Bienaventurados los Pacíficos

La perfección de la paz se encuentra solamente donde no hay oposición; y así a los pacíficos se los llama hijos de Dios, porque no hay nada en ellos que resista a Dios. Es natural que los hijos sean semejantes a su padre. 

1º Quién es el verdadero pacífico. 
Paz del cuerpo es una ordenada constitución física y bienestar de los miembros. Paz del alma irracional es un descanso ordenado de sus apetitos. Paz del alma racional es una armonía ordenada del conocimiento y de la acción. 
Paz del cuerpo y del alma es una vida y salud ordenada del animal. Paz del hombre mortal con Dios es una ordenada obediencia a la ley eterna en consonancia con la fe. Paz humana es una ordenada concordia. Paz familiar es una ordenada concordia de los que mandan y obedecen en una misma casa. Paz cívica es una ordenada concordia de los ciudadanos que mandan y obedecen en una misma ciudad. Paz de la ciudad celeste es una ordenadísima y estrechísima unión con la que los bienaventurados disfrutan de Dios y unos y otros en Dios. Paz universal es la tranquilidad en medio del orden. Orden es la disposición que asigna a las cosas iguales y desiguales el lugar que les corresponde a cada una.  
Según esto, son pacíficos consigo mismos los que, dominando todos los movimientos de su alma y sometiéndolos a la razón, es decir, a la mente y al espíritu, teniendo refrenadas las pasiones de la carne, se convierten en reino de Dios, en el que todo está tan perfectamente ordenado, que lo que hay de más noble y excelente en el hombre es lo que gobierna, sin encontrar resistencia alguna, a todas las demás potencias que son comunes al hombre con los animales; y a su vez, lo que es más excelente en el hombre, esto es, el alma y la razón, esté sujeto a lo que es superior a él, es decir, a Dios.  
Esta es la paz que el Señor da en la tierra a los hombres de buena voluntad; ésta es la vida del hombre que es verdadero y perfecto sabio. 

2º Para ser pacífico, hay que observar la justicia. 
¿Anhelas la paz? Observa la justicia, y tendrás la paz. Y se cumplirá en ti lo que está escrito: La justicia y la paz se besan (Sal. 84 11). Si no amas la justicia, no conseguirás la paz, porque son dos cosas que mutuamente se aman y se dan el ósculo; de modo que, si practicas la justicia, encontrarás la paz que besa la justicia. 
Pregunta a todos los hombres: «¿Quieres la paz?» Y con una sola voz te responderá el género humano: «La deseo, la anhelo, la quiero, la amo». ¿Es gran cosa desear la paz? Cualquier malvado la desea; la paz es cosa buena. Pero tú practica y ama la justicia; porque la justicia y la paz son dos amigas que se dan el beso de hermanas, y no hay enemistad entre ellas. 
Si no amas a la amiga de la paz, tampoco amarás la paz ni vendrá a ti. ¿Por qué litigas con la justicia? «No hagas el mal», te dice la justicia, y tú no la escuchas; «no hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran a ti; no digas de otro lo que no quieras que te digan a ti ni te agradaría escuchar». 
«Eres enemigo de mi amiga –te dice entonces la paz–, ¿por qué me buscas? Yo soy la amiga de la justicia, y cuando encuentro a alguno que sea enemigo de mi amiga, no me acerco a él».  
Por tanto, si quieres conseguir la paz, practica la justicia. «Huye del mal y haz el bien», en lo cual consiste el amor a la justicia; y cuando hayas empezado a huir del mal y a practicar el bien, entonces «busca la paz y corre en su seguimiento» (Sal. 33 15).

3º Consignas para hallar la paz. 
«El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom. 14 17). Si de este modo sirves a Dios, recibirás el premio de Dios y el aplauso de los hombres.  
1º Si amas la paz, ama a tu hermano, porque el que ama a su hermano lo soporta todo con tal de conservar la concordia (I Jn. 1 12). 
Busca lo que ayuda a la paz, y procura agradar al prójimo, a fin de edificarle. Ama a tu hermano de modo que estés pronto a dar la vida por él. Si eres fuerte, debes soportar la debilidad de los débiles y no buscar lo que es de tu gusto.  
2º Guárdate de los fraudes en los negocios, huye de la mentira y del falso testimonio, y evita la locuacidad. 
Cuando oigas a uno contar cosas malas de otro, no lo comuniques a nadie. ¿Oíste decir a otro, en un arrebato, una palabra airada, injuriosa o de despecho? Que muera dentro de ti mismo. ¿Para qué repetirla? ¿Por qué propalarla? Con guardarla dentro de ti mismo, no te hará reventar. 
La paz no juzga de lo que no tiene certeza ni sostiene lo que no es cierto o conocido; es más propensa a pensar bien del prójimo que inclinada a sospechar el mal. No se apura porque se haya equivocado, pensando bien de lo que es malo; por el contrario, estima una gran desgracia cuando por casualidad piensa mal de aquello que es bueno. 

3º Ama la paz; ten en gran estima a la paz; ésta debes procurar y ésta debes desear; ámala en tu casa, en tus negocios, con tu mujer, con tus hijos, con tus amigos y con tus enemigos. 
Sea, pues, la paz tu amable compañera; sea tu corazón la casta morada de esta virtud; ten con ella amistad inalterable, y no áspera compañía; vive a ella unido por vínculos de indisoluble unión y amistad.  
4º Son dignos de alabanza los que aman la paz. A los que la odian, es mejor, mientras están en esta disposición, pacificarlos con alguna buena máxima o con el silencio, que irritarlos con el reproche. 
El verdadero amigo de la paz ama a los que son enemigos de ella. Si verdaderamente amas la paz, tendrás compasión de quien no ama lo que tú amas y no tiene lo que tú tienes.  
5º Si amas, si tienes, si posees la paz, llama a cuantos te plazca para disfrutar contigo de su posesión; tendrás más cuanto mayor sea el número de los poseedores. 
Una casa no puede contener muchos inquilinos a la vez; pero la paz es una posesión que, con multiplicarse los poseedores, se multiplica ella misma. Es tal la cosa amada por ti, que no debes envidiar a cualquiera otro que la posea, pues cualquiera que posea contigo la paz, no te quita a ti nada de tu posesión. 

4º Paz y tranquilidad de la buena conciencia. 
Sé hombre virtuoso y disfrutarás en tu interior de tranquilidad y paz; pero a condición de que sea vigilante tu fe; porque si tu fe duerme, estás en peligro.  Mientras dormía Cristo, la barca fluctuaba; pero apenas Cristo se despertó, apaciguó los vientos, cesaron las olas, pasó el peligro y reinó la bonanza. Bajo la mirada vigilante de Cristo, tranquilícese tu corazón, de modo que puedas llegar al puerto: no deja de preparar puerto el que prepara la nave.  
¡Dichoso tú si, al recogerte en tu corazón, no encuentras en él nada reprensible! Si quieres entrar con gusto en el interior de tu alma, purifícala. Bienaventurados los limpios de corazón –dice el Señor–, porque ellos verán a Dios (Mt. 5 8). Arroja de tu alma las inmundicias de la codicia, lava las manchas de la avaricia; arrepiéntete de los malos pensamientos; perdona a tus enemigos, y, hecho esto, entra en tu corazón y gózate allí. 
Apenas empieces a deleitarte con este gozo, la misma pureza te alegrará y te dispondrá para la oración. 

Si has entrado alguna vez en un lugar retirado y silencioso, de seguro que, encantado del recogimiento, habrás dicho: «¡Qué bien se reza aquí!», porque te agrada lo retirado del lugar, y hasta juzgas que Dios te escucha más benévolamente. Pues bien: si te agrada la belleza del lugar material, ¿por qué no te disgusta la inmundicia de tu corazón? Ea, entra en tu interior, purifícalo, levanta tus ojos al Señor, y al punto te escuchará. 

Pero aun disfrutando de tranquilidad de conciencia, restan siempre inquietudes, porque queda siempre alguna debilidad hasta tanto que la muerte haya sido absorbida por la victoria, y este cuerpo mortal haya sido revestido de inmortalidad (I Cor. 15 54). Es cosa inevitable en este mundo padecer tentaciones y sufrir temores; pero Dios purificará todo y te librará de las tribulaciones; recurre a él. Puede el calumniador privarte de tu buena fama, pero ¿podrá alguien arrebatarte tu buena conciencia? 

Preferible es la tristeza del que sufre la injusticia a la alegría del que obra la iniquidad. No te sientas rebajado porque seas pobre en vivienda si eres rico de conciencia. Más seguro dormirá sobre la tierra el que es rico en tranquilidad de conciencia que el rico en oro sobre lecho de púrpura. No le despertará la inquietante solicitud del remordimiento del pecado, que traspasa el corazón. Guarda dentro de tu corazón las riquezas que te conquistó la pobreza de tu Dios; más te diré: pon por guarda de ellas al mismo Señor. Para evitar la pérdida de sus dones, que los custodie el mismo donador. 

Afectos y súplicas. 
¡Oh Señor, qué bueno es amar la paz! Cuanto más que amarla es lo mismo que tenerla. No necesito dinero para procurarme el objeto amado, ni debo acudir a un abogado para obtenerlo; dondequiera que esté, me basta amar la paz para tenerla.  ¿Y quién no desea ver aumentado aquello que ama? Si quiero que sean pocos los que estén en paz conmigo, será poca también la paz que tendré. Para que esta posesión crezca, es necesario que yo aumente el número de poseedores.  La paz es un bien del espíritu, y, por lo tanto, no lo reparto con los amigos al modo que reparto el pan.  Si distribuyo el pan, cuanto más sean los que de él participen, tanto más pequeña será la cantidad que tomo para darles. La paz es como aquel pan que se multiplicaba en las manos de tus discípulos a medida que lo iban repartiendo.  Dame, Señor, la paz para poder atraer a ella a los demás. Poséala yo en primer lugar. Arda primeramente en mí el fuego, para que yo pueda encender a otros.1 

No está nuestra paz en esta vida 
en no sentir contrariedades, 
sino en la manera resignada de sobrellevarlas. 
Imitación de Cristo 

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