Domingo, 30 de diciembre: Domingo en la octava de Navidad

Cuando un profundo silencio reinaba en todo, y la noche, siguiendo su curso, se hallaba en la mitad de su camino, tu omnipotente Palabra Señor, vino del cielo, desde el real trono.  Introito de la Misa.

En Navidad, la liturgia de la Iglesia nos describió todos los adoradores del niño: ella habló de pastores el día de Navidad, ella hablará pronto de los Reyes Magos en la Epifanía, evoca hoy a Simeón y Ana. Y ciertamente no son ellos los mas pequeños adoradores. Mientras que los pastores guardaban y vigilaban su rebaño, y los Reyes Magos estudiaban las estrellas; Simeón que esperaba la consolación de Israel y Ana sin salir nunca del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones...  Gracias a sus rectos deseos, sin necesidad de un ángel o de una estrella, será el Espíritu Santo quien les revelará la increíble verdad: este Niño que nadie nota en medio del bullicio del templo es el Salvador esperado, la luz de las Naciones y la gloria de Israel.

La lección es también bella para nosotros, ¿no crees? Nosotros que damos tanta importancia a lo que se vé, a nuestro éxito y a nuestra reputación, a menudo descuidamos la vida de oración y la atención al Espíritu Santo... Sin embargo, es en ello que en realidad se cierne el destino de la humanidad. Como dice el introito de la Misa, es en el silencio de la noche que vino la palabra todopoderosa a la tierra... y sólo en el silencio de la oración podemos recibirla.

Hacen falta tantos Simeónes y Anas, en nuestros días... ¡Tratemos, al menos, con su ejemplo llegar a ser verdaderas almas de oración. De esas pequeñas almas a las cuales el Señor revela los secretos que oculta a los sabios y poderosos.

PROPOSITO DEL DIA  : 
Decir durante el día varias invocaciones al Espíritu Santo.






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