DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA
EL SERVICIIO DE DIOS
El Evangelio de hoy nos presenta al Señor bajo la figura de un padre de familia, que, al romper el día, salió a alquilar jornaleros para su viña (Mat. 20, 1). ¡Qué honor tan grande haber sido llamados por el Rey de reyes al altísimo honor de servirle! En el mundo SE ENVANECEN los que forman parte del séquito de príncipes; pero ¿a qué poderoso monarca podríamos comparar con el Creador del universo? ¿Podría acaso caber más gloria que la de servirle? ¿No es éste el oficio de los ángeles en el cielo? Y toda nuestra grandeza y libertad ¿no son dones que dimanan precisamente del servicio de Dios?
San Ambrosio decía que el servicio de Dios es la más alta de las dignidades, y San Agustín lo llamaba REALEZA, porque verdaderamente nada hay más noble que librarse del yugo vergonzoso del pecado, de la esclavitud del mundo, del infierno y de las pasiones, para convertirse en hijos de un Rey inmortal, participar de la divinidad aun en esta vida, antes de poder participar en la otra de su eterna gloria, ¿Cabe acaso mayor realeza que ésta? -Quizá en apariencia los servidores de Dios parezcan viles y despreciables a los ojos de los mundanos; y quizá por esto el Evangelio compara el servicio del Señor con la vid, árbol débil y deforme en apariencia, pero cuyo fruto se sirve en la mesa de los ricos, de los príncipes, de los reyes. Nuestras almas, al emplearse en servicio de Dios, atraen sobre sí el desprecio del mundo; pero ¡cuán fecundas son en frutos de virtudes y de méritos! ¡Cuán de envidiar en la íntima seguridad que tienen de participar un día del banquete del Rey de los reyes en la Jerusalén celestial!
El Señor, al concedernos los dones de la razón y de la fe, nos ha llamado a su servicio. Pero servirle es obedecerle. Por tanto, sujetémonos: 1º a LOS PRECEPTOS divinos, que nos mandan huir del pecado y doblegar la carne al espíritu; 2º a LA IGLESIA, que nos recomienda la oración, los sacramentos y cuanto está relacionado con el culto divino; 3º a LOS SUPERIORES LEGÍTIMOS, obedeciendo a cuanto nos ordenen, a sus intenciones y deseos, con espíritu de humildad y sacrificio; 4º a LA GRACIA, aceptando sus divinas insinuaciones y no resistiéndonos jamás a ella. este es el modo de aventajarnos en el santo servicio de Dios.
¡Jesús mío! Aleja de mí el espíritu mundano, ligero, egoísta, que no sabe levantarse por encima de la tierra; infúndeme TU ESPÍRITU, para que el mío se haga profundo, serio, abnegado, y me ocupe por completo en la santificación de mi alma. haz que considere a tu divino Padre como a un Amo amorosísimo, que exige poco y concede mucho, y facilita con su divina gracia la observancia de sus mandamientos. Estoy dispuesto, ¡oh Dios mío!, a morir antes que ofenderte o resistirme a tu Voluntad, aun cuando se trate de cumplir lo que me parezca de escasa importancia.
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