LA VOLUNTAD (5)
¿Qué se ha de
entender por vigor de los primeros impulsos?
El esfuerzo no es eficaz, no abre vías de comunicación, no forma la
costumbre, si la impresión sensible que
acompaña a la idea o al deseo no es bastante fuerte para llegar al centro
motor y excitante. Esta advertencia de orden fisiológico esclarece muy bien la
distinción que hacen los psicólogos, tratando de la voluntad, entre los estados
intelectuales y los estados afectivos, entre las ideas y los
sentimientos. Las ideas no pueden
nada en la lucha de las inclinaciones; los
sentimientos, al contrario, tienen un poder soberano sobre la voluntad. Por
eso ¡qué diferencia tan grande entre los reglamentos íntimos que nos trazamos a
nosotros mismos, verdaderos planes de perfección moral, y el cuadro incoherente
hecho con nuestras acciones de cada día! Ora es una fuerza de inercia que nos
para, ora son apetitos desordenados que nos arrastran.
Para obrar bien no basta pensar bien; es necesario ser excitado y
empujado por un amor grande: Amor meus,
pondus meum, quocumque feror, amore feror (S. Agust.) Se dice que los
hombres “se ganan por el corazón “ más bien que por la inteligencia, cuando no
se trata de convencerlos, sino de determinarlos
a la acción. Sólo el sentimiento que emociona el corazón da los impulsos
que triunfan de la apatía, o despierta sentimientos favorables que
contrarrestan y reemplazan las emociones hostiles: miedo de los guardias, temor
de los juicios humanos, miedo de ofender a Dios, temor de las penas eternas;
amor de sí mismo, amor de los hombres, amor de Dios.
Si el sentimiento ejerce tal influencia en la voluntad, ¿cuáles son
los medios de excitar el sentimiento?
Estos medios se reducen a tres principales: la vida interior, las
influencias del exterior y la acción.
¿Qué se ha de entender por vida
interior?
Los
silenciosos son los hombres de valor; de entre ellos salen los genios y los
santos. Mas no entendemos aquí por silenciosos a los que se callan porque son
una nulidad en todos los sentidos, sino a los que hablan poco por vivir
reconcentrados en sí mismos.
El
alma humana se ha de recoger no para contemplarse a sí misma ni para gozarse
con vana complacencia propia, sino para poseerse, para ilustrarse o conocerse,
para excitarse y también para hallar a Dios y ponerse al alcance de su impulso
bienhechor. Cuando un hombre se encuentra a sí mismo en el recogimiento, puede
estar atento y aplicarse entonces a la consideración de motivos capaces de
conmoverle. Se pone en presencia de las grandes verdades que le sugiere la
razón y la fe religiosa, y su esplendor ilumina el alma y mueve la voluntad.
Porque, según advierte Descartes, de una gran claridad en el entendimiento se
sigue una inclinación fuerte en la voluntad. In meditatione mea exardescet ignis (Ps. 38m 4) La visión prolongada de una gran verdad moral
excita el alma, la incita a poner en movimiento todas las energías interiores y
bajo la acción de los esfuerzos íntimos se prepara a realizar el esfuerzo
exterior.
A
los cristianos, la fe da recursos de una
fecundidad inagotable. Omnia possum in eo
qui me confortat (Phil., 4,13). Así se concibe que la Iglesia católica dé
tanta importancia al desarrollo de la vida interior, y aquí es precisamente
donde la vida religiosa enlaza con la vida psicológica: retiro, meditación,
lectura, examen, etc…
Sin
embargo, la vida interior no está al alcance de todas las almas, porque
replegarse dentro de sí mismo se necesita cierta flexibilidad que no es común a
todas, y para fijar la atención en un objeto del todo espiritual e interior es
preciso tener tal vigor en la mirada, que no todos poseen de ordinario. Aun
para las almas escogidas que se dedican a ella, la vida interior es fatigosa
según se va prolongando, por lo que prefiere ser intermitente y tiene necesidad
de algún prudente comercio con el exterior.
¿Qué
se ha de entender por “influencias del exterior”?
El ambiente en que vivimos ejerce en
las ideas y en las tendencias un imperio tan soberano, que formarse un ambiente
es formarse el alma y, por tanto, la voluntad. Obrando en nuestro ambiente,
obramos por lo mismo en nuestra voluntad. Esto supuesto, de nosotros depende en
gran parte formarnos nuestro ambiente; es decir, combinar la mezcla de cosas y de hombres que tienen influencia en nosotros.
Una vez que sabemos por experiencia
cuáles son los objetos que provocan
emociones nocivas y los que excitan sentimientos favorables para el bien, nos
hacemos responsables de las influencias que ejercen en nosotros.
Tocante
a los hombres, no debemos olvidar que los hay de tres clases distintas:
1º
Malos y desanimados –los primeros
manchan, los otros quebrantan todas las energías del alma-. Hay que huir de
ellos.
2º
Insignificantes y triviales, que son
la mayoría en el género humano; carecen de ideas y de voluntad. No son malos ni
peligrosos, pero son inútiles. Sus conversaciones versan siempre sobre
naderías.
3º Hombres
de valor. Se saca siempre provecho de su compañía. Influyen ante todo por
el ejemplo, por su talento oratorio, por la conversación.
¿Qué
fin se pretende en la dirección espiritual que se da en las Comunidades
religiosas? Se quiere llegar a la comunión de un alma con otra, al
enriquecimiento del alma que nace a la vida por el alma que ya está llena de
Dios. El alma joven tiene especialmente necesidad de esta dirección y se da a
conocer no para que la juzguen, sino para que la curen. Tiene menos que dar que
recibir; no debe hablar tanto como escuchar. Viene a recibir impulsos generosos
que la sacarán de la apatía, o que, en horas de oscuridad, contrarrestarán los
impulsos nocivos. La dirección es la fuerza oculta de las casas religiosas. Por
ella se doman las pasiones, se sujetan las voluntades, los corazones se
inflaman, las almas se modelan según un mismo ideal. Sin ella, van desordenadas
las energías individuales y no se llegaría nunca a la armonía del conjunto. Si
se la tiene en gran consideración en un noviciado y se la practica con
intensidad, de ese noviciado saldrán sujetos de voluntad recta y firme. Si se
sigue practicando durante toda la vida religiosa, no decaerá el fervor.
Pero
ya que la dirección es una comunión de
almas, no podrá dar fruto sino a condición de poner las almas ávidas en
contacto con almas ricas de vida. De
aquí se sigue que los que tienen el deber de dirigir a otros, deben aumentar su
poder vital por el recogimiento y comercio con Dios.
Puede
suceder que uno no pueda llegar a ponerse en relación con los hombres de valor; entonces no le queda más remedio
que contentarse con la influencia de sus escritos. El escrito, el libro tiene,
en cierta manera, más alma todavía que la palabra; porque solemos exponer
nuestro pensamiento con mayor perfección cuando escribimos que cuando hablamos.
Al que le gustan los libros buenos, vive habitualmente en medio de almas nobles
y de influencias fortificantes.
Comentarios
Publicar un comentario