15 DE ENERO. IMITACIÓN DEL NIÑO JESÚS

 Aunque todo en el Niño divino es digno de ser imitado, copiemos de él especialmente la predilección que siempre tuvo por la vida HUMILDE Y ESCONDIDA, vida tan opuesta a nuestra sed desordenada de lucir y triunfar. Qué admirable es ver al Rey de la gloria, al Maestro por excelencia, esconder desde su nacimientos los inmensos tesoros de ciencia y sabiduría que posee. En vez de escoger por cuna una ilustre ciudad, en vez de rodearse de los grandes y de los sabios de la tierra, nace el Verbo encarnado, esplendor del Padre, en una gruta ignorada, en medio de las tinieblas y del silencio de la noche, y solo a sencillos y humildes pastores fue anunciado su advenimiento, que debía cambiar la faz del mundo al regenerarlo. ¡Oh misterio de humildad! Cuán admirable eres. Tú nos haces preferir ser ignorados, olvidados, despreciados de los hombres, antes que exponer el alma a los peligros de la vanagloria y de la ambición.

Nuestro divino Maestro ha sido siempre amante de la SOLEDAD. Nacido en un establo abandonado, cuando desea conversar con un alma, la atrae hacia si, aislándola en cierto modo. "La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón (Os. 2, 14)", dice el Señor. De esta manera nos demuestra cuánto desea vernos enteramente desprendidos, separados de todo, con el fin de que no tengamos más pensamiento que él, y solo a él amemos. Así, pues, cada vez que perdemos el tiempo conversando inútilmente con las criaturas, nos alejamos de la voluntad de nuestro Rey, Maestro y Modelo, que nos quiere enteramente para sí.

Para pertenecer a Jesús sin reserva es necesario que sepamos, siguiendo su divino ejemplo, renunciar a nuestra propia voluntad. El Apóstol nos hace ver claramente que nunca se buscó a sí, al escribir estas palabras: "Considera que Cristo nunca buscó su propia satisfacción (Rom. 15, 3)." Y el evangelista San Juan pone en boca del Señor estas hermosas frases: "De mi mismo nada hago (Juan 8, 28). El Padre, que está en mí, él mismo hace conmigo las obras que yo hago (Juan 14, 10)." Jesús quiere de este modo quedar oscurecido hasta el punto de prescindir de su propia voluntad. Él, el Dios todopoderoso, Señor de todo el universo. ¿Cuándo, siguiendo su divino ejemplo, aprenderemos a someter espíritu, corazón, todo nuestro ser y nuestros más mínimos deseos, sujetándolos en todo a las intenciones y planes del Padre celestial, sin resistirle jamás en nada?

¡Oh Jesús, Verbo encarnado! Tu serás quien opere en mi esta perfecta transformación que deseo; transformación que me hará amar la vida oculta la vida retirada del mundo; la vida de renunciamiento a mí mismo y a todo aquello que no seas tú. Dame tu gracia, ¡oh Jesús!, y yo uniré mis trabajos y mis esfuerzos con ella, tomando las siguientes resoluciones: 

  1. Creer firmemente que no existe nada tan hermoso como el militar bajo tus banderas, ¡oh Rey inmortal, y que vivir oscurecido a tu lado sobrepasa en esplendor todas las glorias de la tierra.
  2. Estar siempre recogido, con el fin de no dejar de oír nunca tu voz y meditar tu doctrina, ¡oh Maestro incomparable, que te complaces en instruirnos en silencio y soledad interior.
  3. Orar siempre, porque la oración es el mejor medio de aprender a conocerte, ¡oh divino Modelo!, y de adquirir las fuerzas necesarias para imitar tu abnegación perfecta. 
¡Virgen Santísima, María!, y tú ¡bendito San José!, ayúdame a ser fiel en el cumplimiento de mis resoluciones; me pongo bajo vuestra protección, no me desamparéis jamás.

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