7 DE ENERO. VOCACIÓN DE LOS REYES MAGOS

 Jesús niño nos HA PREDESTINADO como a los Reyes Magos, no solamente a la fe y a la gracia, sino a su perfecto amor. ¡Cuántas pruebas de esta verdad hemos tenido en nuestra vida! Apenas nacidos, fuimos llevados a la fuente bautismal, purificados del pecado, arrancados de las garras de Satanás, hechos hijos de Dios y de la Iglesia y constituidos herederos del reino de los Cielos. Para darnos tiempo a que aumentemos nuestros méritos, el Señor ha dilatado nuestros días, ha hecho que recibamos una educación cristiana, ha derramado sus luces sobre nosotros y nos ha inspirado el amor a la piedad. Cuántos buenos impulsos, cuántas virtuosas inclinaciones tenemos gracias a él, y qué bien podríamos aprovechar esos impulsos, esas inclinaciones ayudados de la oración bajo todas sus formas y en todos los momentos, por la recepción de los Sacramentos, tan fecundos en frutos de salvación, y por el Santo Sacrifico, del mismo valor que le del Calvario, con que se rescató el género humano, vendido al demonio por el pecado.

¿Nos habrán sido otorgados sin finalidad TANTOS SOCORROS?¿No son acaso prueba de que el Señor nos quiere santos y perfectos? ¡Qué estrecha cuenta tendremos que rendirle si, a causa de nuestra negligencia, no correspondemos a tantas gracias, o si, por nuestra tibieza voluntaria, abusáramos de ella en detrimento de su gloria y de nuestro progreso! Es, pues, importantísimo para nosotros hacer fructificar en nuestras almas los dones celestiales, trabajando diariamente en la obra de santificación. ¿Nos hemos ejercitado en esto? ¿No somos tal vez insensibles a las quejas que en el fondo del corazón nos dirige el Niño Dios? Examinémonos delante del pesebre y veamos: 

1º Si por darle gusto, COMBATIMOS nuestra vanidad, disipación, aficiones, deseos impacientes, vivas reacciones y tantos obstáculos como dificultan en nosotros la acción de la gracia.

2º Si con el deseo de imitarle, INSISTIMOS en humillarnos ante Dios, condescender con nuestro prójimo, despreciarnos a nosotros mismos, tener siempre en nuestra mente el pensamiento de Dios, resignándonos ante las adversidades.

¡Oh amabilísimo Salvador! Tú que me llamas como a los Magos y quieres que me perfeccione en tu amor, no permitas que yo sea desobediente a tu voz e insensible a tus atractivos. ¡Cuánto no tuvieron que sufrir los Santos Reyes hasta llegar a ti! ¡Cuántas fatigas, molestias, privaciones! Infúndeme el valor de cumplir estas resoluciones: 

1º Trabajar para santificarme con toda seriedad, como los Santos Reyes, llevando una vida de vigilancia, recogimiento y oración.

2º Soportando con paciencia las penas, disgustos y dificultades que hayan de presentarse en el cumplimiento del deber.

3º Renunciando a mi propio criterio, a mi voluntad, a mis torcidas inclinaciones y a todos los defectos que impiden tu reinado perfecto en mi alma.

Te pido estas gracias por la intercesión de tu divina Madre, de tu Padre adoptivo y de los Santos Reyes que visitaron tu cuna.

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