La tibieza

Lo que hace más horrible de este estado es que apenas es posible salir de él; es un mal casi sin remedio. Para salir de un estado peligroso es necesario conocer que se está en él, y conocer también su peligro; pero esto es puntualmente lo que un alma tibia no reconoce.

Un pecador hundido en el abismo de los mayores desordenes, conoce sin dificultad el peligro en que se halla, y esta reflexión le atemoriza. Logra siempre algunos momentos felices, durante los cuales, a favor de los menores rayos de la gracia, descubre tantas deformidades en su alma, que es el primero que lamenta su desdicha; y este conocimiento, esa saludable confesión de su infeliz estado hacen su conversión menos dificultosa.

Pero un alma tibia nunca cree que esté en la tibieza. Puede decirse que luego que uno conoce que está en ella, ya empieza a no estar; no se conoce por lo regular la desgracia de un alma tibia, sino cuando se está en el fervor; y esto es lo que hace tan difícil la enmienda. La ceguedad y la insensibilidad son los primeros efectos de la tibieza.

Como esta va entrando poco a poco, insensiblemente se va domesticando el alma con el pecado. En este estado nada espanta al alma, de nada se precave, porque nada encuentra que la escandalice. Se viene a caer en la tibieza sin omitir ninguno de los ejercicios espirituales, ninguna de las devociones ordinarias, que se hacen ya por costumbre, y con la mayor negligencia. Una vez metidos en este estado, ¿quién nos sacará de él? Aquellas verdades tremendas en las que se ha meditado tantas veces, y de las que se habla con tanta energía sin ser uno conmovido por ellas; aquellas lecturas espirituales que desde tanto tiempo se hacen no mas que por hábito; aquellos avisos saludables de un confesor, de un superior celoso, a los cuales uno se ha acostumbrado; nada hace impresión, todo se vuelve inútil  para un alma tibia: hasta Dios mismo que mete tanto ruido para despertar al pecador, calla en este caso, y deja morir a un alma tibia en su fatal modorra, en sus pecados.

La negligencia en servir a Dios es la más cierta señal de la indiferencia con que se le mira, y esta indiferencia en un alma tibia es un desprecio verdadero.

¡En verdad que es un estado espantoso la tibieza!

PROPÓSITO DEL DÍA

Haz hoy todos los ejercicios espirituales, no solo con devoción, sino con la mas puntual exactitud.

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