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Mostrando entradas de febrero, 2018

San Domingo Savio (El joven que descubrió el amor de Dios)

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La importancia de una familia creyente           Carlos Savio, herrero, y su esposa Brígida, costurera, se establecieron en Riva di Chieri, a unos veinte kilómetros de Turín, en 1841. Allí, el 2 de abril de 1842, nació un niño que se convirtió en el consuelo de ambos, y que recibió en el bautismo el nombre de Domingo, un nombre que le inspiró resoluciones enérgicas. Era el segundo de diez hijos; aunque el hijo mayor, que también había recibido el nombre de Domingo, había vivido tan solo quince años. En 1844, los padres regresaron a su país y se establecieron en Murialdo, a unos 35 kilómetros de Turín. El único deseo de estos padres virtuosos era criar a sus hijos como verdaderos hijos de Dios. Domingo había recibido del cielo una buena salud y un corazón inclinado a la piedad. A la edad de 4 años había aprendido, a recitar sólo, sus oraciones matutinas y vespertinas, las oraciones antes y después de las comidas y el Ángelus. Le gustaba retirarse a una esquina de la habita

La Santidad

Solo hay una fortuna a la que aspirar, que es llegar a ser santo. La santidad es el único objeto digno de un corazón cristiano. Busca algún otro bien mas real, imagina otra gloria más sólida, discurre sobre otra dicha más  llena; y sin embargo este es puntualmente el único bien que despreciamos, por correr tras las quimeras. ¿De qué le servirá a un hombre un instante después de su muerte, y aun una hora antes de expirar, de haber sido rico, poderoso, honrado, haberse divertido en todo lo que pudo, si pierde su alma? Pero ¿se le tendrá mucha lástima porque hubiese sido pobre, humilde, perseguido, el desprecio y burla del mundo, si es santo y se salva? Y ¿será posible que sabiendo todo esto, no se despierten nuestros deseos, no se aliente nuestro corazón en solicitud de esta santidad? Ser santo, es ser siervo de Dios. ¿Puede haber título que más nos honre? ¿Podemos encontrar amo, que más nos premie? Aún hay más: ser santo es ser amigo de Dios, hijo de Dios, ser feliz, y ser ete

Pagarías por ser Santo

Solo el pensar que Dios nos ha llamado a la perfección y a la santidad, debería ser motivo de alegría para un cristiano, pues sabemos que Dios no pide imposibles a sus criaturas. Pero, ¿acaso nos acobarda lo mucho que cuesta ser santo? Pues ¿por ventura cuesta más de lo que vale el Cielo? ¿es más de lo que Dios merece? Las dificultades nos espantan, los trabajos nos aterran. Vanos espantajos son, el terror, el pánico, y las dificultades imaginarias que se desvanecen luego que se entra con valor a la carrera de la virtud. Pregunto ¿no cuesta trabajo, no hay dificultades que vencer para hacerse rico, para lograr un empleo? ¿Crees que no hay muchas dificultades para fabricarse una quimérica fortuna? ¡Qué de fatigas, qué de desvelos, qué de desaires, cuántos sacrificios y renuncias, cuántas amarguras hay que devorar y que tragar! Mas ¿qué fortuna hay en el mundo tan brillante que valga los sudores, las congojas, los cuidados, los desaires, las mortificaciones y los abatimientos que e

La 1ª Comunión de los niños

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El Papa Benedicto XVI, en 2010, habló de la edad de los niños para recibir la Comunión por primera vez e hizo hincapié, al cumplirse el centenario del decreto Quam singulari del Papa Pío X. Este decreto fija una vez por todas a la edad de siete años, e incluso antes, el momento de la primera comunión. A San Pío X le gustaba repetir: "Es mejor para los niños recibir a Jesús cuando sus corazones todavía son puros; entonces el demonio perderá su poder. "En ese momento, los niños eran aceptados a la Primera Comunión solo después de haber cumplido los diez o doce años, a veces hasta los catorce. San Pío X conocía la teología, principalmente la suma de Santo Tomás de Aquino y las opiniones de los Concilios y Pontífices: "Una vez que un niño es capaz de distinguir entre pan y el Pan, de forma que se denote ya una devoción por el sacramento de la Eucaristía, se le podrá ya administrar dicho sacramento”, afirma el doctor Angélico en su Suma Teológica. Jerome Dal-Gal, O

¿Contradicción en mi vida cristiana?

Entre la fe y nuestras costumbres, debe haber estrecha unión. La fe ha de arreglar las acciones, y las obras descubren siempre la religión que se profesa. En vano pretendemos engañar a los demás, y aun engañarnos a nosotros mismos con máscara de cristianos; porque las obras nos hacen traición, y nos descubren. Sobre este principio, preguntémonos si somos verdaderamente cristianos. Hay una monstruosa contradicción entre lo que creemos y lo que obramos; porque al fin es cierto que, a pesar de la corrupción del siglo, no nos hallamos en medio de un pueblo completamente infiel. Generalmente se cree bien; pero se vive mal. El entendimiento está sujeto a la ley; pero la voluntad se amotina contra sus preceptos. La religión es santísima; las costumbres de los que la profesan, perversas. La razón está llena de verdades terribles; el corazón es impío, desarreglado y libre. Créese todo lo que obliga a una vida santa e inocente; obrase de manera que se desmiente todo lo que se cree. Por

La extravagancia de mi conducta

Considera la extravagancia de una conducta tan irracional, y tan contraria al buen juicio ¡Creer que solo estamos en el mundo para amar y para servir a Dios, y pasar los días de la vida sin amarle, antes bien dedicarse todos los días únicamente a ofenderle! ¡Creer que hay infierno, y que este infierno eterno y espantoso puede ser justa pena de un solo pecado mortal; y vivir tranquilamente en pecado, multiplicando todos los días las culpas! Abismo de llamas inextinguibles encendidas por el poder de Dios para castigar al pecador, infierno, caos inmenso de tormentos eternos, ¿es posible que seas tú objeto terrible de mi fe, y que pueda vivir impenitente y en pecado? Y esos hombres y mujeres perdidos, cuya vida es una perpetua cadena de culpas; impíos que se burlan de las más santas devociones, y hacen chacota del infierno mismo, ¡creen de veras que hay infierno! Esas personas dedicadas al servicio de Dios por los votos más solemnes, y que, hallándose en estado tan perfecto,

¿Por qué asistir a Misa?

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La Misa, fuente de santificación  Por el Padre Reginald Garrigou-Lagrange, OP Extracto de Spital Life 187, 1 de abril de 1935 La santificación de nuestra alma se encuentra en una unión cada vez más íntima con Dios, una unión más firme en la fe, en la confianza y en el amor. Por lo tanto, uno de los mayores medios de santificación es el acto más elevado de la virtud de la religión y el culto cristiano: la participación al sacrificio de la Misa .  Para un alma espiritualmente avanzada, la Misa debe ser cada mañana como la fuente, de la cual derivan las gracias que necesitaremos en el curso del día; parecido a lo que es el sol en el orden natural: fuente de luz y calor. Así debiera ser para nosotros en el orden espiritual la Santa Misa. Después de la noche y del descanso, que son como una imagen de la muerte; el El sol que reaparece cada mañana es una especie de vida para todo lo que despierta en la superficie de la tierra.  Si conociéramos profundamente el precio

La tibieza

Lo que hace más horrible de este estado es que apenas es posible salir de él; es un mal casi sin remedio. Para salir de un estado peligroso es necesario conocer que se está en él, y conocer también su peligro; pero esto es puntualmente lo que un alma tibia no reconoce. Un pecador hundido en el abismo de los mayores desordenes, conoce sin dificultad el peligro en que se halla, y esta reflexión le atemoriza. Logra siempre algunos momentos felices, durante los cuales, a favor de los menores rayos de la gracia, descubre tantas deformidades en su alma, que es el primero que lamenta su desdicha; y este conocimiento, esa saludable confesión de su infeliz estado hacen su conversión menos dificultosa. Pero un alma tibia nunca cree que esté en la tibieza. Puede decirse que luego que uno conoce que está en ella, ya empieza a no estar; no se conoce por lo regular la desgracia de un alma tibia, sino cuando se está en el fervor; y esto es lo que hace tan difícil la enmienda. La ceguedad y la insen

Nuestra misa

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Asistir a Misa el domingo y fiestas de guardar, es una obligación bajo pena de pecado mortal, impuesta por la Iglesia. Los católicos que van a Misa solo para cumplir esta obligación, a menudo van a Misa con desagrado: no les gusta la Misa, y dicen que no entienden nada; están aburridos durante la celebración y entonces obtienen solo un pequeño beneficio.  Para amar la Misa, para obtener muchos beneficios sobrenaturales, debes amarla. Para amarla, es importante unirse a ella y poner en ella, una parte de nosotros mismos. En otras palabras: debemos ¡vivirla! Así, la Misa se convierte en “nuestra Misa”, y se convierte en “nuestra Misa”, en la medida en que la celebramos con el Sacerdote, donde ponemos nuestra vida, y donde la ponemos en nuestra vida. Entonces, tu Misa dominical debe influir en ti, debe como resultado, cambiar tu vida durante toda la semana. Toda tu semana debe centrarse en tu Misa. Tu Misa debe ser como el sol que te ilumina, que transforma toda tu semana. Deb

El pequeño número de los que se salvan

No es solamente pequeño el número de los que se salvan respecto a aquella multitud casi innumerable de infieles, de herejes y de cismáticos; lo es también respecto a la muchedumbre espantosa de fieles que se condenan dentro del mismo seno de la santa madre Iglesia. Hay pocas verdades mas terribles que esta verdad, y quizás ninguna la hay mas clara ni mas sólidamente establecida. “ Trabajad en entrar por la puerta angosta - decía el Hijo de Dios - porque es ancha la puerta, es espacioso el camino que guía a la perdición, y son muchos los que van por él ”. Al contrario, ¡qué angosta es la puerta, que estrecho es el camino que guía a la vida, y qué pocos van por ese camino! " Muchos son los llamados - dice en otra parte-, pero aun entre los llamados, son pocos los escogidos " (Mt cap 20). Repetía tantas veces esta terrible verdad el Salvador a sus discípulos, que uno de ellos le preguntó en cierta ocasión: “¿ Es posible Señor, que sea tan corto el número de los que se salvan

El ayuno y la abstinencia

Considera que la abstinencia y los ayunos de la Iglesia no son de pura devoción, son de riguroso precepto. No se contentó Cristo con mandarnos ayunar, sino que él mismo nos dio también el ejemplo. Los apóstoles estuvieron muy lejos de excusarse de esta ley universal. Ningún santo ha habido en la Iglesia de Dios que no la observase con una extrema severidad; y ¡cuántos se dispensan hoy en esta ley! Pero ¿por qué nuevo privilegio hemos adquirido nosotros este nuevo derecho? La ley de la abstinencia y del ayuno es tan antigua como el mundo, y el quebrantamiento de esta ley fue el fatal origen de todas las desdichas. Si Adán se hubiera abstenido, si hubiera ayunado, él no hubiera caído del estado de inocencia, y nosotros seriamos felices. ¡Qué bienes no estaban pendientes de su abstinencia! Y ¡en qué diluvio de males no nos precipitó su pecado! ¡Cuánto perdió Esaú para satisfacer su hambre! ¡Cuánto se pierde por no guardar los ayunos de la Iglesia de Dios! Dejar de ayunar cuando lo man

Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (y 3ª Parte)

[Continuación del artículo "Encíclica " Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (2ª Parte) "] Rebeldía contra el poder 13. Sabiendo Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien. Sepan todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos [27]. Por ello, tanto las leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes y aun en destronarles. 14. Por aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, co

Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (2ª Parte)

[Continuación del arículo " Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (1ª Parte) "] Disciplina de la Iglesia, inmutable 6. Reprobable, sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse las leyes de la Iglesia, condenar por un afán caprichoso de opiniones cualesquiera, la disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus ministros, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil. En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento [12], que la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y regeneración para

Amar a Dios implica aborrecer el mundo

(Se  aconseja previamente la lectura de la 1ª carta de san Juan, capítulo  2, que encontrarás a pie de página) El que está encendido en el fuego del amor de Dios, quisiera inflamar en el mismo incendio los corazones de todos. Este es el asunto, es la materia de todas las cartas de san Juan, el discípulo amado. En su primera carta, cap. 2, san Juan recuerda a los fieles los beneficios particulares que han recibido de la mano de Jesucristo; y cuánto dice en particular a cada uno de los estados y a cada una de las edades, se puede muy bien acomodar a todas. En efecto ¿qué mayor motivo para que amen a este divino Salvador los niños, que representarles como por la virtud y por los méritos de Jesucristo les fue perdonado en el bautismo el pecado original, y pasaron a ser hijos de Dios? Por la infinita misericordia de Dios, todos gozamos la misma dicha y el mismo beneficio; pero ¿hemos comprendido bien esta dicha que gozamos? ¿somos muy agradecidos a un beneficio tan esencial? ¿se l