9 DE ENERO

LOS PRESENTES DE LOS MAGOS (2)

En el día de la Epifanía Santa Gertrudis ofrecía al Señor, como MIRRA, todos los tormentos que padeció el divino Redentor en expiación de los crímenes del mundo. Ofrecía, como INCIENSO, todas las operaciones del alma sacrosanta de Jesús para reparar las negligencias de los hombres en el servicio de Dios. En vez del ORO, ofrecía la divinidad del Verbo encarnado, para compensar la insuficiencia e imperfección de las criaturas. Al terminar Santa Gertrudis estos actos de ofrecimiento vio en una ocasión a Jesús atravesar los cielos y llevarlos a la Santísima Trinidad: prueba evidente de que habían sido agradables a Dios.

¡Cuántas iniquidades cometidas atraen diariamente la cólera celeste sobre la faz de la tierra! ¡Cuántas faltas más o menos voluntarias añadimos a éstas nosotros mismos! ¿Cómo APLACAR la divina Justicia sino ofreciendo los sufrimientos y los méritos de un Dios? Es esta mirra escogida, símbolo de la muerte y sepultura de Jesús, lo que ofrecemos ante su cuna, para recordar al Padre celestial los méritos del Cordero divino que borran las iniquidades de la tierra, y serían suficientes para salvar una infinidad de mundos más culpables que el nuestro. Hagamos, pues, actos de arrepentimiento en unión del Corazón del Niño Jesús, tan afligido por nuestras culpas.

Además, ¡cuánta tibieza, cuánta frialdad podemos contemplar en la mayoría de los cristianos! Sin duda, también nosotros tenemos mucho que reprocharnos, muchas negligencias que lamentar en el trabajo de nuestra perfección. ¿Y qué mejor REPARACIÓN podríamos ofrecer al eterno Padre que el Niño divino, quien desde el humilde pesebre estaba ya haciendo actos de las más fervientes virtudes? De esta manera parece invitarnos a sacudir la pereza, a estimular la indiferencia, a despertar la fe, para ser más exactos en obedecer a la gracia y más fieles en observar los frutos de ésta. Este será el incienso de agradable aroma que, sirviendo de reparación por nuestra pasada tibieza, nos hará más ardientes, más abnegados en lo por venir.

Aunque nos fuese dado el ardor de los Serafines, no llegaríamos nunca a dar suficiente GLORIA a Dios. Con este fin recurramos de nuevo al Verbo encarnado y ofrezcámosle el oro de su divinidad, para poder así rendir al Creador todos los homenajes que le son debidos. ¡Oh Dios, Padre todopoderoso! Yo te presento en el establo de Belén y en nuestro tabernáculo a la Víctima adorable de nuestra salvación, con su cuerpo, alma y divinidad. Su CUERPO, que tanto sufrió, te lo ofrezco en expiación de mis pecados; su ALMA, tan fervorosa y santa, en reparación por mi cobardía en servirte; y, por último, su DIVINIDAD, como homenaje a tu grandeza y en acción de gracias por los innumerable beneficios que sin cesar me otorgas.