7 DE ENERO

 VOCACIÓN DE LOS REYES MAGOS

El Verbo encarnado no estaba ocioso en el establo donde reposaba. Desde el fondo del pesebre alumbra a todo hombre venido a este mundo y da a las almas fieles la luz de la fe. Fue el quien envió una estrella a los Magos de Oriente, ILUMINANDO al mismo tiempo sus inteligencias para atraerlos a Belén. Muchos otros contemplarían también el meteoro luminoso sin llegar a comprender su misteriosa aparición, y se limitarían a mirarlo admirándolo estérilmente. No pasó así con los Santos Reyes. Prevenidos por la gracia y sin dejarse intimidar por los respetos humanos ni por las reconvenciones de sus amigos y parientes, sin pensar en las fatigas y en los peligros a que se verían expuestos en tan largo viaje, se decidieron prontamente a seguir la señal que les fue dada por el cielo. Dios habla, su divina Voluntad se les manifiesta y esto les basta. ¡Cuánta fe, cuánta fidelidad!

Al llegar a las puertas de Jerusalén, la estrella desaparece, ¡de nuevo son probados!, pero sin el menor desconcierto fueron los Santos Reyes a consultar a los depositarios de las Escrituras sagradas, para oír de sus labios los divinos oráculos y humildemente conformarse a ellos. Apenas reanudaron su viaje, vieron de nuevo la estrella alumbrándoles el camino. Este fue el premio que recibieron por haberse sometido a los representantes de Dios.

No tardaron en llegar a Belén, ¿y qué encontraron allí? Ya habían sido antes sorprendidos en Jerusalén cuando vieron que aquella ciudad no ardía en fiestas para celebrar el nacimiento del Mesías; ahora su extrañeza no tuvo límites. En lugar de contemplar a un Rey ciñendo corona y rodeado de su corte, sólo ven a un Niño pobre, débil, que aun no habla. ¡Qué prueba más dura para su fe! ¿Quién no hubiera sucumbido a ella? Pero estos dignos descendientes de Abraham creen a pesar de todas las apariencias, se prosternan hasta el suelo, y, sin razonamientos, adoran al Dios eterno, hecho hombre por su amor. Llenos de admiración contemplan en Jesús la grandeza infinita convertida en pequeñez, el más radiante esplendor oscurecido, la divina realeza encubierta, se sienten embargados de los más variados sentimientos: de respeto, alegría, agradecimiento, ternura. ¿Qué triunfo más absoluto el de la fe, cuando es viva en los corazones!

Veamos si en nuestras relaciones con Jesús sacramentado no carecemos de esta fe viva, ya que en la Eucaristía le tenemos tan presente como le tuvieron los Magos en el Portal de Belén. Procuremos tener los mismos sentimientos de estos Santos Reyes siempre que entremos en una iglesia donde habite Jesús sacramentado.

¡Oh Redentor mío!, si los Magos se extrañaron al encontrarte envuelto en pobres pañales, cuánto más debiéramos nosotros extrañarnos al adorarte bajo las más humildes especies, después de la gloria de tu Resurrección. ¡Ah! Infúndeme: 1º la fe, el respeto y la admiración de los Santos Reyes por tu escondida grandeza; 2º su agradecimiento por haber sido escogido, con preferencia a tantos otros, para llegar a conocer los misterios de nuestra salvación; 3º su fervor y su fidelidad en aprovechar los medios de santificación que, aún más abundantemente que a ellos en Belén, me han sido otorgados con la divina Eucaristía.

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