de todas las virtudes, pues nos une al beneplácito del Señor.
Si estamos dominados por el orgullo, la impaciencia, la susceptibilidad; si desde bastante tiempo nos lamentamos de nuestra falta de vigilancia, recogimiento y espíritu de oración, y queremos saber la causa de esto, busquémosla en nuestra poca FE en la dirección, en nuestra poca obediencia a los consejos que se nos dan y en la poca confianza en la palabra de Dios. Precisamente la falta de obediencia motiva nuestra cobardía en las luchas contra nosotros mismos, nuestra inconstancia en cumplir las prácticas religiosas, nuestras alternativas, tan pronto de fervor como de tibieza, de confianza y de abatimiento, de paz y de intranquilidad, de alegría y de tristeza en el servicio de Dios. ¡Oh si supiéramos obedecer con la humildad y fidelidad de los santos, qué cambio tan grande se operaría en nosotros! ¡Qué pronto desaparecerían los defectos que tenemos que reprocharnos y las faltas que diariamente cometemos!
Dios mío, concédeme la gracia no solo de escuchar con atención todo cuanto mis superiores o mis confesores me mandan, sino de poner EN PRÁCTICA todo cuanto me recomiendan y aconsejan. Presérvame, en tan importante materia, de toda irreflexión, rutina, falta de atención e inconstancia. Hazme santificar la obediencia para que, a mi vez, sea yo santificado por tan excelsa virtud.
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