VANIDAD DEL MUNDO (2)
¿Qué nos aprovecha nuestra soberbia? - dirán los grandes del mundo que están en el infierno- ¿De qué nos sirve el orgullo de nuestras riquezas? Todo pasó como una sombra, y no ha quedado de todo aquello más que tormentos eternos. En la hora de la muerte el recuerdo de las prosperidades mundanas no nos producirá confianza, sino temor y confusión.
En tantos años de vida y de religión, ¿qué he hecho hasta ahora por Dios? Señor, ten piedad de mí, y no me arrojes de tu presencia.
La hora de la muerte es la hora de la verdad; entonces se ve que todo lo de este mundo es vanidad, humo, ceniza. ¡Cuántas veces te he cambiado por nada! Ya no me atrevería a esperar el perdón si no supiera que has muerto por mí. Ahora te amo sobre todas las cosas, y aprecio más tu gracia que todos los reinos del mundo.
La muerte es un ladrón: Aquel día viene como un ladrón; es un ladrón que nos despoja de todo: de todo, de hermosura, de dignidades, de parientes, y hasta de nuestra carne.
Se le llama también aquel día día de ruina; en él perdemos todos los bienes y todas las esperanzas de este mundo.
Poco me importa, JESÚS mío, perder los bienes de la tierra, con tal que no te pierda a Ti, bien infinito.
Ensalzamos a los santos que por amor de Jesucristo despreciaron todos los bienes de la tierra, y, sin embargo,nosotros nos apegamos a ellos con tanto peligro de condenación.¡ Haz, Dios mío, que sea todo tuyo antes que me sorprenda la muerte!.
Gran fuerza secreta de la muerte que hace desvanecer todas las ilusiones del mundo. Miradas desde el lecho de muerte, las cosas más ambicionadas por el mundo pierden todo su encanto. La sombra de la muerte empaña el brillo de todas las bellezas.
¿Para qué las riquezas, si no ha de quedar de ellas más que un sudario para el cadáver? ¿Para qué la belleza del cuerpo, si ha de reducirse a un puñado de gusanos? ¿Para qué los altos cargos, si han de sepultarse en el olvido de una fosa?
Exhorta SAN JUAN CRISÓSTOMO: "Vete al sepulcro; mira el polvo y los gusanos; llora y piensa: En eso me he de convertir yo, y no lo pienso, y no me doy a Dios." ¿Quién sabe si los pensamientos que ahora leo no son para mí la última llamada?
Amado Redentor mío, yo acepto la muerte tal cuál te plazca enviármela; pero antes de llamarme a juicio dame tiempo para llorar las ofensas que te he hecho. Te amo, JESÚS mío, y me pesa de haberte menospreciado. (continuará...)
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