San Pío X


José Sarto, más conocido bajo el nombre de Pío X, nació el 2 de junio de, 1835 Riese, un pequeño pueblo de 4.500 personas, incluyendo a sus padres, Juan Bautista y Margarita Sarto Sansón, contrajeron matrimonio el 13 de febrero de, 1833 en la iglesia parroquial san Mateo. En esta Iglesia será donde el pequeño José fue bautizado el día después de su nacimiento.

Su familia de nivel muy modesto, pues Juan Bautista era un alguacil municipal y en cuanto a Margarita, ella una costurera del país. 

De su unión nacieron diez hijos: José, Giuseppe (José), Ángel, Teresa, Rosa, Antonia, María, Lucía, Ana y Pedro; pero el primero y el último de los muchachos (José y Pedro), recién nacidos, volaron al Paraíso. Esta es la razón por la cual el segundo niño fue bautizado como José. Sin embargo, ¿quién podría decir de este último que algún día sería el sucesor de San Pedro?
  
Como en todas las familias modestas y numerosas, la familia Sarto tenía que tener cuidado, porque los ingresos eran bajos, pero todos se resignaban a la voluntad del Señor, satisfechos con la mesa que servían todos los días.
 
Esposa y madre ejemplar, Margarita trató de inculcar a sus hijos las virtudes cristianas que había heredado de sus padres.

Fue en este espíritu que el pequeño José creció. A menudo iba a rezar al santuario de Cendrole, a un kilómetro de Riese, porque desde muy pequeño tenía una devoción especial por la Santísima Virgen. 

Nunca se perdió el catecismo o la misa. Fue una alegría para él asistir a los servicios y servir en el altar como monaguillo. En su casa, le gustaba construir pequeños altares con sus hermanos, donde, con sencillez infantil, practicaba las ceremonias de la iglesia. Estos actos de piedad ingenua pusieron en su corazón las primeras semillas de esa vocación que algún día lo convertiría en el Santo Papa que conocemos.

Este pronunciado gusto por el catecismo y la misa no dejó de atraer la atención de Don Fusarini, el sacerdote que lo había bautizado. Cuando completó con éxito sus estudios primarios, aprendió latín y asistió, de 1846 a 1850, al colegio de Castelfranco (a 7 km de Riese) para realizar los estudios secundarios. 

A los 10 años de edad, José Sarto recibió la Confirmación el 1 de diciembre de 1845 en la catedral de Asolo, y la primera comunión 6 de Abril de 1847.

En verano e invierno, caminaba descalzo (para no desgastar los zapatos) dos veces al día por el camino que lo llevaba de su casa a la universidad y con un pedazo de pan en el bolsillo, para su comida. Excelente estudiante, siempre fue el primero.

Después de un brillante éxito en el examen para poder ser candidato al seminario, el niño quería ingresar porque se sentía llamado al sacerdocio.  Desgraciadamente el escaso ingreso de sus padres, apenas era suficiente para mantener a la gran familia, y era imposible incurrir en gastos adicionales.
 
Las oraciones y la confianza en la Divina Providencia trajeron finalmente el consuelo a la familia: el Patriarca de Venecia tenía varias becas para el Seminario de Padua. Los jóvenes que deseaban aspirar al sacerdocio y de muy escasos recursos podrían acogerse a ellas. El cardenal Jacobo Monico, nativo de Riese, fue informado por un sacerdote del difícil caso de la familia Sarto, y muy a gusto le otorgaron una de estas becas.

Fue así como la Providencia encaminaba a su futuro Vicario en la tierra. Con muchas dificultades materiales, pero siempre haciendo que su Providencia resaltara sobre la marcha de quien sería un día faro de luz contra los embates del modernismo y del racionalismo.



José Sarto, comienza su carrera eclesiástica

En 1850 recibió la tonsura de manos del Obispo de Treviso y obtuvo una beca de la Diócesis de Treviso para estudiar en el seminario de Padua, donde terminó sus estudios filosóficos, teológicos y de los clásicos con honores. Fue ordenado sacerdote en 1858, y durante nueve años fue capellán de Tómbolo, teniendo que asumir muchas de las funciones del párroco, puesto que éste ya era anciano e inválido. Buscó perfeccionar su conocimiento de la teología a través de un estudio asiduo de Santo Tomás y el derecho canónico; al mismo tiempo estableció una escuela nocturna para la educación de los adultos, y siendo él mismo un ferviente predicador, constantemente era invitado a ejercer este ministerio en otros pueblos.

En 1867 fue nombrado arcipreste de Salzano, un importante municipio de la Diócesis de Treviso, en donde restauró la iglesia y ayudó a la ampliación y mantenimiento del hospital con sus propios medios, en congruencia con su habitual generosidad hacia los pobres; especialmente se distinguió por su abnegación durante una epidemia de cólera que afectó a la región.
Mostró una gran solicitud por la instrucción religiosa de los adultos. En 1875 creó un reglamento para la catedral de Treviso; ocupó varios cargos, entre ellos, el de director espiritual y rector del seminario, examinador del clero y vicario general; más aún, hizo posible que los estudiantes de escuelas públicas recibieran instrucción religiosa.

En 1878, a la muerte del Obispo Zanelli, fue elegido vicario capitular. El 10 de Noviembre de 1884 fue nombrado Obispo de Mantua, en ese entonces una sede muy problemática, y fue consagrado el 20 de Noviembre.

Su principal preocupación en su nuevo cargo fue la formación del clero en el seminario, donde, por varios años, enseñó teología dogmática y, durante un año, teología moral. Deseaba seguir el método y la teología de Santo Tomás, y a muchos de los estudiantes más pobres les regaló copias de la “Summa Theologica”; a la vez, cultivó el Canto Gregoriano en compañía de los seminaristas.
La administración temporal de la sede le impuso grandes sacrificios.

En 1887 celebró un sínodo diocesano. Mediante su asistencia en el confesionario, dio ejemplo de celo pastoral. La Organización Católica de Italia, conocida entonces como la “Opera dei Congressi”, encontró en él a un celoso propagandista desde su ministerio en Salzano.

En el consistorio secreto celebrado en Junio de 1893, León XIII lo creó Cardenal, con el título de San Bernardo de las Termas; y en el consistorio público, tres días más tarde, fue preconizado Patriarca de Venecia, conservando mientras tanto el título de Administrador Apostólico de Mantua.

En Venecia el cardenal encontró un estado de cosas mucho mejor que el que había hallado en Mantua. También allí puso gran atención en el seminario, donde logró establecer la facultad de derecho canónico.

Promovió el uso del Canto Gregoriano y fue gran benefactor de Lorenzo Perosi; favoreció el trabajo social, especialmente los bancos en las parroquias rurales; se dio cuenta de los peligros que entrañaban ciertas doctrinas y conductas de algunos Cristiano-Demócratas y se opuso enérgicamente a ellas.



José Sarto elevado a la más alta dignidad de la Iglesia

A la muerte de León XIII, los cardenales se reunieron en cónclave y, después de varias votaciones, Giuseppe Sarto fue elegido el 4 de Agosto al obtener 55 de 60 votos posibles. Su coronación tuvo lugar el siguiente Domingo, 9 de Agosto de 1903.

En su primera Encíclica, deseando revelar hasta cierto punto su programa de trabajo, mencionó el que sería el lema de su pontificado: “instaurare omnia in Christo” (Ef 1,10).
En consecuencia, su mayor atención giró siempre sobre la defensa de los intereses de la Iglesia.

Sus esfuerzos se dirigieron principalmente a promover la piedad entre los fieles, y a fomentar la recepción frecuente de la Sagrada Comunión, y, si era posible, hacerla diariamente (Decr. S. Congr. Concil., 20 de Diciembre, 1905), dispensando a los enfermos de la obligación de ayunar para poder recibir la Sagrada Comunión dos veces al mes, o incluso más (Decr. S. Congr. Rit., 7 de Diciembre, 1906).

Finalmente, mediante el Decreto “Quam Singulari” (15 de Agosto, 1910), recomendó que la Primera Comunión en los niños no se demorara demasiado tiempo después de que alcanzaran la edad de la discreción.

El quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción fue una ocasión que supo aprovechar para impulsar la devoción a María (Encíclica “Ad illum diem”, Febrero 2,1904); y el Congreso Mariano junto con la coronación de la imagen de la Inmaculada Concepción en el coro de la Basílica de San Pedro fueron una digna culminación de la solemnidad.

Fuera como simple capellán, como obispo, y como patriarca, Giuseppe Sarto fue siempre un promotor de la música sacra; como Papa publicó, el 22 de Noviembre de 1903, un Motu Proprio sobre música sacra en las iglesias, y, al mismo tiempo, ordenó que el auténtico Canto Gregoriano se utilizara en todas partes.

En la Encíclica “Acerbo nimis” (Abril 15, 1905), planteó la necesidad de que la instrucción catequética no se limitara a los niños, sino que también fuera dirigida hacia los adultos, dando para ello reglas detalladas, especialmente en lo referente a escuelas adecuadas para la impartición de la instrucción religiosa a los estudiantes de escuelas públicas, y aun de universidades.

Como obispo, su principal preocupación había sido la formación del clero, y de acuerdo con este propósito, una Encíclica dirigida al Episcopado Italiano (Julio 28, 1906) hacía énfasis en la necesidad de tener mayor cuidado en la ordenación de sacerdotes, llamando la atención de los obispos sobre el hecho de que, entre los clérigos más jóvenes, se manifestaba cada vez con mayor frecuencia un espíritu de independencia que era una amenaza para la disciplina eclesiástica.

Pero por sobre todas las cosas, la principal preocupación del Papa era la pureza de la fe. En varias ocasiones, como en la Encíclica con respecto al centenario de San Gregorio Magno, Pío X resaltaba los peligros de ciertos métodos teológicos nuevos, los cuales, basándose en el Agnosticismo y el Inmanentismo, por fuerza suprimían la doctrina de la fe de sus enseñanzas de una verdad objetiva, absoluta e inmutable, y más aun cuando estos métodos se asociaban con una crítica subversiva de las Sagradas Escrituras y de los orígenes del Cristianismo.

Por esta razón, en 1907, publicó el Decreto “Lamentabili” (llamado también el Syllabus de Pío X), en el que sesenta y cinco proposiciones modernistas fueron condenadas. La mayor parte de estas se referían a las Sagradas Escrituras, su inspiración y la doctrina de Jesús y los Apóstoles, mientras otras se relacionaban con el dogma, los sacramentos, la primacía del Obispo de Roma.

Inmediatamente después de eso, el 8 de Septiembre de 1907, apareció la famosa Encíclica “Pascendi”, que exponía y condenaba el sistema del Modernismo. Este documento hace énfasis sobre el peligro del Modernismo en relación con la filosofía, apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina, y muestra la contradicción entre esa innovación y la fe tradicional; y, finalmente, establece reglas por las cuales combatir eficazmente las perniciosas doctrinas en cuestión.

Una necesidad sentida durante mucho fue la de codificar la Ley Canónica, y con la intención de llevarla a cabo, el 19 de Marzo de 1904, Pío X creó una congregación especial de cardenales, de la que Gasparri, convertido en cardenal, sería el secretario.

León XIII llevó la cuestión social dentro del ámbito de la actividad eclesial; Pío X también deseó que la Iglesia cooperara, o, mejor aún, desempeñara un papel de liderazgo en la solución de la cuestión social; sus puntos de vista en esta materia fueron formulados en un syllabus de diecinueve proposiciones, tomadas de diferentes Encíclicas y otras Actas de León XIII, y publicadas en un Motu Proprio (Diciembre 18, 1903), especialmente para la orientación en Italia, donde la cuestión social era un asunto espinoso a principios de su pontificado. Buscó especialmente reprimir ciertas tendencias que se inclinaban hacia el Socialismo y promovían un espíritu de insubordinación a la autoridad eclesiástica.

Como resultado del aumento constante de divergencias, la “Opera dei Congressi”, la asociación Católica más grande de Italia, fue disuelta. No obstante, inmediatamente después la Encíclica “Il fermo proposito” (Junio 11, 1905) provocó la formación de una nueva organización, constituida por tres grandes uniones, la Popular, la Económica y la Electoral.

La firmeza de Pío X logró la eliminación de, por lo menos, los elementos más discrepantes, posibilitando, ahora sí, una verdadera acción social católica, aunque subsistieron algunas fricciones. El deseo de Pío X es que la clase trabajadora sea abiertamente Católica, como lo expresó en una memorable carta dirigida al Conde Medolago-Albani. También en Francia, el Sillon, después de un origen prometedor, había dado un giro que lo acercaba a la ortodoxia del extremismo democrático social; y los peligros de esta relación fueron expuestos en la Encíclica “Notre charge apostolique” (Agosto 25, 1910), en la cual los Sillonistas fueron conminados a mantener sus organizaciones bajo la autoridad de los obispos.

En pocos años, Pío X obtuvo resultados magníficos y duraderos en interés de conservar la doctrina, pureza de la fe y disciplina Católicas, aún enfrentando grandes dificultades de todo tipo.

Hasta los no católicos reconocen su espíritu apostólico, su fortaleza de carácter, la precisión de sus decisiones y su búsqueda de un programa claro y explícito.


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