Cuándo nos llega la tentación

En el año de 1200, una monja llamada Beatriz, de cuerpo gentil, fervorosa de espíritu y devotísima de la Virgen Santísima en un comienzo, andando luego con poca cautela por la reja o locutorio, de que era portera, comenzó a entibiarse en el espíritu, y pasando de una falta a otra, y de un pecado a otro, llegó a tal estado, que no tenía de religiosa sino el hábito que traía; y aún éste determinó dejarlo y huir del monasterio, juntamente con uno de los sacristanes, de quien se había enamorado locamente por sus imprudencias.  Pero, antes de ejecutar semejante sacrilegio, se fue delante de una imagen de la Virgen Santísima, y dejando a sus pies el sagrado hábito y las llaves del monasterio, le dijo: 
«Virgen Santísima, os dejo y abandono; mas Vos no me abandonéis a mí, acordándoos de los obsequios que os he hecho en este santo lugar. Tened Vos, Señora, cuidado de estas sagradas vírgenes; sed Vos su ángel custodio. Adiós, María, os dejo».  Dicho esto emprendió la marcha, y salió del sagrado monasterio.  Mientras esa pobre alma se alejaba de Dios y de la Virgen, la Virgen María tomó un cuerpo del todo semejante al de Beatriz, semejante en las facciones, semejante en la estatura, semejante en el color, semejante en la voz, semejante en el movimiento y gesto, y tan semejante en todo, que entre ella y la verdadera Beatriz no aparecía otra diferencia sino que ésta era muy descompuesta y disoluta, y la Virgen, bajo la forma de Beatriz, parecía la misma modestia y compostura.  A más de esto, para imitar más a Beatriz, se puso la Virgen sus hábitos, colgóse las llaves al lado, y comenzó a hacer el oficio de portera. Las monjas, que nada sabían de semejante prodigio, ni les venía al pensamiento sombra alguna de sospecha, se maravillaban de ver un cambio tan grande en Beatriz, y se decían admiradas unas a otras: «¿Qué es esto? ¿Quién ha logrado hacer esa mudanza tan estupenda en Beatriz? ¿Quién le ha trocado aquel mirar tan libre, aquel hablar tan incauto, aquel andar tan suelto y disipado, aquel modo de tratar más seglar que religioso?».  Unas pensaban en una causa, otras en otra, pero ninguna de ellas daba en el punto de la verdad.  Entretanto, ¿qué era de Beatriz? Engañada por el joven sacristán, que pronto la abandonó, y avergonzándose de volver al monasterio, se precipitó en el abismo de la corrupción, pues para poder ganarse la vida se hizo pública meretriz, y en esta triste condición estuvo por espacio de quince años.  Pasado ese tiempo llegó a su noticia que había en el monasterio donde ella había profesado una monja con crédito de gran santidad, que se llamaba Beatriz como ella. Movida por la curiosidad, pero disponiéndolo la Virgen así para su bien, se determinó volver allá disfrazada, para ver qué religiosa era ésta, semejante a ella en el nombre, pero muy distinta en las costumbres.  Fuese, pues, para allá: llegó a la puerta del monasterio, y vio que estaba delante de ella una monja absolutamente igual a ella. Palideció la desdichada mujer, y no tuvo alientos para decir ninguna palabra. La primera que habló fue la Virgen María: – ¿Me conoces, Beatriz? – No, no te conozco. – Has dicho bien: no me conoces, porque te has olvidado de mí y de mi divino Hijo. Pero ¿a quién dejaste el hábito religioso? ¿A quién encomendaste las llaves del monasterio cuando huiste de este sagrado lugar? – A la Virgen María. 
– Pues yo soy la Virgen. Yo, para encubrir tu infame huida, he estado quince años haciendo tus veces en este lugar; y mientras tú hacías vida torpe, te he granjeado crédito de santidad. Entra en el monasterio, y haz penitencia de tus graves pecados.  Dicho esto, desapareció la Virgen, dejando allí los vestidos de la religiosa. Vistióselos al punto Beatriz, y se mezcló con las demás religiosas. Nunca se descubrió su huida del monasterio, por la perfecta semejanza que tenía con la que se quedó en su lugar.  Beatriz hizo áspera penitencia por sus culpas, y en la hora de su muerte encargó a su confesor que publicase este prodigioso suceso, para gloria de la Santísima Virgen.

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