20 DE ENERO. DOLOR DE MARÍA AL OFRECER A JESÚS EN EL TEMPLO

 El pensamiento de los dolores de María, y el pensamiento de un Dios que se ofrece como víctima por nuestros pecados, debería mover nuestro corazón y llenarlo de ARREPENTIMIENTO. Este Dios, por decirlo así, quiere morir no una sola vez, sino tantas veces como momentos hubiere en su vida, tantas veces como lo quisiera su Padre. De la misma manera procede su Madre santísima, tan desolada. ¿Quién no se emocionaría arrepentido ante el pensamiento de semejante expiación? ¡Qué mal tan grande y tan incomprensible ha de ser el pecado para exigir semejante reparación de Dios y de la Madre de Dios! Como lo sufrimientos de Jesús y de María no se interrumpieron jamás, así nunca debiéramos dar tregua a la contrición de nuestra alma. En todo instante debiéramos estar deplorando amargamente la desgracia de haber ofendido a un Dios tan bueno, perfecto y amable, que quiso ofrecerse entre las manos de su Madre, con la intención de inmolarse por nosotros.

"Señor, deberíamos decir: puesto que soy CULPABLE, yo me entrego a tu divina justicia. Pero tu divina justicia se ha aplacado gracias a la sangre del Salvador, derramada por los corazones arrepentidos. Por tanto, yo me abandono a tu misericordia; envíame pruebas y trátame con rigor en esta vida con tal de que me perdones en la otra. Me conformo, viniendo de tu mano."

¿Son éstos, acaso, nuestros sentimientos? ¿No nos conformamos con un débil arrepentimiento puramente interior, sin ejercitarnos en la penitencia y MORTIFICACIÓN? Y cuando el Señor nos prueba en su bondad ¿no osamos a veces decirle: "¿Qué he hecho yo, Dios mío, para que tan severamente me trates"? ¡Oh, deplorable ceguedad la nuestra!, que con tanta frecuencia nos hace olvidar las veces que hemos merecido el infierno. Jesús y María no se conformaron solamente con el dolor de corazón para expiar nuestras culpas; se impusieron, además, la dura prueba de subir juntos al Calvario e inmolarse por la salvación de la humanidad.

¡Oh víctimas inocentes y generosas! ¡Cómo me avergüenzo de mí al contemplar vuestro heroico sacrificio? Yo, que con frecuencia digo a Dios: "Señor, hágase en mi tu voluntad, dispón de mí como quieras", si él me toma la palabra y me envía alguna prueba, aridez o tentación, me entristezco sobremanera y me quejo amargamente de la mano que, al inferirnos leves heridas, cura las hondas llagas de nuestra alma. ¡Oh Jesús! ¡Oh María! Inspiradme el verdadero espíritu de MORTIFICACIÓN; DADME FUERZAS: 

  1. Para enderezar mis torcidas tendencias, origen de pecados.
  2. Para soportar con paciencia las enfermedades del cuerpo y las humillaciones del alma, como expiación de las ofensas que contra Dios he cometido.
  3. Para sacrificarme voluntariamente de cuando en cuando en reparación de mis muchos agravios y para lograr la curación completa de mi alma.

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