21 DE ENERO. LA VIRGNIDAD DE SANTA INÉS

 Santa Inés fue conducida ante el tribunal del gobernador romano, éste era el padre de su infame pretendiente y quería a toda costa hacerla aceptar la mano de su hijo, y, como insistiera en su afán, ella le respondió: "nada en el mundo sería capaz de hacerme abandonar al Esposo que he escogido y que ME RODEA por todas partes como una muralla infranqueable." -Entonces el tirano, exasperado, ordenó que la angelical virgencita fuese conducida a un lugar donde fuese infamada; pero ¡oh prodigio!, los cabellos de la inocente niña, creciendo milagrosamente, le cubrieron como un manto de la cabeza a los pies. Su Esposo celestial le envió una blanca vestidura, y el Ángel del Señor se colocó a su lado dispuesto a defenderla. Aquel espectáculo admirable y singular llenó de temor a algunos paganos, que, cambiados los corazones, se hicieron cristianos.

Procopio, el hijo del gobernador, desafiando al ANGÉLICO GUARDIÁN, se atrevió a mirarla, pero cegado repentinamente, cayó al suelo como herido de un rayo en mitad del corazón, quedando la familia sumida en la mayor desolación. A instancias del padre, Inés, perdonando el agravio que le había sido inferido, le resucitó con sus plegarias, convirtiéndole desde aquel instante en valiente confesor de la divinidad de Jesús. ¡Qué grande es el poder de un alma pura! El Esposo de las vírgenes nada sabe rehusar a sus esposas. Inés fue condenada a morir quemada, pero Jesús no permitió que las llamas la tocasen, y fue espada de verdugo la que segó en flor la vida de esta tierna víctima, que al morir bendecía en alta voz al Amado de su corazón.

Nadie podrá explicarnos el precio de la virginidad, cuyo valor es tan grande, que innumerables mártires perdieron su vida por guardarla. Ella exige de nosotros el MARTIRIO DE LOS SENTIDOS, sacrificando cuanto los halaga y fomenta la concupiscencia. Para ser puros debemos ejercitarnos: 1º mortificando los gustos del paladar, siendo sobrios en nuestras comidas; 2º siendo modestos y recatados en nuestra persona, evitando todo espectáculo, entrevista, lectura y discurso peligroso. Estos medios, unidos a la ORACIÓN, nos harán pertenecer sin reserva a esa casta generación, bella y esclarecida, alabada por el Espíritu Santo.

¡Oh Jesús, Esposo de las vírgenes!, por la intercesión de la Virgen inmaculada y de Santa Inés mártir, concédeme la gracia de recurrir siempre a ti, a María y a José cuantas veces sea tentado contra la pureza. Hazme practicar hasta la muerte tan angelical virtud, ayudado por la contante MEDITACIÓN y por la MORTIFICACIÓN de los sentidos.

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