La conversión de nuestros seres queridos
Satanás ejerce sobre nosotros un poder seductor
a través de numerosas armas: la televisión, el internet, la educación, los
gobiernos, etc. y vemos con espanto como la inmensa mayoría de nuestros seres
queridos van cayendo poco a poco en sus redes. ¿Podemos hacer algo por su
conversión?
Lo anterior forma un todo que nos canta
continuamente “ven, ven con nosotros a hacer lo que todos hacen y serás feliz”.
Visto en conjunto es una apisonadora de la que es dificilísimo escapar, y vamos
viendo con espanto como la inmensa mayoría de nuestros seres queridos van
cayendo poco a poco en sus brazos.
Estos, por su libre decisión, quedan en manos
del diablo, porque, no nos engañemos, o se está en manos de Dios o en las
de Satanás, no hay un estado intermedio de “buena persona” que no está ni con
uno ni con otro. Y cuando eso ocurre, nos dice San Alfonso María de Ligorio,
Dios termina abandonando al pecador. ¿Y cómo lo hace? Dejándolo ciego y sordo a
la Luz divina, por eso vemos que a estas personas les resbala como el aceite al
agua absolutamente todo lo que podamos decirles, leerles o enseñarles, es como
si tuvieran una coraza que los inmuniza de Dios, y nosotros nos damos perfecta
cuenta de su dureza y ceguera. Y aquí es donde el diablo, que siempre trata de
pescar en río revuelto, trata de aprovecharse y llevarnos a la desesperación:
“no hay nada que hacer”, “es un caso imposible”…
¿Pero podemos hacer algo por ellos? Sí, ofrecer
nuestros sacrificios y oraciones. Son justamente estos los que podrían permitir
que Dios se apiade de ellos y les conceda la gracia de que dejen la ceguera y
sordera para poder escuchar su mensaje, si bien ellos tendrán que aceptarlo
libremente. Por eso es tan importante la vida de oración, la Santa Misa, la
actividad de nuestras monjas y monjes contemplativos, por solo dar unos
ejemplos, las cuales en su anonimato permiten que otras personas perdidas
tengan una nueva oportunidad. Cuando muchos se convierten detrás hay alguien
que ha intercedido o ayudado con su oración, en la iglesia militante, purgante
o triunfante.
Tenemos dos ejemplos en los que inspirarnos en
esta tarea titánica, que entendieron que sólo entregando su vida en sacrificio
absoluto y expiación por los demás obtendrían de Dios la gran gracia de la
conversión de sus seres queridos, que, en justicia, Dios no debería dar porque
ellos mismos por libre iniciativa decidieron abandonarlo.
Un ejemplo admirable es la beata
chilena Laura Vicuña, cuyo padre falleció a los pocos años de nacer
ella, quien con tan solo 13 años murió tras pedir a Dios se la
llevara de alguna enfermedad a cambio de la conversión de su madre, que
convivía en unión libre con un hombre con el que no estaba casada. No fue una
casualidad. Laura lo planeó y comunicó a su confesor, el padre Crestanello.
Tras caer enferma, y ya en su lecho de muerte, llamó a su madre, a quien Laura
le dijo:
«Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en
sacrificio para obtener que tú no vivas más en unión libre. Que te separes de
ese hombre y vivas santamente. Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que
te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?»
«¡Ay hija mía!» exclama doña Mercedes, su
madre, llorando, «¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu
muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo
juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es
testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida.»
Laura manda llamar al Padre Confesor. «Padre, mi
mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre».
Madre e hija se abrazan llorando. Desde aquel momento el rostro de Laura se
torna sereno y alegre. Siente que ya nada le retiene en esta tierra. La Divina
Misericordia ha triunfado en el corazón de su amadísima madre. Su misión en
este mundo ya está cumplida. Dios la llama al Paraíso.
Otro ejemplo motivador es el de Isabel
Lesseur, muy poco conocida, casada en el siglo XIX con un notable ateo francés.
Ella ofreció su vida por completo a Dios para obtener la conversión de su
marido ofreciendo penitencias, una dolorosísima enfermedad y, sobre todo, un
sufrimiento espiritual indescriptible por ver como su ser más querido vivía
alejado de Dios y que fue retratando en su extraordinario diario. Pocos días
antes de morir le profetizó a una religiosa que su marido se convertiría y se
haría sacerdote.
El sufrimiento de Isabel llegó hasta el final,
pues expiró sin ver a su marido convertido, pero murió confiada en Dios. Y así
fue, su esposo continuó en su ateísmo y fue justamente pasando por Lourdes,
pues planeaba escribir un libro para desacreditar las apariciones, cuando
delante de la Virgen en la gruta sintió algo que lo transformaba y renovaba por
completo convirtiéndose ipso-facto. Isabel, por fin, pudo ver desde el cielo la
conversión de su marido, el cual se hizo sacerdote y fue un famoso predicador,
Felix Lesseur.
Cristo dice en el Evangelio que “no hay amor más
grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Ellos lo entendieron, y
nosotros debemos entenderlo. No olvidemos nunca que la conversión no es obra
humana –sólo podemos colaborar–, es una Gracia.
Aquí es donde está el verdadero amor, la
verdadera valentía, la verdadera Fe, poco importa lo que nos pase aquí, lo que
nos injurien, se rían de nosotros, nos desprecien, los sacrificios y sinsabores
que pasemos si finalmente logramos colaborar en la salvación de uno de nuestros
seres queridos. Podríamos incluso no verlo en vida, como Isabel Lesseur, pero
qué importa, la felicidad no es esta vida, sino verlos en la eternidad.
Jesús prometió darnos todo lo que le pidamos,
mientras sea bueno para nuestra alma. Confiemos en él y entreguémonos en cuerpo
y alma a ello, porque todos tenemos cerca a alguien por quien ofrecernos en
inmolación.
Miguel Ángel Yáñez
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