8 DE ENERO. LOS PRESENTES DE LOS MAGOS

 Los regalos de los Reyes Magos abrazan en su significación toda la perfección evangélica, es decir, los deberes HACIA DIOS, que figuran representados por el incienso de la oración; los deberes HACIA EL PRÓJIMO, a quien tenemos que socorrer con nuestras limosnas, simbolizadas por el oro; y los deberes para con NOSOTROS MISMOS en la lucha contra nuestros vicios, mortificación que habremos de imponernos y que está representada en la mirra ofrecida al Niño divino. Esto deberes son el compendio de todas las virtudes, y hacen de nosotros los verdaderos discípulos del Verbo humanado.

Para el mejor cumplimiento de nuestras PRÁCTICAS PIADOSAS, nada más eficaz que unirnos al Niño de Belén. Desde su humilde pesebre rinde al Padre eterno los más perfectos homenajes de adoración, dependencia, agradecimiento, confianza y abnegación. Homenajes que son como el alma de la sólida piedad y de la verdadera devoción. Unámonos a sus sentimientos siempre que nos prosternemos ante Dios.

Meditemos también en la infinita CARIDAD de Jesús, caridad para con nuestras almas, que ha de servirnos de modelo en nuestro amor al prójimo. La manera que tuvo de ofrecer sus padecimientos en provecho de nuestra salvación nos enseña con cuánta generosidad debemos perdonar, cómo debemos olvidar las ofensas, cómo soportar los defectos ajenos y colmar de bienes incluso a los que nos odian, nos persiguen, nos calumnian.

Pero no lograríamos semejante perfección sin la más completa MORTIFICACIÓN, es decir, si no ordenáramos nuestros sentidos, deseos, temperamento; si no combatiéramos en nosotros mismos la ira, el odio, la impaciencia; si no fuéramos abnegados; si no enderezáramos nuestras torcidas inclinaciones; en una palabra, si no nos doblegáramos a la voluntad y aun al capricho del prójimo para edificarle y llevarle por el camino de la virtud. Examinémonos y veamos si no estamos muy lejos de alcanzar la cima de este perfecto renunciamiento.

¡Adorable Salvador! Infúndeme fuerzas para que, aun a costa de los más grandes sacrificios, sea capaz de dar a Dios y a mis semejantes todo lo que la piedad y la caridad me reclaman para ellos. Para lograr este fin te pido:

1º Que despertando mi dormida fe, vea yo los motivos que me obligan a obedecer sin demora todos los divinos preceptos, a respetar al prójimo y a despreciarme a mí mismo.

2º Que me penetres de tu amor para que sea capaz de abnegarme en servicio del Padre celestial y por la felicidad del prójimo.

3º Que me inspires firme resolución de no pecar jamás contra la caridad, guardando todas aquellas impresiones mías que pudiesen aún solo rozar la caridad con Dios y con el prójimo.

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