Amar a Dios implica aborrecer el mundo


(Se aconseja previamente la lectura de la 1ª carta de san Juan, capítulo 2, que encontrarás a pie de página)

El que está encendido en el fuego del amor de Dios, quisiera inflamar en el mismo incendio los corazones de todos. Este es el asunto, es la materia de todas las cartas de san Juan, el discípulo amado. En su primera carta, cap. 2, san Juan recuerda a los fieles los beneficios particulares que han recibido de la mano de Jesucristo; y cuánto dice en particular a cada uno de los estados y a cada una de las edades, se puede muy bien acomodar a todas.

En efecto ¿qué mayor motivo para que amen a este divino Salvador los niños, que representarles como por la virtud y por los méritos de Jesucristo les fue perdonado en el bautismo el pecado original, y pasaron a ser hijos de Dios? Por la infinita misericordia de Dios, todos gozamos la misma dicha y el mismo beneficio; pero ¿hemos comprendido bien esta dicha que gozamos? ¿somos muy agradecidos a un beneficio tan esencial? ¿se la enseñamos a nuestros hijos?

En virtud de la gracia que logramos por el bautismo, Jesucristo se dignó hacernos coherederos suyos; porque siendo hijos adoptivos de Dios, como tales somos herederos forzosos de su gloria. ¿Se tiene mucho cuidado de enseñar con tiempo a los niños una verdad de tanto consuelo para todos?

A vosotros os escribo jóvenes, porque vencisteis el maligno espíritu. En todo tiempo fue la juventud la edad más crítica. La más peligrosa para la salvación. Se la llama la bella sazón de los placeres, y con mayor razón se pudiera llamar la infeliz sazón de los pecados. Pero ¿quién tendrá la culpa de que no sea la dichosa sazón de las virtudes? La precede una edad toda inocente; nace la juventud, por decirlo así, con las más bellas disposiciones para la virtud.

Un corazón nuevecito, un espíritu desembarazado de preocupaciones, una conciencia delicada, una razón no gastada ni corrompida, todo hace aquella edad muy propia para la virtud. Entra después la gracia con toda la fuerza que es menester para domar unas pasiones que acaban de nacer, y para vencer un enemigo que, no habiendo otorgado hasta entonces ventaja alguna sobre el corazón, fácilmente puede ser derrotado. ¡Qué desgracia es la de los jóvenes que no conocen estas ventajas!

¿Y quién será responsable ante Dios de que la juventud no sea el fruto de una infancia bien construida por el ejemplo de unos padres y la formación recibida en un hogar donde se respire el aroma de las virtudes y del amor a Dios?
 
A vosotros os escribo, padres de familia, porque tuvisteis la dicha de conocer Aquél que existe desde toda la eternidad. No hay bien, no hay fortuna, no hay motivo alguno de alegría ni de consuelo en la tierra sino en cuanto se refiere a Dios. La honra de ser cristianos vale más que todos los títulos del mundo. Pero, ¿tenemos un concepto cabal de esta incomparable honra? ¿Qué estimación hacemos de nuestra religión? Juzguémoslo por el aprecio que hacemos de las máximas del Evangelio.

“No améis al mundo, ni las cosas que son del mundo”. Usos poco cristianos, modas inmodestas, concursos peligrosos, licenciosos placeres, diversiones, vida relajona, juegos, bailes, espectáculos profanos: todo lo que es del mundo, es contrario al espíritu de Dios.

“Si alguno ama al mundo, no tiene amor a su Padre celestial”.


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PRIMERA CARTA DE SAN JUAN, Capítulo 2

1 Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo.

2 El es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

3 La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos.

4 El que dice: «Yo lo conozco», y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.

5 Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en él.

6 El que dice que permanece en él, debe proceder como él.

7 Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron.

8 sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz.

9 El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas.

10 El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar.

11 Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.

12 Hijos, les escribo porque sus pecados han sido perdonados por el nombre de Jesús.

13 Padres, les escribo porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les escribo porque ustedes han vencido al Maligno.

14 Hijos, les he escrito porque ustedes conocen al Padre. Padres, les he escrito porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les he escrito porque son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno.

15 No amen al mundo ni las cosas mundanas. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

16 Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, codicia de los ojos y ostentación de riqueza. Todo esto no viene del Padre, sino del mundo;

17 pero el mundo pasa, y con él, su concupiscencia. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece eternamente.

18 Hijos míos, ha llegado la última hora. Ustedes oyeron decir que vendría el Anticristo; en realidad, ya han aparecido muchos anticristos, y por eso sabemos que ha llegado la última hora.

19 Ellos salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros. Si lo hubieran sido, habrían permanecido con nosotros. Pero debía ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros.

20 Ustedes recibieron la unción del que es Santo, y todos tienen el verdadero conocimiento.

21 Les he escrito, no porque ustedes ignoren la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira procede de la verdad.

22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo.

23 El que niega al Hijo no está unido al Padre; el que reconoce al Hijo también está unido al Padre.

24 En cuanto a ustedes, permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio: de esa manera, permanecerán también en el Hijo y en el Padre.

25 La promesa que él nos hizo es esta: la Vida eterna.

26 Esto es lo que quería escribirles acerca de los que intentan engañarlos.

27 Pero la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Y ya que esa unción los instruye en todo y ella es verdadera y no miente, permanezcan en él, como ella les ha enseñado.

28 Sí, permanezcan en él, hijos míos, para que cuando él se manifieste, tengamos plena confianza, y no sintamos vergüenza ante él en el Día de su Venida.


29 Si ustedes saben que él es justo, sepan también que todo el que practica la justicia ha nacido de él.

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