Doctrina Catolica sobre los Ángeles

La creencia en un mundo puramente espiritual es propia y casi exclusiva del católico. Dios, al crear, no se limitó a producir el cosmos material, sino que al mismo tiempo quiso producir una categoría de seres puramente espirituales, los ángeles, que reflejan las perfecciones del Creador de manera mucho más eminente que la creatura corporal, por cuanto Dios es espíritu. Detengámonos, pues, algunos instantes, para recordar las principales verdades que la doctrina católica nos enseña sobre los ángeles. 

1º Creación y naturaleza de los ángeles. 
 Tanto la Sagrada Escritura como la Tradición nos revelan que la naturaleza del ángel es puramente espiritual; lo cual significa que no tienen cuerpo, por muy sutil y etéreo que se lo suponga. Nosotros, por tener cuerpo, hemos de invertir gran parte de nuestro tiempo en actividades corporales: trabajar, comer, descansar, vestirnos, curarnos, recrearnos. No pasa así con los ángeles. Puros espíritus como son, pueden dedicarse totalmente a su actividad espiritual, que consiste en conocer y amar, sin interrumpirla nunca y sin cansarse. Son inteligencia y voluntad en ejercicio continuo. Y en ejercicio perfectísimo, que esa es otra de las consecuencias de no tener cuerpo. Nosotros, por tener que servirnos del cuerpo para conocer y amar, vamos conociendo las cosas PROGRESIVAMENTE, unas después de otras. No sucede así con los ángeles. Su conocimiento no es progresivo, sino instantáneo: ya que, al no poder adquirirlo a partir de lo sensible, Dios infundió en su inteligencia, en el momento mismo de crearlos, las ideas inteligibles de todas las cosas existentes. Es más, ese conocimiento ni siquiera es DISCURSIVO como el nuestro, sino intuitivo: captan de golpe todo lo que son naturalmente capaces de conocer, sin tener que deducir unas cosas de otras: en las causas ven los efectos, y en las premisas las conclusiones. Son perfectos en ciencia. Sólo pueden aprender las verdades de orden sobrenatural (por revelación divina), o las que un ángel superior pueda comunicarles (por iluminación). Y puesto que son tan perfectos en ciencia, su voluntad se ve totalmente esclarecida al momento de tomar una decisión. Si el entendimiento del ángel conoce de golpe todo lo que es capaz de conocer, su voluntad es igual de perfecta, capaz de tomar decisiones definitivas; pues, cuando decide algo, el ángel tiene en cuenta todo lo que puede influir en esa decisión. Por eso, si decide o elige mal (como hicieron los ángeles prevaricadores), ya no es capaz de arrepentirse: las mismas consecuencias y castigos a que se expone le eran conocidos antes de decidirse. 

2º Elevación y caída de los ángeles. 
 Al igual que los hombres, los ángeles fueron creados en gracia, esto es, elevados al orden sobrenatural, pero en estado de prueba, sin poseer todavía su fin, que debían merecer con sus propios actos; es decir, aún no veían a Dios, pues de otro modo algunos de ellos no podrían haber pecado.  Dios no los creó directamente en el cielo, con la visión beatífica, porque quiere que las creaturas espirituales inteligentes y libres merezcan la felicidad eterna mediante sus propios actos, y manifiesten espontáneamente su amor a Dios orientándose por sí mismas, bajo la influencia de la gracia, hacia la felicidad a que Dios las destina. Así, pues, al igual que el hombre, los ángeles recibieron la propuesta de la felicidad eterna del cielo, que debían alcanzar por la fidelidad a la gracia recibida en su creación. En esta propuesta, Dios reclamó a los ángeles la aceptación de la realeza del Verbo encarnado. Para ello les reveló, con toda la claridad que exige el conocimiento angélico (pero aún bajo el velo de la fe) el inefable misterio de la Encarnación del Verbo: la segunda persona de la Trinidad se haría hombre para ser el Pontífice de la creación, el encargado de llevar toda la creación hacia Dios. Todos tendrían que haber respondido: «Quis ut Deus?»: ¿Quién es como Dios para que no lo amemos y no nos sometamos a esta proposición, que es la manifestación de la caridad infinita de Dios hacia sus creaturas espirituales? Sin embargo, muchos de los ángeles, con Lucifer a su cabeza, se rebelaron contra Dios por orgullo y por envidia. Por orgullo: Lucifer sintió como disminuida su excelencia, por cuanto, siendo él el ángel superior, a él le habría correspondido ese ministerio de Pontífice entre Dios y sus creaturas. Por envidia: se entristeció de que el Verbo le «arrebatara» ese ministerio tan noble y elevado.   Así pues, la desordenada complacencia en sí mismo arrastró a Lucifer, y en pos de él a un cierto número de ángeles, a una elección negativa: «Non serviam! ¿Por qué tengo que adorar a Dios en una naturaleza humana? Tener que recibir un complemento de gracia y de gloria, de una naturaleza que me es inferior, ¿no es trastocar el mismo orden que tú mismo, oh Dios, has establecido, de que los seres superiores gobiernen a los inferiores? No acato esa condición». El resultado fue inmediato: al punto perdieron la gracia santificante y fueron precipitados a las tinieblas y al fuego del infierno para siempre, ya que permanecen eternamente en su mala elección. 

3º Organización del mundo angélico. 
 Como Dios todo lo hace con orden, también estableció un orden en el mundo de los ángeles, que denominamos con el término de «jerarquía» angélica. Por él se designan los tres grupos más generales en que se distribuyen los ángeles, a los que se suele dar el nombre de jerarquía suprema, jerarquía media y jerarquía inferior, en conformidad con la mayor o menor semejanza con Dios en el ejercicio de los propios ministerios. Santo Tomás compara estas tres jerarquías a los tres órdenes a que se reduce en una ciudad la gran variedad de personas y oficios, a saber: la clase alta, constituida por los magnates; la clase ínfima, formada por la plebe; y la clase media, situada entre las dos anteriores. • La clase alta viene a ser LA PRIMERA JERARQUÍA, la de los ángeles contemplativos, los más cercanos a Dios, cuya función es asistir a Dios y contemplar en él la razón de todas las cosas que deben hacerse según los planes divinos. • La clase media viene a ser LA SEGUNDA JERARQUÍA, la de los ángeles gobernantes, que reciben de la primera jerarquía las órdenes de lo que debe hacerse, tal como lo ha contemplado en Dios, y disponen así todas las cosas en orden a su ejecución según el plan divino. • La clase ínfima viene a ser LA TERCERA JERARQUÍA, la de los ángeles ejecutores, que llevan a la práctica lo que la primera jerarquía ha contemplado en Dios, y la segunda mandado ejecutarse.  A su vez, cada una de las tres jerarquías se divide en tres «órdenes» o «coros», que son distintos grados de realizar la función propia de cada una de las jerarquías. Tenemos así un total de nueve coros angélicos, cuyos nombres figuran en la Sagrada Escritura: • de ángeles y arcángeles se habla en cada página de la Sagrada Escritura; • a los querubines y serafines los nombran los Profetas; • y los otros cinco, que son las virtudes, potestades, principados, dominaciones y tronos, se encuentran en las Epístolas de San Pablo a los Efesios y Colosenses. Cada uno de estos coros indica una diferencia tanto de perfección como de funciones. Así: • los ángeles (cuyo nombre significa «nuncio, mensajero») anuncian y ejecutan en el orden material y humano las cosas mínimas; • por su parte los arcángeles (cuyo nombre significa «ángel príncipe») anuncian y ejecutan las cosas más grandes; • las virtudes (cuyo nombre significa «poder») realizan los milagros y prodigios en el mundo corporal; • las potestades ya tienen una acción en el mundo espiritual, manteniendo a raya a los espíritus perversos e impidiéndoles tentar al hombre según sus deseos; • los principados presiden a los buenos ángeles, disponen lo que deben hacer, y dirigen los ministerios divinos que tienen que cumplir; • las dominaciones dominan de modo trascendente el poder de los principados, englobando en su gobierno a ángeles buenos y malos; • los tronos asisten a los juicios divinos, sirven de sede a Dios, y son los ejecutores de sus decretos; • los querubines (cuyo nombre significa «plenitud de ciencia») contemplan de más cerca la claridad de Dios, y poseen la plenitud de la ciencia; • y los serafines (cuyo nombre significa «ardor o incendio»), más cercanos aún de su Creador, son un fuego incomparablemente ardiente e incandescente de amor.

4º Acción de los ángeles sobre el hombre. 
Siendo los ángeles una parte de la única creación de Dios, debían poder obrar sobre la otra parte corporal. Era, pues, muy natural que Dios dispusiera que el hombre contara con la ayuda de los ángeles buenos para ser encaminado hacia su último fin, y dejara que el ángel prevaricador pudiera tentarlo, teniendo todas las gracias necesarias para resistirle.  
1º A los ángeles buenos les toca un papel importante en el gobierno divino, y dentro de este gobierno, ha querido el Señor que tuvieran un cuidado especial de los hombres. Por esta razón Dios designa a cada hombre, desde su nacimiento, un ángel custodio que, sin dejar de contemplar el rostro de Dios, vela continuamente por él. La influencia y ayuda de los ángeles buenos sobre el hombre es una verdad continuamente atestiguada en las Sagradas Escrituras. Algunos ejemplos: • el pueblo hebreo fue sacado de la esclavitud de Egipto por la acción del Angel de Dios, que fue el encargado de dar muerte a los primogénitos, y de guiar a los hebreos en su salida de Egipto y en el paso del Mar Rojo; • el Arcángel Rafael asistió de múltiples maneras a la familia de Tobías y a la de Sara, siendo para ellas el instrumento de la Providencia de Dios; • el misterio de la Encarnación del Señor se realizó con la intervención frecuente de los santos ángeles, que anunciaron a la Virgen la elección de Dios para ser Madre de Dios, manifestaron el nacimiento del Salvador a los pastores, avisaron a San José del peligro que acechaba al divino Infante por parte de Herodes.  
2º A su vez, la acción de los demonios sobre la humanidad es demasiado importante como para ignorarla. A ella se debe el pecado original con sus desastrosas consecuencias; a ella se debe el carácter de combate de nuestra vida espiritual; a ella se debe la fuerza que en nuestros días ha llegado a tener el Misterio de iniquidad, en oposición al Misterio de Cristo, realizado por la Iglesia católica; a ella se debe, finalmente, la vigilancia continua que los hombres deben tener para discernir dentro de sí y alrededor suyo la moción de estos espíritus diabólicos, a fin de rechazarla y verse libres de las trampas que el demonio les tiende para llevarlos a su eterna condenación. También está atestiguada en la Sagrada Escritura la influencia que los ángeles caídos tienen sobre el hombre, sobre todo en forma de tentación. Citemos, entre otros ejemplos: • la caída de nuestros primeros padres, por instigación del demonio; • la historia de Job, que nos muestra cómo Dios da permiso al demonio para que ponga a prueba a este varón justo, tanto en sus bienes externos como en su propia persona; • las tentaciones a que Nuestro Señor quiso someterse en el desierto; • la afirmación clarísima de San Pablo de que «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas» (Ef. 6 12).  Que el pensamiento de los santos ángeles nos sea familiar, y prepare nuestra vida con ellos en la patria celestial; y que la existencia de los demonios intervenga en nuestros juicios sobre la vida espiritual y los acontecimientos de la historia y de la vida diaria, y nos lleve a hacer todo lo posible para evitar su mala influencia.

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