“Pascendi Dominici Gregis”: Encíclica sobre los errores del Modernismo [1ª parte]
En
esta Encíclica San Pío X nos descubre el modo en que el Modernismo se iba
infiltrando en los Seminarios y en la Iglesia.
Táctica modernista
… En cuya propagación, ¡ojalá gastaran memos empeño y
solicitud! Pero es tanta su actividad, tan incansable su trabajo, que da
verdadera tristeza ver cómo se consumen, con intención de arruinar la Iglesia,
tantas fuerzas que, bien empleadas, hubieran podido serle de gran provecho. De
dos artes se valen para engañar los ánimos: procuran primero allanar los
obstáculos que se oponen, y buscan luego con sumo cuidado, aprovechándolo con
tanto trabajo como constancia, cuanto les puede servir.
Tres son principalmente las cosas que tienen por
contrarias a sus conatos: el método escolástico de filosofar, la autoridad de
los Padres y la tradición, el magisterio eclesiástico. Contra ellas dirigen sus
más violentos ataques. Por esto ridiculizan generalmente y desprecian la
filosofía y teología escolástica, y ya hagan esto por ignorancia o por miedo,
o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de
novedades va siempre unido con el odio del método escolástico, y no hay otro
más claro indicio de que uno empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo
que comenzar a aborrecer el método escolástico. Recuerden los modernistas y sus
partidarios la condenación con que Pío IX estimó que debía reprobarse la
opinión de los que dicen (Syll. pr.13): «El método y los principios con los cuales los antiguos doctores
escolásticos cultivaron la teología no corresponden a las necesidades de
nuestro tiempo ni al progreso de la ciencia. Por lo que toca a la tradición, se
esfuerzan astutamente en pervertir su naturaleza y su importancia, a fin de
destruir su peso y autoridad». Pero, esto no obstante, los
católicos venerarán siempre la autoridad del concilio II de Nicea, que condenó «a aquellos que osan..., conformándose con
los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar
cualquier novedad..., o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo de
las legítimas tradiciones de la Iglesia católica». Estará en pie la
profesión del concilio IV Constantinopolitano: «Así, pues, profesamos conservar y guardar las reglas que la santa, católica
y apostólica Iglesia ha recibido, así de los santos y celebérrimos apóstoles
como de los concilios ortodoxos, tanto universales como particulares, como
también de cualquier Padre inspirado por Dios y maestro de la Iglesia». Por
lo cual, los Pontífices Romanos Pío IV y Pío IX decretaron que en la profesión
de la fe se añadiera también lo siguiente: «Admito
y abrazo firmísimamente las tradiciones apostólicas y eclesiásticas y las demás
observancias y constituciones de la misma Iglesia».
Ni más respetuosamente que sobre la tradición sienten los
modernistas sobre los santísimos Padres de la Iglesia, a los cuales, con suma
temeridad, proponen públicamente, como muy dignos de toda veneración, pero como
sumamente ignorantes de la crítica y de la historia: si no fuera por la época
en que vivieron, serían inexcusables.
43. Finalmente, ponen su empeño todo en menoscabar y
debilitar la autoridad del mismo ministerio eclesiástico, ya pervirtiendo
sacrílegamente su origen, naturaleza y derechos, ya repitiendo con libertad las
calumnias de los adversarios contra ella. Cuadra, pues, bien al clan de los
modernistas lo que tan apenado escribió nuestro predecesor:
«Para hacer
despreciable y odiosa a la mística Esposa de Cristo, que es verdadera luz, los
hijos de las tinieblas acostumbraron a atacarla en público con absurdas
calumnias, y llamarla, cambiando la fuerza y razón de los nombres y de las
cosas, amiga de la oscuridad, fautora de la ignorancia y enemiga de la luz y
progreso de las ciencias.» (Motu pr. Ut mysticam, 11 mart. 1891)
Por ello, venerables hermanos, no es de maravillar que los
modernistas ataquen con extremada malevolencia y rencor a los varones católicos
que luchan valerosamente por la Iglesia. No hay ningún género de injuria con
que no los hieran; y a cada paso les acusan de ignorancia y de terquedad.
Cuando temen la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quitarles la
eficacia oponiéndoles la conjuración del silencio. Manera de proceder contra
los católicos tanto más odiosa cuanto que, al propio tiempo, levantan sin
ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos cuantos con ellos
consienten; los libros de éstos, llenos por todas partes de novedades,
recíbenlos con gran admiración y aplauso; cuanto con mayor audacia destruye uno
lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio eclesiástico, tanto más sabio
lo van pregonando. Finalmente, ¡cosa que pone horror a todos los buenos!, si la
Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y
por todos medios, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de
la verdad.
Con todo este estrépito, así de alabanzas como de
vituperios, conmovidos y perturbados los entendimientos de los jóvenes, por una
parte para no ser tenidos por ignorantes, por otra para pasar por sabios, a la
par que estimulados interiormente por la curiosidad y la soberbia, acontece con
frecuencia que se dan por vencidos y se entregan al modernismo.
44. Pero esto pertenece ya a los artificios con que los
modernistas expenden sus mercancías. Pues ¿qué no maquinan a trueque de
aumentar el número de sus secuaces? En los seminarios y universidades andan a
la caza de las cátedras, que convierten poco a poco en cátedras de pestilencia.
Aunque sea veladamente, inculcan sus doctrinas predicándolas en los púlpitos de
las iglesias; con mayor claridad las publican en sus reuniones y las introducen
y realzan en las instituciones sociales. Con su nombre o seudónimos publican
libros, periódicos, revistas. Un mismo escritor usa varios nombres para así
engañar a los incautos con la fingida muchedumbre de autores. En una palabra:
en la acción, en las palabras, en la imprenta, no dejan nada por intentar, de
suerte que parecen poseídos de frenesí.
Y todo esto, ¿con qué resultado? ¡Lloramos que un gran
número de jóvenes, que fueron ciertamente de gran esperanza y hubieran
trabajado provechosamente en beneficio de la Iglesia, se hayan apartado del
recto camino! Nos son causa de dolor muchos más que, aun cuando no hayan
llegado a tal extremo, como inficionados por un aire corrompido, se
acostumbraron a pensar, hablar y escribir con mayor laxitud de lo que a
católicos conviene. Están entre los seglares; también entre los sacerdotes, y
no faltan donde menos eran de esperarse: en las mismas órdenes religiosas.
Tratan los estudios bíblicos conforme a las reglas de los modernistas. Escriben
historias donde, so pretexto de aclarar la verdad, sacan a luz con suma
diligencia y con cierta manifiesta fruición todo cuanto parece arrojar alguna
mácula sobre la Iglesia. Movidos por cierto apriorismo, usan todos los medios
para destruir las sagradas tradiciones populares; desprecian las sagradas
reliquias celebradas por su antigüedad. En resumen, arrástralos el vano deseo
de que el mundo hable de ellos, lo cual piensan no lograr si dicen solamente
las cosas que siempre y por todos se dijeron. Y entre tanto, tal vez estén
convencidos de que prestan un servicio a Dios y a la Iglesia; pero, en
realidad, perjudican gravísimamente, no sólo con su labor, sino por la
intención que los guía y porque prestan auxilio utilísimo a las empresas de los
modernistas.
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