Testimonio del Padre Pío sobre el aborto


El Padre Pellegrino le preguntó cierto día al Santo Padre Pío:
— Padre, esta mañana usted le negó la absolución a una mujer por una interrupción voluntaria de embarazo. ¿Por qué fue tan riguroso con esta pobre desgraciada?”
El Padre Pío contestó:
— El día en que los hombres, espantados por el «boom económico», como se dice, y por los daños físicos o los sacrificios económicos, pierdan el horror al aborto, será un día terrible para la humanidad. Porque, precisamente en ese día, tendrán que mostrar que lo aborrecen”.
Después, tomó el hábito de su interlocutor con la mano derecha, y le puso la izquierda sobre el pecho, como si quisiera apoderarse de su corazón, y dijo en un tono perentorio:
— El aborto no sólo es un homicidio, sino también un suicidio. Y nosotros, ¿a todos los que están por cometer estos dos crímenes juntos, tendremos el valor demostrarles nuestra fe? ¿Queremos recuperarlos sí o no?”
Repreguntó entonces el Padre Pellegrino:
— ¿Por qué un suicidio?”
Lleno de una santa cólera, compensada con mucha dulzura y bondad, el Padre Pío le explicó:
— Comprenderías este suicidio de la raza humana si con el ojo de la razón pudieses ver la «belleza y la alegría» de la tierra poblada con viejos sin niños: quemada como un desierto. Si tú reflexionases, comprenderías entonces que el aborto es todavía más grave: con el aborto, también se mutila la vida de los padres. A estos padres los quisiera cubrir con las cenizas de sus fetos destruidos, para clavarlos con sus responsabilidades y para impedirles la posibilidad de recurrir a la ignorancia. Los restos de un aborto provocado no se entierran con una falsa religiosidad. Sería una abominable hipocresía. Esas cenizas deben ser echadas a las caras cuidaditas de los padres asesinos. Si los considerase de buena fe, no me sentiría implicado en sus delitos. Ves, no soy santo, pero nunca me siento tan cerca de la santidad sino cuando pronuncio estas palabras, sin duda un poco virulentas, pero justas y útiles, contra los que cometen tal crimen. Y estoy seguro de que Dios aprueba mi rigor porque Él siempre me da, después de esas dolorosas luchas contra el mal ‒o más bien digamos que me impone‒, algunos momentos de maravillosa tranquilidad”.

Al Padre Pellegrino, que le hacía notar que “si no se extirpan las ideas erróneas de la mente de los que provocan los abortos, es inútil maltratarlos con los rigores de la Iglesia”, el Padre replicó:
— Al defender la venida de los niños al mundo, mi rigor siempre es un acto de fe y de esperanza en nuestros encuentros con Dios sobre la tierra. Desgraciadamente, en la medida que va pasando el tiempo, la batalla se vuelve más fuerte que nosotros. Pero de todas formas hay que luchar, porque a pesar de la certeza de una derrota sobre el mapa, nuestra batalla tiene la garantía de la victoria verdadera: la de la nueva tierra y los nuevos cielos”.
Ante tales consideraciones, ¿cuáles razones podrían presentarse para justificar tamaño pecado? (Para la Iglesia cooperar con un aborto constituye también una falta grave.)

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