La familia como santuario y escuela de santidad
Entre las mil maneras que se presentaron
ante el Verbo para aparecer en carne mortal entre nosotros y llevar a cabo
nuestra Redención, escogió una: tener una Madre, a la que hizo Inmaculada, y a
la que quiso desposada con un varón eminentemente justo, de la talla de su
Madre, para velar así por el buen honor de la Santísima Virgen; asemejándose de
este modo en todo a nosotros, salvo en el pecado.
Es decir, el
Verbo Encarnado quiso llevar una vida de familia, y que esta vida de familia
fuese el comienzo de la obra redentora. Y esto por muchos motivos, pero
especialmente por dos, que querría resaltar hoy:
- Para mostrarnos la vida espiritual bajo una faceta conocida y atrayente: la vida de familia;
- Para santificar el hogar cristiano en todos sus aspectos, convirtiéndolo en fuente de santidad de sus miembros y mostrándolo como el semillero de todas las virtudes.
Dios ha querido
calcar la vida sobrenatural sobre la vida natural, poniendo así semejanzas
entre ellas, a fin de que no nos fuese completamente desconocida; sino que, por
el conocimiento que tenemos de la vida natural, intuyamos al menos un poco qué
es la vida sobrenatural. Y así, la vida sobrenatural, al igual que la vida
natural, cuenta con:
- Un nacimiento, no ya de carne ni de sangre, sino de Dios, por medio del Bautismo;
- Una virilidad y fortalecimiento: la Confirmación;
- Una alimentación apropiada: la Sagrada Eucaristía;
- Una respiración: la oración;
- Una luz: la fe en la palabra de Dios contenida en la Revelación;
- Una instructora: la Santa Madre Iglesia;
- Una educación: las directivas de la Iglesia y su Magisterio, adaptados a las almas consagradas mediante sus Reglas o Estatutos;
- Una actividad propia: el ejercicio de las virtudes sobrenaturales;
- Unos enemigos que la combaten incesantemente: la triple concupiscencia (enemigo interno), y el mundo y el demonio (enemigos externos);
- Unas enfermedades: las imperfecciones, el pecado venial y la tibieza;
- Un médico: el sacerdote, ministro de Jesucristo;
- Unos remedios y medicinas: la virtud y eficacia de la Sangre de Jesucristo, aplicada por medio de la oración y los Sacramentos;
- Una muerte: el pecado mortal;
- Una resurrección (que la vida natural no tiene): la Penitencia;
- Una ley de crecimiento y propagación: “Creced y multiplicaos”. “Creced” es el deber de la santificación personal; “multiplicaos” es el deber del apostolado y de la edificación mutua.
Muy importante
esta verdad: el niño adquiere en la familia todo lo que le será necesario y
provechoso para el día de mañana. Nuestro día de mañana, desde el punto de
vista sobrenatural, es la eternidad: por lo tanto, todo lo que nos ha de ser
provechoso o necesario para la eternidad bienaventurada para la que Dios nos ha
creado, ha de ser adquirido en esta vida por medio de disposiciones filiales
para con Dios, para con María, para con Jesucristo.
Conocer a
nuestro Padre Dios, para amarlo y obedecerle filialmente; conocer a nuestra
Madre María, para reverenciarla e imitarla; conocer a nuestro Hermano Mayor,
Jesucristo, para aprender de Él a ser hijos amadísimos del Padre; conocer a
nuestros Hermanos menores, los Santos, para ver cómo ellos nos han precedido en
esta vida de familia: tal es el resumen de nuestro trabajo de santificación,
visto bajo el aspecto positivo y atrayente de una feliz e íntima vida de
familia. «Ya no somos — dice San Pablo— para Dios extraños ni advenedizos, sino
conciudadanos de los Santos y familiares de Dios» (Ef 2, 19).
La vida de familia, santificada en todos sus aspectos por la familia de
Nazaret.
La familia de
Nazaret santifica:
- En José, el deber del padre, dándonos el modelo de la providencia solícita, del buen gobierno, del amor y respeto a la esposa, del trabajo;
- En María, el deber de la madre, dándonos el modelo de sumisión afectuosa, de dedicación a los hijos, de santificación por las tareas sencillas del hogar;
- En Jesús, el deber de los hijos, dándonos el modelo de la sumisión, de la obediencia, de la asistencia y socorro.
- La santificación de las cruces de familia: dudas de San José, escasez de Belén, huida a Egipto, pérdida del Niño Jesús en el templo, etc.
- La santificación por la observancia de la Ley de Dios: circuncisión, presentación en el templo, purificación de María...
- La santificación por el cumplimiento del deber religioso: Jesús en el templo a los doce años, acompañando a sus padres.
- Aprenden a amar y a practicar las virtudes;
- Aprenden a evitar el pecado y a vencerse a sí mismos: Nuestra Señora haciendo a su Hijo aquél dulce reproche: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? (¿corrigen los padres a sus hijos cuando y como es debido, a saber, en el momento oportuno, sin mostrar pasión ni ira?)...
- Son protegidos contra los peligros del mundo: San José protegiendo la vida del Niño Jesús contra las insidias de Herodes; o buscándolo perdido en el templo (¿protegen los padres como deben a sus hijos, se preocupan por dónde y con quién están sus hijos?)...
- Son instruidos en las verdades de la santa religión: los doctores de Jerusalén, pasmados por la prudencia y sabiduría de las preguntas de Jesús, fruto en parte de la instrucción recibida de José y María (¿instruyen los padres a sus hijos, enseñándoles la santa religión, el catecismo?)...
Que Jesús y
María, después de habernos dado su ejemplo acabado de vida doméstica, bendigan
nuestras familias cristianas, a fin de que ellas produzcan eminentes frutos de
santidad, concretados en hijos santos, que serán el día de mañana santos
cristianos, santas cristianas, tal vez posibles vocaciones sacerdotales o
religiosas;
Que nos den
también para con Dios y María sentimientos enteramente filiales en todas
nuestras relaciones con ellos (oración, abandono, resignación en las cruces de
la vida, cumplimiento del propio deber de estado, arrepentimiento de nuestras
faltas, confianza), y nos conduzcan así un día a la gran familia de Dios que es
el cielo, y a la herencia prometida por Dios a quienes son y viven como hijos
suyos amadísimos.
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