¿Cómo aprovechar la Santa Comunión?
Tomado de un libro del Padre
Garrigou-Lagrange: Tres edades de
la vida interior (2ª parte, cap. 15).
Toda alma que aspire a la perfección cristiana tiene
necesidad de vivir más y más de la Santa Eucaristía, no sólo por la asistencia
a la Misa, sino por la comunión frecuente y aun cotidiana. Vamos a hablar,
pues, de este Pan de vida, y de las condiciones necesarias para una buena y
ferviente comunión.
La Eucaristía, pan vivo que descendió del cielo
Nuestro Señor, por la salud
de todos en general, no pudo entregarse con más generosidad que como lo hizo en
la Cruz; mas tampoco es posible darse a cada uno en particular más amorosamente
que como lo hace en la Eucaristía (Jn 6, 35, 41, 51):
"Yo soy el pan de vida; el
que viene a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás...
Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo. Quien comiere de este pan,
vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi misma carne para la vida y
salvación del mundo... Mi carne verdaderamente es comida. Quien come mi carne y
bebe mi sangre, en mí mora y Yo en él."
De modo que la Eucaristía
es el más grande de los sacramentos, porque contiene en sí, no solamente la
gracia, sino a su mismo autor. Es el sacramento del amor, por ser el fruto del
amor que se entrega, y por tener como primer efecto el acrecentar en nosotros
el amor de Dios y de las almas en Dios.
La recepción de la
Eucaristía se llama comunión, o sea, íntima unión del corazón de
Dios con el corazón del hombre, unión que nutre al alma y sobrenaturalmente la
vivifica, y aun la deifica en cierto modo, al aumentar la gracia santificante,
que es participación de la vida íntima de Dios. Caro mea vere est
cibus: "Mi carne es verdaderamente alimento."
Toda vida creada tiene
necesidad de alimentarse; las plantas se nutren de los jugos de la tierra; los
animales, de las plantas o de otros animales; el hombre da a su cuerpo los
alimentos que le convienen; mas a su espíritu lo nutre de verdad, sobre todo de
verdad divina; y a su voluntad ha de nutrirla de la divina voluntad, si quiere
conseguir la vida eterna. En otros términos: el hombre debe, sobre todo,
alimentarse de fe, de esperanza y de amor y caridad; los actos de estas
virtudes le merecen acrecentamiento de vida sobrenatural.
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