MIÉRCOLES DE ROGATIVAS
ANTE LAS PUERTAS DEL
PADRE
1. Sintámonos y vivamos hoy con Nuestro
Señor y Salvador. La emoción que hoy le embarga, es el convencimiento de que:
“Voy a Ti”, al Padre. Está, por decirlo así, ante las puertas del Padre. Llama
y pide que se le abra. A Él y a los suyos.
2. “Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, Yo ya te he glorificado
a Ti sobre la tierra. He concluido la obra que me encomendaste. Padre,
glorifícame ahora con la gloria que yo tuve ante Ti, por mi naturaleza divina,
antes de que el mundo existiera” (Evangelio).
Jesús pide al Padre que haga participante también a su naturaleza humana de la
gloria que Él posee desde toda la eternidad como Hijo de Dios. ¡Cuán
profundamente se ha humillado! A pesar de ser Dios, en su encarnación “se despojó
de sí mismo, ocultando la claridad y majestad de su naturaleza divina, se
anonadó y se hizo obediente hasta la muerte de cruz (Flp. 2, 6 sg.). Cumplió la misión que se le había encomendado,
llevando una vida de pobreza, de anonadamiento, de dolores, de amorosa sumisión
al Padre y a su santa voluntad. Ahora ya puede retornar a su casa. Sintámonos
también nosotros con Él. Alegrémonos con Él y pidamos con Él al Padre: “Padre,
glorifica a tu Hijo”, como Él te ha glorificado a Ti Dale también a su
humanidad la gloria que la pertenece. Exáltale por encima de todos los mundos y
de todos los cielos. Llévale a Ti Siéntale a tu diestra, en tu trono. Dale el
cetro de tu poder. Hazle, aun en su humanidad, Rey y Señor, ante el cual tengan
que doblar su rodilla cuantos seres existan en los cielos, en la tierra y en
los infiernos. Propaga su conocimiento, su Evangelio, su Nombre, por toda la
humanidad. Incorpora a Él a todos, para que todos experimenten la eficacia de
su redención y se salven en Él. Dale una Esposa sin mancha, sin arruga,
inmaculada, santa: la Iglesia. Y hazla a ella santa, grande, vasta, católica,
invencible. Dale el poder sobre los espíritus, sobre los corazones, sobre los
pueblos, sobre los siglos. Haz que todos le acaten y se sometan a Él, para que
los salve, para que les dé la vida, la vida en abundancia.
“He
manifestado tu Nombre a los hombres que escogiste del mundo y me diste a
mí. Eran tuyos y Tú me los has dado a mí. Ellos han recibido las palabras que
Tú me has dado, y ya saben con certeza que yo salí de Ti, y creen que Tú me has
enviado. Por ellos ruego, por los que Tú me has dado, pues son tuyos. Y todo lo
mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío.” Nosotros somos suyos. Pertenecemos a Él,
somos sus miembros Él es la Cabeza. Él no puede ir al Padre sin manos, junto a
sí, para que compartamos con Él su herencia. ¡Eternamente! “Ruego por ellos,
por los que Tú me diste.” Por nosotros, por los que creemos en Él, por los que
lo amamos, por los que nos hemos hecho, en el santo Bautismo, una sola cosa con
Él, por los que, en la sagrada Comunión, nos identificamos todos los días con
Él. ¿Qué diremos ahora de este amor de Nuestro Salvador hacia nosotros? ¡Cómo
se preocupa de que las puertas del cielo, de la Casa del Padre, se abran también
para nosotros, a fin de que seamos eternamente felices con Él! Señor, yo creo
en tu amor hacia mí. Confío plenamente en Ti
3. “Dad gritos de júbilo que se oigan
en todas partes, aleluya. Anunciad hasta los últimos confines de la tierra: el
Señor ha libertado a su pueblo. Aleluya, aleluya.” ¡Estamos salvados! Él quiere
llevarnos consigo al Padre. “Pueblos, alabad a Dios, cantad salmos a su Nombre,
glorificadle en vuestras alabanzas. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu
Santo.” ¡El Señor ha libertado, ha salvado a su pueblo! Nos ha preparado una
mansión allá arriba, en el cielo. ¡Pronto estaremos allí con Él!
“Es digno y justo, Señor, que siempre,
pero sobre todo en este día (Pascua), te alabemos, porque nuestro Cordero
pascual, Cristo, ha sido inmolado. Pues Él es el verdadero Cordero que quita
los pecados del mundo. Con su muerte destruyó nuestra muerte y con su
resurrección nos dio nueva vida. En su ascensión subió a los cielos para
hacernos participantes de su vida divina” (Prefacios
de Pascua y de la Ascensión). ¡Estamos salvados!
“Cantad al Señor, aleluya; cantad al Señor y bendecid
su Nombre. Celebrad alegres todos los días su salud”, la obra de su redención,
la que realiza con nosotros y la que coronará un día con nuestra subida a los
cielos. Aleluya, aleluya (Comunión).
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