El Pecado de la murmuración: ¡qué bueno sería saber callar!


La murmuración es lengua de víbora, que de un golpe hiere a tres personas (Rom. 1,30): el murmurado, el que oye y el murmurador, aborrecido de Dios (San Bernardo).

A) Aquel de quien se murmura
 
Las Sagradas Escrituras y los Santos Padres llaman con frecuencia homicidio a la murmuración, porque arrebata la vida social, que es mucho más estimable que la del cuerpo.
«Los pecados cometidos contra el prójimo se miden por el daño que le causan... El hombre disfruta de un triple bien, a saber, el del alma, el del cuerpo y el de los bienes exteriores... Entre estos últimos, la fama sobrepuja por mucho a las riquezas, porque se roza ya con los bienes espirituales, por lo cual se dice en los (Prov 22,1) : «Más que las riquezas vale el buen nombre. Por lo tanto, la murmuración, aunque pecado menor que el homicidio y el adulterio es, sin embargo, mayor que el hurto» (Sto Tomás de Aquino).
«Cosa grave es quitar la fama a alguien, puesto que es el mayor bien del hombre, y el perderla le impide obrar muchos bienes de los que sería capaz», conforme al Eclesiástico (41,15) : «Ten cuidado de tu nombre, que permanece más que millares de tesoros» (Sto Tomás de Aquino).
El hombre de juicio da por bien empleado todo dispendio destinado a recuperar su buena fama. Luego el que le priva de ella le perjudica más que si le robara. De aquí lo mal visto que es el murmurador profesional. A pesar de ello, nos avergonzamos de haber cometido un hurto y no de haber murmurado algunas veces.
B) El que oye murmurar
 
1.- Incita a pecar
«Demos el caso de que ninguno diese oídos a los detractores; ciertamente no se atreverían estos... Luego, si algunos murmuran, débese culpar a quienes les escuchan» (San Jerónimo).
«Si los murmuradores comprobaran que les huimos a ellos más que a los censurados, perderían su mala costumbre» (San Juan Crisóstomo)
2.- Agrava nuestros pecados 
«No juzguéis y no seréis juzgados» (Mt. 7,1)
«No aparecerá entonces nuestro pecado como haya sido en este tiempo, sino que se le sumará una grande e inevitable cantidad debida a nuestros juicios» (San Juan Crisóstomo).

3.- Impide la perfección
El primer paso para ella debe ser negarse a oír la murmuración, porque no hay nada que inquiete más al alma y de entrada a odios, disensiones, rencores y disipación del espíritu, como ella (San Jerónimo)

C) Al murmuradorSu pecado es grande. Por tres razones.
1.        Falta a la caridad.
2.        Revela un mal fondo. Gozo de derribar una reputación.
3.        Suele denotar hipocresía. Deseo de justificar sus propias faltas.

¿Pecado mortal o venial? 
1.- Puede ser venial por la parvedad de la materia.
2.- Pero muchas veces no son pequeñas ni livianas (las cosas) que a algunos les parecen tales» (P. Alonso Rodríguez). «Ni sirve decir que es una palabra que se lleva el viento, porque la murmuración vuela, pero hiere gravemente; pasa presto, pero abrasa atrozmente» (San Bernardo). 
Remedios y consejos contra la murmuración
A. Huir al maldiciente
1.- «El cuerdo ve el peligro y se esconde» (Prov. 32) 
2.- ¿No huirías del que removiera el estiércol? (San Juan Crisóstomo)

B. Reprenderle
1.- Y a los que oyen al maldiciente les aviso que se tapen los oídos e imitando al profeta digan: "Reduciré al silencio al que en secreto detrae a su prójimo" (Ps. 100,5).
2.- Dile: ¿Tienes alguien a quien alabar y ensalzar? Te escucho y oigo. Pero, si quieres hablar mal, me tapo los oídos, pues, éstos no están acostumbrados a recibir estiércol y cieno. (San Juan Crisóstomo).
EL SANTO CURA DE ARS
"Al juzgar al prójimo, debemos tener siempre en cuenta su flaqueza y su capacidad de arrepentirse. Ordinariamente, casi siempre, debemos después rectificar nuestros juicios acerca del prójimo, ya que, una vez examinados bien los hechos, nos vemos forzados a reconocer que aquello que se dijo era falso. Nos suele acontecer lo que sucedió a los que juzgaron a la casta Susana fundándose en la delación de dos falsos testigos y sin darle tiempo de justificarse (Dan., XIII, 41.); otros imitan la presunción y malicia de los judíos, que declararon a Jesús blasfemo (Matth., IX, 3.) y endemoniado (Ioan., VII, 20, etc.); otros, por fin, se portan cómo aquel fariseo, que, sin preocuparse de indagar si Magdalena había o no renunciado a sus desordenes, y por más que la vio en estado de gran aflicción acusando sus pecados y llorándolos a los pies de Jesucristo su Salvador y Redentor, no dejo de considerarla cómo una infame pecadora" (Luc., VII, 39).

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