Acción de Jesús en el alma

DEJAR OBRAR A JESÚS COMO LE PLAZCA 

A UN SEMINARISTA 
Rennes, 29 de abril de 1838 

 Me alegro en presencia de Nuestro Señor Jesús de que le plazca tenerlo siempre clavado a su santísima cruz. Admiro verdaderamente su bondad incomprensible en eso. Se place en mirar a sus más pobres servidores, así semejantes a El a pesar suyo, y sin que ellos contribuyan en nada. Es lo que hay de más dulce y delicioso en la admirable cruz de Jesús. El solo es quien lo hace todo, nosotros no hacemos y no podemos hacer nada en eso.  Cuando Jesús quiere pintarse en un alma, su divino retrato es trazado mucho mejor si sola su mano lo traza; toda mano humana que quisiera entrometerse no haría más que estropearlo, como un mono que quisiera acabar un cuadro en que habría visto trabajar a su dueño. ¡Bonitas cosas haría! Ve a su dueño pincel en mano, ya mojándolo en los colores, ya aplicándolo a la tela, pero nada más; no sabe distinguir los rasgos sabios que el pintor traza sobre la tela. Cuando su dueño deja el taller, toma el pincel, lo moja en los colores y lo aplica a la tela: ¡qué desastre! ¡lo estropea todo! Pues bien, ésa es nuestra obra.  Nosotros no sabemos de ningún modo lo que nuestro divino y muy adorable Señor quiere realizar en nuestras almas, no distinguimos ningún rasgo; y, sin embargo, queremos entrometernos algunas veces en su obra y reproducir en nosotros los rasgos admirables de nuestro carísimo amor. ¡Guardémonos de ello, querido amigo! Dejemos obrar a nuestro dulce Señor; El ejecutará su designio, a condición de que nosotros nos abandonemos entre sus manos y lo dejemos obrar plenamente en nosotros, según su única y muy soberana voluntad y su amabilísimo beneplácito. En el estado de cruz en que usted se encuentra, le es muy particularmente necesario mantenerse muerto en su presencia y perdido en su divino Espíritu. ¿Qué haría usted si Jesús no trabajase como Señor, y soberano Señor? Manténgase siempre como nulo y como inexistente ante El. No se vea jamás a sí mismo. Es preciso que usted se comporte respecto de sí como si nunca hubiese existido. Ya se lo he dicho varias veces: es preciso que la divina voluntad trabaje en usted como trabajó en la nada. Es preciso que en nosotros lo que es sea aniquilado, para que lo que no es se establezca. Es preciso, pues, la ruina total de la carne, con todo lo que ella tiene, todo lo que puede y todo lo que quiere, y también con todo lo que ella es en sí misma, para que Jesús y su divino Espíritu ocupen su lugar.

(Carta 101 P. Libermann)

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