Sor Lucía: a través del Corazón Inmaculado de María


Toda la vida de Lucía estuvo completamente dedicada a dar a conocer Fátima. Fue elegida para ser la principal testigo de Nuestra Señora, y para este propósito recibió virtudes específicas. Es importante analizar estas cualidades especiales de Lucía y examinar cómo su vida se convirtió en una revelación viviente del mensaje de Fátima. Como Lucía vivió casi un siglo como religiosa y mensajera del Corazón Inmaculado de María para el mundo, su vida fue completamente distinta a la de sus primos. 

Primero, recordaremos algunos hechos y testimonios, y después veremos cómo forman parte de la "espiritualidad de Fátima", la cual debemos vivir si queremos ser fieles al Corazón Inmaculado.

Desde el momento de las apariciones, Lucía fue quien más sufrió. Se creería que el privilegio de una intimidad tal con Nuestra Señora llenaría la vida del vidente de alegría y felicidad constantes. Pero para Lucía fue todo lo contrario: las apariciones se convirtieron en fuente de gran pesar y humillaciones contra ella por quienes más amaba: su propia familia y amigos, que se inclinaban hacia la actitud negativa de los sacerdotes. Así fue su vida en los años que siguieron a las apariciones, durante los cuales tuvo que sufrir muchos interrogatorios. 

Su mayor sufrimiento fue la acusación frecuente de que había mentido: "Aunque había algunas personas que me admiraban y me consideraban una santa, siempre hubo otras que me maltrataban y me decían hipócrita, clarividente y bruja. Gracias a la Divina Providencia, pasé por el fuego sin quemarme, o sin que penetrara en mí el gusano de la vanidad, que siempre encuentra la forma de penetrar en todas las cosas. Todos están equivocados. No soy una santa, como dicen algunos, y tampoco soy una mentirosa, como dicen otros. Sólo Dios sabe lo que soy."

Al término de su primer interrogatorio para el proceso canónico, se le hizo una pregunta final: "¿Estás realmente segura de que la Santísima Virgen se te apareció?" Lucía respondió con esta firme y solemne declaración: "Estoy segura de que la vi y de que no estoy equivocada. Aunque fueran a matarme, nadie podría hacerme decir lo contrario."

En junio de 1921, Lucía abandonó Fátima para siempre, primero para asistir a la universidad y luego para ingresar a la vida religiosa. A su llegada a la universidad, fue presentada con un nombre distinto al suyo, y se le obligó a "no decir absolutamente nada a nadie sobre los acontecimientos de Fátima."

Durante cuatro años, día tras día, tuvo que cargar con la pesada cruz de la obediencia a esta orden.

Aunque no le fue difícil guardar silencio sobre su persona, sin duda alguna fue una pesada carga no poder hablar sobre Fátima. Otra prueba muy dolorosa para Lucía fue el hecho de no saber nada de lo que sucedía en Fátima, pues se encontraba completamente separada de su familia y sabía muy poco de ellos.

Sin embargo, en las cartas dirigidas a su familia durante esa época, nos encontramos con un alma sencilla, valiente, humilde, modesta y agradecida. Las expresiones de agradecimiento por la educación que estaba recibiendo y por el buen ejemplo de sus superiores son muy frecuentes. Canon Barthas escribe que no estaba libre de imperfecciones, pero cuando se daba cuenta de que había lastimado a alguien, inmediatamente pedía perdón de manera muy amable.

Su conducta tranquila y equilibrada era especialmente notable, y siempre mantenía un temperamento ecuánime. No había nada neurótico en ella, ni nervioso o sentimental. Uno de sus directores declaró: "La vi llorar solamente una vez, y fue cuando recordó su pueblo natal."

En 1923, al inscribirse en la asociación femenina "Las Hijas de María", recibió una gracia extraordinaria: "Después de seis años de grandes pruebas, el 26 de agosto de 1923, Nuestra Señora volvió de nuevo a visitarme. Fue cuando me inscribí a las Hijas de María. Me dijo que aceptaba ser mi verdadera Madre Celestial, pues había dejado a mi madre terrenal por amor a ella. Nuevamente me pidió rezar y hacer sacrificios por los pecadores, reiterando que muchos de ellos se condenan porque no hay nadie que rece ni que se sacrifique por ellos."

Aunque pudo ocultar exitosamente el hecho de ser una de las videntes de Fátima, no pudo hacer lo mismo con la tierna devoción que sentía hacia su Madre Celestial. Su madre superiora escribió: "En muchas ocasiones, las hermanas me decían que había algo extraordinario en la relación de Lucía con Nuestra Señora, porque cuando hablaba de ella era distinto a todas las demás personas, y la gente se daba cuenta de que sentía un amor extraordinario por la Santísima Virgen."

En octubre de 1925, ingresó a la congregación de las Hermanas Doroteas, donde continuó su vida de simplicidad y obediencia perfecta.

Hasta 1929, la mayoría de sus hermanas ignoraban que era una de las videntes de Fátima. Sus obligaciones diarias eran simples, y su espiritualidad radicaba en poner en práctica el mensaje de Nuestra Señora viviendo la regla religiosa perfectamente y entregándose completamente a los Corazones Sagrados de Jesús y de María. Todas las revelaciones importantes que tuvo durante este tiempo, las "dio a conocer" fiel y pacientemente a sus superiores y directores espirituales. Lo que más la hacía sufrir eran las negativas a aceptar y llevar a cabo los pedidos de Nuestra Señora, y lo que la llenaba de alegría y agradecimiento era el apego y fervor de quienes propagaban la devoción al Corazón Inmaculado y se esforzaban por lograr la consagración de Rusia.

Escribió cientos de cartas y recibió visitas de importantes miembros de la jerarquía y de muchos sacerdotes. Pero incluso cuando experimentaba falta de confianza o negaciones, en medio de estos inmensos sufrimientos siempre mantuvo su papel, transmitiendo fiel y constantemente los pedidos y mensajes del cielo a los ministros de Nuestro Señor, aun cuando esos mensajes eran amenazas terribles y anuncios de las más grandes calamidades. ¡Rezar y sacrificarse por estas intenciones fue lo que rigió toda su vida!

Cuando el cuerpo de Jacinta fue transferido al cementerio de Fátima en 1935, el obispo local ordenó a Sor Lucía escribir una biografía sobre ella. Su respuesta revela el grado de su vida espiritual. Declara firmemente haber escrito "única y exclusivamente para gloria de Jesús y de la Santísima Virgen" y añade: "Acepto esta labor, a pesar de la repugnancia que siento, pues no puedo decir casi nada sobre Jacinta sin hablar, directa o indirectamente, sobre mi ser miserable. Sin embargo, obedezco, la voluntad de Su Excelencia, que, para mí, es la expresión de la voluntad de Dios. Comienzo esta tarea, pidiendo a los Sacratísimos Corazones de Jesús y María se dignen bendecirla, y hacer uso de este acto de obediencia para obtener la conversión de los pobres pecadores, por quienes Jacinta se sacrificó tan generosamente."

Hizo la misma declaración respecto a las demás biografías y escritos públicos; nunca escribió nada por su propia iniciativa, sino siempre y únicamente bajo la orden expresa de su obispo. Siempre sintió un rechazo y repugnancia extremos a escribir, especialmente cuando era algo relacionado con los secretos. Cuando se le ordenó escribir el Tercer Secreto, incluso cayó enferma de algo misterioso y peligroso.

El 13 de febrero del 2005, Lucía murió en el Convento Carmelita de Santa Teresa, en Coimbra, donde vivió desde 1948.

Sor Lucía siempre fue una religiosa humilde. En 1948, obtuvo el indulto papal para ingresar a la orden Carmelita. El testimonio de las monjas fue unánime durante toda su vida: "Era muy alegre y sencilla. Su conducta siempre fue digna y reservada en respuesta a la afabilidad con que era recibida en todas partes," testificó la Madre Superiora de Tuy. Los numerosos sacerdotes que la conocieron, coinciden en que no había nada extraordinario en su apariencia, palabras o expresiones. Siempre fue moderada y bien equilibrada. "No le gusta hablar sobre las apariciones. Cuando se ve obligada a hacerlo, lo hace con naturalidad y modestia, pero con seguridad... Está dotada de una memoria fiable, rápida y extraordinaria... Muestra gran docilidad a las órdenes de sus superiores, en quienes siempre reconoce la autoridad divina." (Canon Galamba)

En todas sus pruebas, humillaciones y sufrimientos constantes su refugio siempre fue el Corazón Inmaculado: "El Corazón Inmaculado de María es mi refugio, especialmente en las horas más difíciles. Ahí siempre estoy segura. Es el corazón de la mejor de las madres; siempre es atento y cuida hasta del más pequeño de sus hijos. ¡Cómo me alienta y fortalece esta certeza! En ella encuentro fortaleza y consuelo. Este Corazón Inmaculado es el canal a través del cual Dios vierte la multitud de sus gracias en mi alma. Que sea yo agradecida con él y pueda corresponder a esta generosidad tan inmensa."

... Nuestro Señor me dijo hace algunos días: "Deseo ardientemente la propagación del culto y devoción al Corazón Inmaculado de María, porque este Corazón es el imán que atrae las almas hacia mí, el fuego que hace brillar sobre la tierra los rayos de mi luz y de mi amor, y el pozo inagotable que hace derramar el agua viva de mi misericordia sobre la tierra."

"... No crean que esté triste por no poder ir ahí. Ofrezco este sacrificio con gusto, porque con esto salvamos a las almas, y siempre recuerdo la gran promesa que me llena de alegría: "Nunca te abandonaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios." Creo que esta promesa no es sólo para mí, sino para todas las almas que desean refugiarse en el Corazón de su Madre Celestial, y dejarse llevar por los caminos trazados por ella... Me parece que éstas son las intenciones del Inmaculado Corazón de María: hacer brillar una vez más este rayo de luz ante las almas, mostrarles nuevamente este puerto de salvación, siempre dispuesto a recibir a todos los náufragos de este mundo."

Se podría decir que su vida fue una explicación del gran medio de salvación en los últimos tiempos: "¡El Corazón Inmaculado de María!"

La vida de Sor Lucía en el Carmelo fue una vida de autoinmolación y sufrimiento espiritual continuo. A partir de 1950, se pueden encontrar estas declaraciones en sus cartas: "Me duele ver que la consagración de Rusia no ha sido hecha como lo pidió Nuestra Señora." En 1955, se le ordenó a Sor Lucía guardar silencio, y sin el permiso expreso de la Santa Sede, nadie podía verla ni hablar con ella. 

Aunque no tenía permitido revelar la tercera parte del secreto, Sor Lucía comprendió que las profecías anunciadas en él iban a cumplirse delante de sus ojos. Pudo percibir "la oleada diabólica que inunda todo el mundo," y en muchas ocasiones habló sobre "la batalla final entre el demonio y Nuestra Señora," sobre la estrategia del demonio "para vencer a las almas consagradas a Dios." Cuando supo que la jerarquía de la Iglesia había dado la espalda a los pedidos de Nuestra Señora, dijo: "No debemos esperar del Santo Padre un llamado al mundo para hacer penitencia. Ni tampoco debemos esperar un llamado a hacer penitencia de nuestros obispos, ni de las congregaciones religiosas."

No solamente predijo los castigos, sino que también proporcionó importantes medios para superar las inminentes calamidades: "Por eso ahora, es necesario que cada uno de nosotros comencemos a reformarnos espiritualmente. Todas las personas deben salvar no sólo su alma, sino también las almas que Dios ha puesto en su camino."

Antes de que se le ordenara guardar completo silencio, en 1974, Sor Lucía recibió permiso para escribir algunas cartas. Todas éstas hablaban de la crisis en la Iglesia y de la desorientación diabólica. En ellas exhorta a sus corresponsales a la fidelidad y vigilancia contra los poderes diabólicos en el mundo, destinados a ocasionar que muchas personas pierdan la fe. Para permanecer fieles, es necesario recordar los pedidos que Nuestra Señora hizo en Fátima: rezar y hacer sacrificios por la conversión de los pobres pecadores, seguir rezando fielmente el rosario, perseverar en la devoción al Corazón Inmaculado y hacer actos de penitencia. Ésta fue la vida oculta e inmolación de Sor Lucía hasta el momento de su muerte.

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