Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (y 3ª Parte)
[Continuación del artículo "Encíclica "Mirari Vos" sobre los errores modernos, del Papa Gregorio XVI (2ª Parte)"]
Rebeldía contra el poder
13. Sabiendo
Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas
doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por
doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para que los
pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien. Sepan todos que, como
dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas
por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la
ordenación de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos [27]. Por ello,
tanto las leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan,
con vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la
fidelidad a los príncipes y aun en destronarles.
14. Por
aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los
primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos
levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en
luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto
cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de
cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los
enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron
fielmente a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de
Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al
Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al
segundo [28]. Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto
jefe de la legión Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador:
Somos, oh emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad
confesamos a Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos
nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser
asesinos [29]. Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes
brilla aún con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya
hizo observar Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número
ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos:
Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros,
municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias,
los palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos
capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente
morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es más lícito morir que matar?
Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún rincón
remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida de
tantos y tan buenos ciudadanos, y os veríais castigados hasta con la
destitución. No hay duda de que os espantaríais de vuestra propia soledad...;
no encontraríais a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas
ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos
enemigos [30].
15. Estos
hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de
los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y
gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se
proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los
príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el
mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos
de los valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron
plaga y deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron
anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas
sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose
con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y
con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.
16. Las
mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se
cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el
Estado, y que se rompiera la concordia entre el sacerdocio y el poder civil.
Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad desenfrenada se
estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así
para la religión como para los pueblos.
17. A otras
muchas causas de no escasa gravedad que Nos preocupan y Nos llenan de dolor,
deben añadirse ciertas asociaciones o reuniones, las cuales, confederándose con
los sectarios de cualquier falsa religión o culto, simulando cierta piedad
religiosa pero llenos, a la verdad, del deseo de novedades y de promover
sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven
perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda
autoridad, por muy santa que sea.
Remedio, la palabra de Dios
18. Con el
ánimo, pues, lleno de tristeza, pero enteramente confiados en Aquel que manda a
los vientos y calma las tempestades, os escribimos Nos estas cosas, Venerables
Hermanos, para que, armados con el escudo de la fe, peleéis valerosamente las
batallas del Señor. A vosotros os toca el mostraros como fuertes murallas,
contra toda opinión altanera que se levante contra la ciencia del Señor.
Desenvainad la espada espiritual, la palabra de Dios; reciban de vosotros el
pan, los que han hambre de justicia. Elegidos para ser cultivadores diligentes
en la viña del Señor, trabajad con empeño, todos juntos, en arrancar las malas
raíces del campo que os ha sido encomendado, para que, sofocado todo germen de
vicio, florezca allí mismo abundante la mies de las virtudes. Abrazad
especialmente con paternal afecto a los que se dedican a la ciencia sagrada y a
la filosofía, exhortadles y guiadles, no sea que, fiándose imprudentemente de
sus fuerzas, se aparten del camino de la verdad y sigan la senda de los impíos.
Entiendan que Dios es guía de la sabiduría y reformador de los sabios [31], y
que es imposible que conozcamos a Dios sino por Dios, que por medio del Verbo
enseña a los hombres a conocer a Dios [32]. Sólo los soberbios, o más bien los
ignorantes, pretenden sujetar a criterio humano los misterios de la fe, que
exceden a la capacidad humana, confiando solamente en la razón, que, por
condición propia de la humana naturaleza, es débil y enfermiza.
Los gobernantes y la Iglesia
19. Que
también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo, cooperen con su
concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos en pro de la
Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no sólo para el
gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia; y que todo cuanto
por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad;
lleguen a persuadirse que han de estimar más la religión que su propio imperio,
y que su mayor gloria será, digamos con San León, cuando a su propia corona la
mano del Señor venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como
padres y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad tan
verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado en
conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en la orla de su
vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.
20. Y para que
todo ello se realice próspera y felizmente, elevemos suplicantes nuestros ojos
y manos hacia la Santísimo Virgen María, única que destruyó todas las herejías,
que es Nuestra mayor confianza, y hasta toda la razón de Nuestra esperanza
[33]. Que ella misma con su poderosa intercesión pida el éxito más feliz para
Nuestros deseos, consejos y actuación en este peligro tan grave para el pueblo
cristiano. Y con humildad supliquemos al Príncipe de los apóstoles Pedro y a su
compañero de apostolado Pablo que todos estéis delante de la muralla, a fin de
que no se ponga otro fundamento que el que ya se puso. Apoyados en tan dulce
esperanza, confiamos que el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús, a todos
nos ha de consolar en estas tribulaciones tan grandes que han caído sobre
nosotros; y en prenda del auxilio divino a vosotros, Venerables Hermanos, y a
las ovejas que os están confiadas, de todo corazón, os damos la Bendición
Apostólica.
Dado en Roma,
en Santa María la Mayor, en el día de la Asunción de la bienaventurada Virgen
María, 15 de agosto de 1832, año segundo de Nuestro Pontificado.
NOTAS
[27] Rom.
13, 2.
[28] In ps. 124 n. 7.
[29] S. Eucher.: ap. Ruinart, Act. ss. mm., de ss. Maurit. et ss. n. 4.
[30] Apolog. c. 37.
[31] Sap. 7, 15.
[32] S. Irenaeus, 14, 10.
[33] S. Bernardus Serm. de nat. B.M.V. **** 7.
[29] S. Eucher.: ap. Ruinart, Act. ss. mm., de ss. Maurit. et ss. n. 4.
[30] Apolog. c. 37.
[31] Sap. 7, 15.
[32] S. Irenaeus, 14, 10.
[33] S. Bernardus Serm. de nat. B.M.V. **** 7.
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