El Estado y la Iglesia
Entre el Estado y la Iglesia, ¿tenemos que
hablar de separación o más bien de distinción? Con el fin de aclarar este punto
de doctrina social y política para la salvación de numerosas almas, quisiéramos
recordar algunas nociones elementales sobre la sociedad civil, la Iglesia y sus
relaciones mutuas. Lo haremos, no según nuestras propias opiniones personales,
sino más bien dejando contestar al Papa León XIII por medio de su encíclica Immortale
Dei, del 1º de noviembre de 1885, que trata de la constitución
cristiana de los estados.
LA SOCIEDAD CIVIL
¿Debe el hombre vivir en sociedad?
»No pudiendo en la soledad procurarse todo aquello que la necesidad y el
decoro de la vida corporal exigen, como tampoco lo conducente a la perfección
de su ingenio y de su espíritu, dispuso Dios que naciera para la unión y
sociedad con sus semejantes, ya sea en la doméstica ya sea en la civil, única
capaz de proporcionarle lo que basta a la perfección de la vida.
¿Qué papel tiene la autoridad en la
sociedad?
»Mas como quiera que ninguna sociedad puede subsistir ni permanecer si no
hay quien presida a todos y mueva a cada uno con el mismo impulso eficaz y
encaminado al bien común, síguese de ahí ser necesaria una autoridad que la
dirija: autoridad que, como la misma sociedad, surge y emana de la naturaleza
y, por lo tanto, del mismo Dios, que es su autor.
¿De dónde proviene la autoridad?
»El poder público por sí propio, o esencialmente considerado, no proviene
sino de Dios, porque sólo Dios es el propio, verdadero y Supremo Señor de las
cosas, al cual todas necesariamente están sujetas y deben obedecer y servir.
¿Ha determinado Dios una forma de
gobierno?
»El derecho de soberanía, en razón de sí propio, no está necesariamente
vinculado a tal o cual forma de gobierno; puédese escoger y tomar legítimamente
una u otra forma política con tal que no le falte capacidad de obrar
eficazmente el provecho común de todos.
¿Tiene la sociedad civil deberes para con
Dios?
»Los hombres no están menos sujetos al poder de Dios unidos en sociedad que
cada uno de por sí; ni está la sociedad menos obligada que los particulares a
dar gracias al supremo Hacedor que la congregó, por cuya Voluntad se conserva y
de cuya bondad recibió la innumerable cantidad de dádivas y gracias que abunda.
¿No basta el culto público de cualquier
religión?
»Así como a nadie es lícito descuidar los propios deberes para con Dios, y
el primero de éstos es profesar de palabra y de obra la religión, no la que a
cada uno le acomoda, sino la que Dios manda, y la que consta por argumentos
ciertos e irrecusables ser la única verdadera, de la misma manera no pueden los
estados obrar, sin cometer un crimen, como si Dios no existiese, o sacudiendo
la Religión como algo extraño e inútil, o abrazando indiferentemente de las
varias existentes la que les pluguiere; antes bien, tienen la estricta
obligación de escoger aquella manera y aquel modo para rendir culto a Dios que
el mismo Dios ha demostrado ser su Voluntad.
¿Qué deberes tienen los gobernantes con la
verdadera religión?
»Deben tener, pues, como sagrado el nombre de Dios y contar entre sus
principales deberes el de abrazar la religión con agrado, ampararla con
benevolencia, protegerla con la autoridad y el favor de las leyes; y no
instituir ni decretar nada que pueda resultar contrario a su incolumidad.
Continuará…
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