Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (2ª Parte)
[Continuación del arículo "Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (1ª Parte)"]
Disciplina de la Iglesia, inmutable
6. Reprobable,
sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse las leyes
de la Iglesia, condenar por un afán caprichoso de opiniones cualesquiera, la
disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas
sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus
ministros, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho
natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil.
En efecto,
constando, según el testimonio de los Padres de Trento [12], que la Iglesia
recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el
Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo
e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y
regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor,
como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a
ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los
innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así
lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia,
que es cosa divina, se haga cosa humana [13]. Piensen pues, los que tal
pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido
confiada la constitución de los cánones; y que a él solo compete, y no a otro,
juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los
decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar,
después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a
los tiempos y al interés de las Iglesias [14].
Celibato clerical
7. Queremos
ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la vergonzosa liga
que, en daño del celibato clerical, sabéis cómo crece por momentos, porque
hacen coro a los falsos filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos que,
olvidando su dignidad y estado y arrastrados por ansia de placer, a tal
licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan pública
como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición
disciplinaria. Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y
fiados en vuestra piedad, os recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en
guardar, reivindicar y defender íntegra e inquebrantable, según está mandado en
los cánones, esa ley tan importante, contra la que se dirigen de todas partes
los dardos de los libertinos.
Matrimonio cristiano
8. Aquella
santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande en
Cristo y en la Iglesia, [15] , reclama también toda nuestra solicitud, por
parte de todos, para impedir que, por ideas poco exactas, se diga o se intente
algo contra la santidad, o contra la indisolubilidad del vínculo conyugal. Esto
mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca
insistencia, en sus Cartas. Pero aun continúan aumentando los ataques
adversarios. Se debe, pues, enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez
constituido legítimamente, no puede ya disolverse, y que los unidos por el
matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua sociedad con vínculos tan
estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los fieles que
el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan
ante sus ojos las leyes que sobre él ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa
y escrupulosamente, pues de cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia
de la unión. No admitan en modo alguno lo que se oponga a los sagrados cánones
o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado que
necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la
Iglesia, sin implorar la protección divina o por sola liviandad, cuando los
esposos no piensan en el sacramento y en los misterios por él significados.
Indiferentismo religioso
9. Otra causa
que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el
indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a
los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en
cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres.
Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey
error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un
solo bautismo [16], entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas
partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador,
están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo [17] y que los que no recolectan
con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán
eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha
[18]; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en
tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía
siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy
con él [19]. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde
San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid;
pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz? [20].
Libertad de conciencia
10. De esa
cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o,
mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la
libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la
inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de
la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de
algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la
religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San
Agustín [21]. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en
los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su
naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo [22] del que, según
vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que
devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de
la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las
leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera
peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los
Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el
solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y
ansia de novedades.
Libertad de imprenta
11. Debemos
también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente
condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública toda clase
de escritos; libertad, por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos,
Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos de doctrina, o mejor dicho,
qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en
innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su
extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos
sale la maldición que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin
embargo, ¡oh dolor!, quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con
insistencia, que este aluvión de errores esparcido por todas partes está
compensado por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica
para defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado
además por todo derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya
esperanza de un pequeño bien que de aquel resulte. ¿Por ventura dirá alguno que
se pueden y deben esparcir libremente activos venenos, venderlos públicamente y
darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que los usa haya sido
arrebatado a la muerte?
12.
Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la
publicación de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos
mismos quemaron públicamente un gran número de libros [23]. Basta leer las
leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue
publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para
el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una
finalidad contraria, ocasionando daño a los fieles [24]. A esto atendieron los
Padres de Trento, que, para poner remedio a tanto mal, publicaron el
salubérrimo decreto para hacer un Índice de todos aquellos libros, que, por su
mala doctrina, deben ser prohibidos [25]. Hay que luchar valientemente, dice
Nuestro predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras
fuerzas, según lo exige asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de
tales libros; pues existirá materia para el error, mientras no perezcan en el
fuego esos instrumentos de maldad [26]. Colijan, por tanto, de la constante
solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros
sospechosos y dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa,
temeraria, injuriosa a la Santa Sede y fecunda en gravísimos males para el
pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con rechazar tal
censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar
que se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el
derecho de decretarla y ejercitarla.
(Continua…)
NOTAS
[12] Sess. 13
dec. de Euchar. in prooem.
[13] Ep. 52 ed.
Baluz.
[14] Ep. ad epp.
Lucaniae
[15] Hebr. 13, 4
y Eph. 5, 32.
[16] Eph. 4, 5.
[17] Luc. 11, 23.
[18] Symb. S.
Athanas.
[19] S. Hier. ep.
57.
[20] In ps. contra
part. Donat.
[21] Ep. 166.
[22] Apoc. 9, 3.
[23] Act. 19.
[24] Act. Conc.
Later. V. sess. 10; y Const. Alexand. VI Inter multiplices.
[25] Conc. Trid. sess. 18 y 25.
[26] Enc. Christianae 25 nov. 1766, sobre libros prohibidos.
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