JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA

“EXISTE UN JUICIO”

         1. “Cuando Él (el Espíritu Santo) venga, convencerá al mundo de que existe un juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado” (Evangelio). El príncipe de este mundo, Satanás, y con él y en él, su reino, el mundo, ya ha sido juzgado y declarado injusto: he aquí la tercera prueba que habrá de traer consigo el Espíritu Santo. En Jesús, y sólo en Él, están el derecho, la justicia y la verdad.

2. Jesús ha juzgado al príncipe de este mundo. Lo juzgó primeramente en su muerte de cruz. “Ahora es el juicio del mundo; ahora será expulsado el príncipe de este mundo (Jn. 12, 31). Ahora, es decir, “cuando yo sea levantado (en la cruz)”, en la muerte de Jesús. El Señor se dejó condenar y matar injustamente por el mundo. Por eso pende de la cruz. Con su sangre inocente, derramada injustamente, puso el sello de una reprobación total e inteligible a todos sobre la sentencia dictada contra Él, inocente, sin pecado, divinamente puro, por el príncipe de este mundo, por Satanás y sus servidores, los judíos y el romano Pilatos. Jesús juzgó por ver segunda al príncipe de este mundo en su resurrección. Con ella ha confundido de un modo irrefutable a sus adversarios, que le calumniaban de blasfemo y de realizar sus prodigios con la ayuda y virtud del diablo. Con su resurrección de entre los muertos, Dios mismo le proclamó y reconoció ante todo el mundo como justo, como Hijo de Dios. Ante Él todos tenemos que doblar nuestra rodilla. Todos tenemos que confesar que Cristo es el Kyrios, el señor (Flp. 2, 11) Así ha sido juzgado Satanás y con él el mundo. Su parecer sobre Cristo, sobre el Evangelio, sobre la Iglesia de Jesús, sobre la fe cristiana, sobre la ética cristiana, sobre el sentido de la vida y sobre el valor o desvalor de los bienes de este mundo, ha sido confundido, reprobado como falso. “Ahora, en la muerte y resurrección de Cristo, es el juicio del mundo; ahora será lanzado fuera el príncipe de este mundo”, será destronado. Contigo, Señor, está la razón. El mundo es mentira, engaño, falsedad, un juego ilícito. ¡Haz que yo lo conozca en toda su hediondez y que me aparte de él con horror!
El Espíritu Santo juzga al príncipe de este mundo. Viene, después de la ida del Señor al Padre, para ratificar el juicio de Jesús sobre el mundo y para confirmarlo a lo largo de toda la Historia de la Iglesia. El mundo creyó que con la muerte de Jesús había enterrado y aniquilado para siempre su causa, su doctrina, su Evangelio, su obra. Viene entonces el Espíritu santo y abraza el partido del Crucificado. Con rapidez fulmínea el Evangelio de Jesús comienza a invadir las ciudades y los reinos y se apodera de los espíritus y de los corazones. Los judíos lo rechazan; pero, en cambio, se convierten a él los paganos. Creen y se dejan bautizar. Se estrechan en torno de Cristo, del Crucificado y gritan: “Abrenuntio - ¡Renuncio a Satanás!” Renuncio al mundo y a sus vanidades, a los sentimientos y al espíritu mundanos. El Espíritu santo crea un mundo nuevo, el mundo de Cristo. Los fieles “eran un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyo a lo que cada cual poseía. Todo era común entre ellos. No había entre ellos ningún pobre. Reinaba entre todos un gran amor” (Act. 4, 32 sg.) “Perseveraban en la doctrina de los Apóstoles, en una fraternal comunidad de vida, en la Fracción del Pan y en la oración. Alababan a Dios y eran amados de todo el pueblo. De este modo, el Señor acrecentaba cada día más el número de los que acudían  a Él, para salvarse” (Act. 2, 42 sg.) Han olvidado la falsa estima de los bienes terrenos. Ya no existe en ellos el hambre y sed de riquezas, ni la envidia, ni la discordia: sólo un corazón y un alma. Sólo una vida llena de santa alegría y de dulce resignación en Dios y en Cristo. Nada de egoísmos, de insubordinación, de autonomía, de locas presunciones, sino solo una humilde y ciega sumisión a la palabra de los Apóstoles, de la Iglesia. “El príncipe de este mundo ha sido juzgado.” Han sido juzgadas y condenas sus máximas, su espíritu, su concepto de la vida. El ideal de la primitiva Iglesia ha perseverado, a través de siglos y siglos, en millones de corazones sinceramente cristianos, en las grandes comunidades del monacato oriental y occidental y en otras innumerables asociaciones religiosas que son hoy día el orgullo y el ornato de la santa Iglesia. Permanece sobre todo en los Santos, que nunca han faltado ni faltan en la Iglesia de Cristo. Este es el juicio del Espíritu santo sobre el príncipe de este mundo, sobre los principios, máximas y espíritu del mundo. “Todo lo que hay en el mundo no es más que concupiscencia de la carne y soberbia de la vida. Todo esto no procede del Padre, sino del  mundo. Pero el mundo y su concupiscencia pasan” (1 Jn. 2, 16). Ha sido juzgado y condenado, ha sido convencido de impostor. ¿Qué deberá, qué podrá ser, pues, para nosotros? ¡Ya está juzgado!

3. “El príncipe de este mundo ya está juzgado.” He aquí el cántico pascual de la Iglesia, del alma. Satanás ha sido vencido, destronado. Pero el Señor no lo ha destronado de tal modo que no le haya concedido todavía, para mayor bien nuestro, unos cuantos minutos de gracia. Satanás puede moverse y actuar aún sobre la tierra. Aprovecha con todo ardor estos pocos instantes que Dios le permite, para fascinar al mundo, para engañarlo, cegarlo y perderlo. Deja brillar su mentira, su falacia, como un relámpago, de Oriente a Occidente. El mundo contempla este fulmíneo resplandor y se extasía ante él, como si fuera el fulgurante claror de la verdad, como si mereciera toda la atención. Aunque se le haya quietado el dominio, Satanás todavía logra seducir al hombre y hacerle inclinar hacia la tierra el rostro que la misma naturaleza le creó levantado y mirando al cielo. También nosotros, los cristianos, colocamos en la tierra el objeto de nuestras pesquisas y anhelos. Esto se opone a la fe pascual, al espíritu de Pascua, al espíritu bautismal que se nos ha infundido. “¡Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no las que están sobre la tierra!” (Col. 3, 1). Y nosotros nos dejamos engañar y seducir por Satanás. Es Pascua. “¡El príncipe de este mundo ya está juzgado!” Su condena debe manifestarse de un modo vivo en nosotros, los cristianos. Debe ser juzgado en nuestros pensamientos, en nuestros deseos, en nuestros negocios, en nuestra vida. ¡Cada día de nuestra vida debe ser un constante juicio de Satanás! Opongámonos a él con nuestra fe, con nuestro convencimiento de que no nos encontramos con él, de que no somos secuaces de sus alegrías, de su paz, de su vida; con un inquebrantable valor para luchar contra él y contra sus satélites; nuestros hermanos, de que no podemos contemplar tranquilamente el que Satanás seduzca a las almas y las aleje del Señor.
“El me glorificará.” La acción del Espíritu Santo en la Iglesia, en los bautizados, es un juicio sobre Satanás y el mundo. Es, por lo mismo, una perenne justificación, confirmación y glorificación de Jesús. ¡Es una prueba de que Jesús es el Hijo de Dios, de que sus palabras fueron verdaderas, sus virtudes reales y sus promesas in falibles! “Él me glorificará”, también a mí. En la sagrada Comunión quiere transformarme, convertirme en hombre nuevo, espiritual, para que mi vida práctica sea también un juicio sobre el mundo y sobre Satanás (Comunión).       

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