La época de los Macabeos ¿Se asemeja a nuestra época?

«Todas las cosas que se han escrito, para nuestra enseñanza se han escrito, a fin de que, mediante la paciencia y el consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza» (Rom. 15 4). En este orden de cosas el primer Libro de los Macabeos está lleno de instrucciones para nosotros, al señalarnos dos cosas: • por un lado, las tremendas pruebas que sufrió el pueblo escogido por querer imitar a los paganos: • por otro lado, el auxilio que la divina Providencia dio en aquella lucha de vida o muerte, que humanamente hablando habría debido tener por consecuencia la aniquilación total del pequeño pueblo judío.  
Nos proponemos, pues, aplicar con breves pinceladas el tema de este libro inspirado a la crisis actual de la Iglesia, también en dos puntos: • ante todo, describiendo la situación provocada en la Iglesia por querer aceptar los principios del hombre moderno, racionalista, independiente de Dios; • y luego, destacar los remedios que la Providencia ha dejado a su Iglesia: a situación parecida a los Macabeos, remedios semejantes a los entonces dados por el auxilio divino. 

1º Situación descrita por el Libro inspirado,  y aplicación a la nuestra. 
Nos cuenta este Libro como fue poderoso el reino de Alejandro Magno, que llegó a ocupar rápidamente el mundo entonces conocido. Este imperio impuso por todas partes sus dioses y sus costumbres, salvo en el pueblo elegido, al que respetó en un principio. Pero más tarde, bajo el rey Antíoco Epífanes, de la dinastía seléucida, este imperio se hizo perseguidor de la verdadera religión y del pueblo que la profesaba, que era el pueblo judío. 
Las cosas se dieron como sigue.  
1º En ese tiempo «se dejaron ver unos inicuos israelitas que persuadieron a otros muchos para que se conformaran con las costumbres de los gentiles, pues desde que se habían separado de ellos, no habían experimentado más que desastres». El segundo Libro de los Macabeos precisa que estos inicuos israelitas eran sobre todo hombres de linaje sacerdotal. Muchos se dejaron seducir entonces por sus propuestas, y se construyó en Jerusalén un gimnasio (símbolo del culto del hombre), se abolió el uso de la circuncisión y se abandonó el uso de la Alianza Santa. 
2º Viendo el rey Antíoco que tanto Israel como los demás pueblos se habían conformado con sus costumbres, se enorgulleció y publicó un decreto para que todos los pueblos abandonasen sus costumbres particulares y formasen un solo pueblo. Muchos del pueblo de Israel se conformaron a este decreto; las consecuencias fueron que se sacrificó a los ídolos, se violó el sábado, se prohibió ofrecer en el Templo de Dios holocaustos, sacrificios y oraciones por los pecados, se profanaron los lugares santos y se los expolió de todas sus riquezas y vasos sagrados, se prohibió la circuncisión, y se permitió que la gente traspasara los mandamientos del Señor.  
3º Y ¿qué pasó con todos cuantos no querían conformarse con este decreto? El mismo Libro nos dice que debían perder la vida o ser perseguidos: las mujeres que circuncidaban a sus hijos eran precipitadas de las murallas de la ciudad, los que se refugiaban en las cavernas eran atacados en día de sábado y exterminados; y nos cuenta el martirio heroico de varios israelitas por fidelidad a la ley de Dios, entre ellos el de los siete hermanos amonestados y alentados por su madre, también martirizada con ellos. 
¿No nos recuerda esto la situación en que vivimos? 
1º Un reino poderoso, orgullo e impío, se ha extendido por todas partes, el reino del mundo, el reino de la Revolución, el reino de la contra-Iglesia. Muchos israelitas, esto es, muchos hombres de Iglesia, creyeron que era necesario conformarse a este nuevo reino, con la excusa de que muchos males provenían de esta falta de acuerdo entre la Iglesia y el mundo. Se proclama la apertura al mundo: en un Concilio se aceptan los ideales y las costumbres de este nuevo imperio: libertad, igualdad, fraternidad, derechos del hombre. 
2º Como consecuencia, se abandona la Alianza Santa: deja de proclamarse que sólo la Iglesia Católica posee la verdad, que sólo en ella es posible la salvación; se abole el sacrificio del Templo, y se prohíbe seguir ofreciendo a Dios el sacrificio que era tan agradable, la Santa Misa, reemplazándolo por un nuevo rito, por ceremonias que nada tienen que ver con el rito católico; se profanan los templos, se los expolia de todas sus riquezas, imágenes y vasos sagrados, de todo cuanto sabía a «triunfalismo»; se hacen decretos según los cuales todos los pueblos han de abandonar sus costumbres y creencias particulares, que dividen, para no considerar sino lo que los une, y formar así un solo pueblo, una sola religión; y como consecuencia de todo esto, se traspasan todos los mandamientos del Señor y la corrupción de costumbres llega a cobrar dimensiones nunca antes conocidas. 
3º Y ¿qué pasa con aquellos que no quieren acatar este compromiso con el nuevo imperio, que quieren simplemente ser fieles a la fe de sus mayores? Son perseguidos, tratados de excomulgados, de rebeldes; se les cierran las iglesias; y se ven obligados a vivir separados de todos los demás. 

2º Reacción contra tales situaciones. 
 Pero entonces surge un hombre de linaje sacerdotal, Matatías, que se niega a hacer como todos: 
«Aunque todas las gentes obedezcan al rey Antíoco, y todos abandonen la observancia de la Ley de sus padres, y se sometan a los mandatos del rey, yo, y mis hijos, y mis hermanos, obedeceremos a la Ley de nuestros padres. Dios nos amparará. No nos es provechoso abandonar la Ley y los preceptos del Señor, para seguir otro camino».  
Y gritando: «Todo el que tenga celo por la Ley, y quiera permanecer fiel a la Alianza, sígame», con sus cinco hijos, también de linaje sacerdotal como él, huye a los montes, donde empiezan a seguirlos muchos que amaban la Ley y la justicia. Se forman así pequeños batallones de hombres que empiezan a destruir los altares dedicados a los ídolos, combaten a los adversarios de la única religión verdadera y circuncidan a los niños que hallan incircuncisos.  Hay que señalar que Matatías no llevó lo más recio del combate, que Dios reservaba a sus hijos, especialmente a Judas y a Simón; pero puso las bases, iniciando la reacción e indicando los principios de fidelidad que había que seguir y mantener en el futuro, mostró la línea a seguir, formó e instruyó, alentó y envalentonó a quienes querían ser fieles a la Ley de Dios, y aseguró por sus cinco hijos la continuidad del combate. Antes de morir, Matatías reunió junto a sí a sus cinco hijos y los amonestó diciéndoles: 
«Oh hijos míos, sed celosos de la Ley, y dad vuestra vida en defensa del Testamento de vuestros padres».  
Sus hijos, bajo la dirección de Judas Macabeo, continuaron la lucha. Lo primero que éste hace es tomar el Templo, purificarlo, reedificarlo y volver ofrecer en él sacrificios y holocaustos según la Ley de Dios. Para eso, la Sagrada Escritura nos dice que seleccionó a sacerdotes sin tacha, y volvió a fortificar la ciudad de Sión, con el fin de que el enemigo no volviera a impedir el sacrificio perpetuo.  Es cierto que no son más que un pequeño grupo (una vez más, vemos que el número no es el criterio de la verdad); pero tengamos en cuenta las muy sabias palabras de Judas Macabeo: «¿Cómo podremos nosotros pelear contra un ejército tan grande y valeroso, siendo, como somos, tan pocos?», le preguntaban. Y él contestaba: «Cuando el Dios del cielo quiere dar la victoria, lo mismo es para Él que haya muchos o que haya pocos; porque el triunfo en los combates no depende de la multitud de las tropas, sino de Dios. Nosotros peleamos por la ley del Señor; el Señor mismo los hará pedazos en nuestra presencia; y así, no los temáis».  Así y todo, Judas logró inspirar grandísimo temor y respeto a sus enemigos, y a los prevaricadores de la Alianza Santa. ¿Verdad que todo esto nos recuerda lo que nos toca vivir? Y es que, como nuestra situación es parecida a la de los Macabeos, Dios suscitó una reacción semejante. 
Un nuevo Matatías, de linaje sacerdotal, debe haber en cada uno de nosotros, que diga como el primer Matatías: «Aunque todos obedezcan al espíritu del mundo y a sus ideales, yo no lo serviré, sino que obedeceré a la ley de mis padres; no dejaré la ley de Dios por seguir otro camino. Todo el que tenga celo por la ley de Dios y su Iglesia, y quiera permanecer firme en la fe, sígame»
Muchos han formado algunos grupos, poco numerosos, pero valientes, para guardar la fe. Cierto es que a quienes se opusieron a las novedades litúrgicas y Pastorales que emanaron del Concilio Vaticano 2 no les tocó sostener lo más rudo del combate, pues Dios parece nos lo está reservando a nosotros; pero no es menos cierto que de tal modo marcaron ellos las pautas de fidelidad a la Iglesia de siempre, que siguen siendo, aún después de cincuenta años, la referencia para quienes quieren ser fieles a la Tradición. 
Como en tiempo de los Macabeos, lo primero que hay que procurar, es volver a establecer en todas partes el holocausto y sacrificio, la Santa Misa de siempre. 

Conclusión. 
Todo ello ha de ser para nosotros una preciosa enseñanza, a la vez que una gran esperanza. El ejemplo de los Macabeos nos muestra que, ante la actual situación de la Iglesia, nuestra manera de resistir para conservar la fe y la Santa Misa es la que Dios nos pide; nos muestra que poco importa el que seamos poco numerosos, el que se nos excluya de las iglesias o se nos trate de raros, anticuados y desobedientes; nos muestra el celo de que debemos estar atentos en la defensa de los intereses de Dios y de su Iglesia; nos muestra, finalmente, la certeza que hemos de tener nuestra victoria, porque peleamos por la ley de Dios y bajo sus órdenes, y Dios no puede dejarnos desamparados. 

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