¡Dichoso aquél que muere en el Señor!

“Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor”. Y ciertamente, sin esta bienaventuranza ¿de qué sirven todas las demás? Morir en el Señor es morir predestinado, es morir en su gracia, es morir en su amistad, es morir como murieron los santos; es entrar en el goce del Señor para nunca salir de él, es tomar posesión del mismo Dios.

Toda la vida se nos da únicamente para disponernos a lograr una tal muerte; ¿pero nos ocupamos mucho en esta disposición durante la vida? ¿De qué le sirve al hombre haber vivido con las mayores conveniencias, con la mayor brillantez? ¿De qué haber poseído riquezas, bienes, honores, haber ganado todo el mundo si al cabo se pierde? ¿y qué equivalente podrá encontrar de su alma? ¡Dichoso aquél que muere en el Señor! Entonces ya no hay riesgos que evitar, ya no hay enemigos que temer, ya no hay trabajos, no hay desgracia que recelar. Ya se llegó dichosamente al puerto, donde no se temen los vientos, ni las tempestades.

La muerte santa es fruto de una santa vida. Cueste lo que costare el vivir cristianamente; sean los trabajos que fueren, los sufrimientos continuos, grandes y prolongados; ¿no habrá lugar para descansar de ellos en toda una eternidad?

El Cielo se gana con esfuerzos, con sacrificios aquí en la tierra. Dios no ha prometido la Patria eterna a los gandules, a los temerarios que confiados en su misericordia no se preocupan de vivir cristianamente, ni a los que quieren pasar la vida sin asemejarse a Jesucristo. Los hombres, nos quieren hacer creer que por el simple hecho de morir, nos vamos todos a la casa del Padre; ¿buenos y malos?

PROPÓSITO DEL DIA

Examina como has cumplido con la obligación que tienes con tus deudos y las almas del Purgatorio. ¿Qué has hecho para aliviarlos? ¡Medios no te faltan!

Decídete hoy a ofrecer un rosario, la visita al Santísimo o algún sacrificio personal, para el alma del Purgatorio que más necesitada esté de la Misericordia de Dios.