29 Abril JESÚS, NUESTRO CONSUELO
El Salvador nos dijo: “Venid a mí todos los que andáis agobiados con cargas y trabajos, que yo os aliviaré”, e inmediatamente añadió: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas (Mateo 11, 29-30)”, indicándonos con esto cuáles son las condiciones precisas para participar de sus beneficios.
“TOMAD” pero
no a la fuerza, sino contentos por ello; “tomad MI YUGO”, mi yugo suave y
ligero, que en nada se parece al yugo del mundo, de las pasiones o del
infierno. Los deberes que yo os impongo están plenamente de acuerdo con la sana
razón, con la equidad y con la justicia. Los deberes que yo quiero que cumpláis
elevan la inteligencia, ennoblecen la voluntad. Yo los hago fáciles por mi gracia,
por la paz que inunda los corazones de quienes los practican y por la seguridad
que dan de obtener la felicidad eterna, como premio de haberlos cumplido.
Estos
deberes, es verdad que a veces parecen penosos a los espíritus soberbios e
insubordinados; pero ¿por qué? Sencillamente porque se resisten a todo yugo y
no saben los desgraciados que de este modo se hacen esclavos del vicio. –En
cuanto a vosotros, mis amigos, añade el divino Maestro, penetrad en mi corazón,
allí podéis saturaros, gracias a la oración y a la meditación, de sentimientos
verdaderos de humildad y mansedumbre, y nunca os habréis de lamentar de haberme
sido fieles. La HUMILDAD os enseñará a colocaros en el último lugar, a vivir
escondidos e ignorados sin pretensiones, haciéndoos al mismo tiempo sumisos a
la autoridad y fieles a mis preceptos, dando de esta manera tranquilidad a
vuestras almas, o sea la paz prometida a aquellos que observan mis leyes.” -Y
la mansedumbre o DULZURA que en mi corazón hallaréis os hará gustar del
verdadero reposo, aun en medio de las pruebas y de las humillaciones. Por esta
virtud de la dulzura tiene el don de inspirar calma y paciencia, cuando más
agobiados nos sentimos por causa de las aflicciones de esta vida. –De esta
manera nos habla Jesús.
¿Y nosotros somos
dóciles a su voz? ¿Por qué nos turbamos, nos preocupamos, nos enfadamos con
tanta frecuencia? ¿No será por nuestra falta de humildad, de dulzura, de
resignación? ¡Cuán fácil y suave nos sería seguir a Jesús, si fuéramos siempre
sumisos, dóciles, pacientes, siempre conformes con la voluntad de Dios! Si suprimiésemos
las zozobras del orgullo, las torturas de la envidia, los tormentos e
inquietudes de la ambición, de la vanidad y del amor propio, podríamos en
nosotros mismos experimentar cuán grande es la felicidad de los humildes, de
los pequeños, según el espíritu de Dios.
¡Oh Jesús, oh
María!, os ruego que me hagáis comprender más cada día lo duro que es de
soportar el yugo de las malas pasiones y concededme las siguientes gracias:
1.
Vivir
anonadado en vuestra presencia y penetrado del sentimiento de mi impotencia
para realizar el bien sin vuestra ayuda.
2.
Confiar
plenamente en vosotros y abrazarme, confiando en vuestro socorro, con todas las
penas y las humillaciones que queráis enviarme.
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